Todos los Últimos Deseos - Primeras páginas
Esta es una historia de policías, pero no esperéis conmovedores episodios de heroísmo y honor. Como he dicho, es una historia policiaca.Pertenezco al cuerpo de la Guardia Civil −en periodo de prácticas, o lo que es lo mismo, soy eventual−, instituto armado dependiente de los ministerios de Interior y Defensa. Mi uniforme es de color verde olivo y me siento orgulloso de servir a la comunidad, pero debo ser honesto y confesar que muchos de nuestros cometidos no resultan ni agradables, ni dignos de admiración. Muchos nos odian por la severidad con que algunos de nuestros compañeros imponen sanciones en la carretera, ignorando todas las especialidades y cometidos que tenemos asignados; los delincuentes nos dicen que vayamos a buscar pateras, y los inmigrantes que vayamos a buscar delincuentes, pero todos coinciden en vernos como el medio represivo de un gobierno tirano y cruel. Creo que no hay verdades absolutas, y que cualquier opinión es definida en función del oficio o beneficio de cada cual.Lo cierto es que los lectores se pirran por la novela negra, las series con más éxito narran las aventuras de un grupo de investigadores que son a la policía lo que las hadas a la asignatura de Historia, y las películas de cine pierden consistencia sin un par de polis duros que caminan sobre la borrosa línea y sueltan graves frases de desafío del tipo: «Puede que hoy se haya acabado tu suerte, Harry», o, «Qué se joda la puta placa, ¡pelea!», y esto sucede porque nuestra alma es principalmente, o criminal, o justiciera.A pesar de cierta leyenda negra y antidemocrática que nos rodea, constituimos una de las instituciones mejor valoradas por el ciudadano, pero creo que es saludable que todos brindemos un loable acto de conciencia y confesemos nuestras flaquezas. Esto es lo que me dispongo a hacer, aunque implique revelar ciertas prácticas que podríamos calificar como censurables. Un agente de la ley no puede evitar sentirse sucio en algún momento de su vida por lo que ve y lo que calla; por lo turbias que pueden parecer algunas de las leyes que debe hacer cumplir; por confirmar que no siempre es el bueno quien se beneficia de ellas, y sobre todo por todos esos crímenes horribles que quedan sin resolver.Aquel año la isla de Lanzarote recibiría la visita de los Reyes de España; acogería una importante cumbre europea con la presencia de los jefes de Estado de, entre otros, Francia, Alemania, España e Italia, y se celebrarían los cuartos de final de Copa del Rey entre el Lanzarote y el Atlético, encuentro que despertaría gran expectación. Además es necesario mencionar la indignación que producían las amenazas de prospecciones petrolíferas frente a las costas de Lanzarote y Fuerteventura, y el rechazo frontal de toda la población conejera hacia aquel atentado a su dignidad.A pesar de todo ello creía que mi primer año de guardia transcurriría sin pena ni gloria. Y sin embargo, en la tierra de los volcanes aprendí a jugar con fuego; me hice adicto al café y a otras sustancias poco recomendables; encontré una indulgencia para unos pecados que aún no había cometido y sellé besos prohibidos, de esos que abrasan, de esos capaces de destrozar el baremo de la intensidad. Sentí todas las emociones, incluso las más terribles, incluso las que no se pueden imaginar.
Estás en mi punto de mira, puedo verte. Eres inocente, pero aún así te enviaré con el diablo. Nadie está a salvo de un disparo perfecto.
Recorrí media España al volante de mi viejo Cabrio descapotable azul para acabar estacionándolo en el interior de la gran panza del buque que me trasladaría directamente a Lanzarote. Tras dos jornadas de narcótico trayecto marítimo conseguí divisar, desolado, aquel poema de lava petrificada, todo silencio y roca, que constituiría mi hogar durante no menos de un año.El cielo estaba tan encapotado como en aquel ya lejano día en que se extinguieron los dinosaurios por culpa de un pedrusco de proporciones bíblicas. Sentí ganas de llorar. Un grupo de acrobáticos calderones acompañaba al buque mientras éste se disponía a atracar tiernamente en el muelle de Puerto de los Mármoles. Durante la larga media hora de maniobras de atraque me sentí asolado por una inmensa tristeza, pues los atraques siempre me producen la misma sensación. Supuse que estaría relacionado con la incertidumbre frente a un cambio de estado. En medio de esta operación, arrullado por el ligero balanceo del barco, volví a intentar analizar que extraños designios me habían traído hasta allí.
