Cafecito

Se había despertado esa mañana con frío en los huesos. Pero un frío distinto, del tipo de frío que anticipa la muerte. Fue tal, que no quiso levantar su cuerpo del catre, prefería mantenerse bajo el cobertor antes de poner un solo pie en las mugrosas zapatillas que mantenía con él a pesar de la vejez que teñía su desvencijada apariencia. Le picaba la cabeza, supuso que el dolor amenazante era más intenso aun con el suceder de los días. A lo lejos, no tan lejos, llegaba el suave aroma a café de la mañana. Del sobradillo continuaba produciéndose el sonido acuífero procedente de la gotera eterna que no fue capaz de arreglar. No era mañoso, más bien todo lo contrario. Acabó por ponerse en pie, aunque no sin un titánico esfuerzo. El batín estaba agujereado, a duras penas le cubría la pálida piel, halaba por el suelo el cinto que no podía amarrarse al otro extremo. Paso, a paso, arrastrando los pies, permitió que su vida continuase un poquito más. Era como el dulce pico del ave que se encarama al nido, buscando sus finos hilos para llegar más allá.
El caminito a la cocina fue más ameno que de costumbre. Clara había puesto el puchero en la hornilla, pero no hubo un saludo o siquiera una tenue voz que anunciase que se habían visto el uno al otro. Ella fue pasito a pasito hasta perderse por la cortinilla que separaba la estancia del salón, mientras él se sentó en una estropeada silla de metal. Se quedó allí un rato observando el vacío, antes de caer a cuenta que aquel día, era otro más en su ingrata vida. No tenía nada, pensaba que poder comer y dudaba si conseguiría algo que llevarse a la boca más allá de las migajas que iba a comprar en el colmado una vez empeñase su reloj. Le dio varias vueltas a la cucharilla del azucarero de arcilla. Estaba quebrado por un lateral y su color, bueno, su color hacía tiempo que mutó del marrón cafetero al verde liviano. Entornó sus grandes ojos antes de que el sonido del vapor conectando con la atmósfera le sacase del ensimismamiento. Se puso en pie, un segundo tardó y una pequeña tacita de color caoba ya estaba repleta del líquido que en breves iría directo a su gaznate.

Cuanta frivolidad en la miseria. Se dijo contemplando la cocina. No tenía nada, a duras penas su persistencia podría sentirse más allá de la puerta de la vecina, la señora Adolfina. No importaba, tampoco, que Don Eladio no quisiese ayudar al pueblo. Tampoco le causaba demasiada molestia que el gobernador del municipio, el Teniente Coronel Elías Espinosa, fuese su querido sobrino, y que negase su existencia con vehemencia cada vez que se cruzaban en el camino.

— Al menos te tengo a ti –le dijo al café.

Y la tacita, socarrona, le sonreía.
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Published on January 15, 2016 04:19 Tags: cafecito, café, cama, cansado, felicidad, gotera, mañana, pobreza, puchero, tacita, vida
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