Luis Jara: el chileno profundo

Alguna vez desayuné viendo como Luis Jara simulaba tener un parto. Eran las diez de la mañana y yo trataba de tomarme un café en el Paseo Bulnes. Jara estaba en Mucho Gusto, conectado a una serie de electrodos que iban subiendo la intensidad de su dolor, de espaldas, sobre una camilla. Una palabra como “Dantesco”, ese adjetivo prostituido por la prensa, describía perfectamente lo que estaba al aire. Si se hubiese tratado de otro artista todo eso hubiese resultado rarísimo, pero con él  se veía casi natural. Luis Jara, que hoy se presenta en Viña, es una de nuestras estrellas más singulares. Lleva más de treinta años en pantalla y aún sorprende. Partió en el Clan Infantil, actuó en teleseries, se operó la nariz, lanzó canciones que consiguieron ser hits de culto y, de un modo inesperado, se convirtió en animador. Ahí sus mejores atributos fueron la empatía y la capacidad de burlarse de sí mismo pues no solo era capaz de  hacer el ridículo con Robbie Williams o bailar reggaeton en Vértigo, sino que también era capaz de dejarlo todo para irse a Mega y terminar conduciendo el matinal usando como material el tema que más le apasiona: él mismo. Jara sabe que es una celebridad por derecho propio y no se empeña en ocultarlo. Sobrevivió a Sábado Gigante, creció en pantalla y hasta fue capaz de musicalizar poemas de Pablo Neruda. Un golpe de suerte, el título de su mejor single, quizás lo define a él y a su carrera, donde no tiene problemas en aparecer en el backstage de un video suyo en Miami (Cerca, una maravilla inverosímil grabada con drones, bailarines, estudiantes de colegio y un argumento que incluye a ancianos besándose en la boca) hablando inglés de modo fluido y escuchando los halagos de un bailarín sobre su profesionalismo. Ahora Jara llega a Viña. Ya ha estado ahí antes. Es difícil que falle. Su presencia posee el aura de la intimidad de una casa familiar en otoño a la hora de once. Porque Jara habita en nuestro imaginario hace demasiados años y simboliza una chilenidad profunda tan cercana como candorosa. Jara es el chileno que no teme al ridículo porque es capaz de convertir cualquier programa en una kermesse de colegio, mientras él mismo se ofrece a ser el protagonista. Se inmola por el espectáculo, sabe que el show es lo único que importa. Jara no es un divo y eso lo hace el mejor sucesor que nunca va tener Don Francisco: es el hombre por el que nadie apuesta pero que ya ganó la partida. Pero a diferencia de Kreutzberger, él está vivo y hace de su misterio algo translúcido. Jara aspira a ser idéntico a su público. Todo lo que nos importa de él está la vista. Es la honestidad de quien sabe que el show debe continuar y para ello hay que sacrificarlo todo: la dignidad, el buen gusto, el sentido común y la intimidad. Ejército solo compuesto por sí mismo, Jara teje día tras día su propia épica, donde la tele es lo único que importa pues ahí no hay nada más  real que el cariño de un televidente. La Quinta Vergara para él no será “el festival del festivales”, sino algo mucho más concreto: ese living de la casa en el que se ha empecinado en convertir la televisión chilena desde hace un buen tiempo.

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Published on February 24, 2016 05:13
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Álvaro Bisama
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