Me llamo Daniel Laredo Casal. Nací en Carabanchel. Una vez, cuando tenía quince años, mi foto salió en el periódico, en la esquina superior de las páginas centrales, a punto de tomar la salida en alguna carrera atlética cuyo nombre no puedo recordar y en la que acabé de los últimos. Aún conservo el recorte amarillento, y con esto quiero decir que nunca he destacado en ninguna faceta en particular. De chaval vestía bastante tenebroso, me dejaba barba, largas greñas, participaba en manifas, hacía cortes de mangas a los políticos, conjuraba al diablo y huía de la policía por las calles de Madrid cuando intentaban confiscarnos los porros que fumábamos casi a diario. La gente como yo, cuando llega a cierta edad, tiene tendencia a suicidarse en alcohol, lo que por desgracia no siempre significa una muerte rápida. Antes de eso decidí pasar por el Ejército, donde llevé a cabo importantes servicios a la patria en forma de interminables horas de desfiles, cientos de guardias y miles de kilómetros de carrera. Seis años después, decidí probar suerte en la Benemérita.No puedo decir que lo mío haya sido vocación. En el Ejército te presentas a todo lo que sale, al título de FP 1 de electricidad y mecánica; a cualquier carnet gratuito que pueda adornar tu expediente; al curso de pintor que ofrece el Coronel cuando su residencia necesita una mano de pintura, o al de cocina cuando el cantinero requiere mano de obra barata. Por eso me presenté a las pruebas de la Guardia Civil antes incluso de saber si iban vestidos de azul, verde o marrón. Por desgracia, aprobé. Si hubiera suspendido, habría acatado entre resacas y efluvios aquel más que probable destino de morir suicidado en alcohol, pero mi uniforme verde me convertiría en un imán para las balas garantizándome, a su vez, un cadáver más joven.
El periodo de siete meses de academia de la Guardia Civil en Baeza −Jaén− se marcó a fuego en algún lugar peligroso de mi cabeza. Aún sentía las piernas de acero de hacer cuclillas en las letrinas turcas, aún recordaba la proeza de la ducha diaria con menos de diez segundos de agua, aún sentía el olor a queroseno, cemento y olivo, aún silbaba el homenaje a los caídos al atardecer y entonaba el himno al despertar, aún sentía el impulso de salir corriendo a la plaza de armas a la voz de «a formar», con ese ligero síndrome de Estocolmo, ese aire licenciado y licencioso, ese leve sentido del deber que nos implantan en el cerebro, y que en algunos se convierte en una pequeña caja registradora. Tras un periodo lectivo redondo conseguí acabar en el puesto noventa y siete de entre los más de dos mil aspirantes que rellenaron el formulario de admisión a las pruebas, lo que no estaba nada mal. Suficiente para conseguir un buen destino, pensé. Y sin embargo…A Lanzarote. Un año de mi vida.Cuando descubres en el Boletín Oficial que te han destinado en Lanzarote, territorio desconocido para más del noventa por ciento de los españoles, una isla que alguien olvidó retirar del fuego, por unos instantes piensas que debe tratarse de una broma. Sin embargo, no había contado con los factores «milicia» y «enchufe». Pensé que al ingresar en el cuerpo dejaba atrás el Ejército y todas aquellas deleznables prácticas abusivas, pero resultaba evidente que la Guardia Civil no dejaba de ser parte del Ejército.
La humedad del Atlántico me produjo un escalofrío. Oteé el panorama en todas direcciones, oscuro como alma del diablo, y nuevamente sentí ganas de llorar. En mi interior rebullía una insondable impotencia ante el incierto destino que aquellos burócratas con estrellas y medallas de mierda me habían impuesto, acostumbrados como estaban a jugar con las personas como si fueran peones.«No te agobies, Lanzarote no está mal para un soltero. Un año solamente, con los conejos, las cabras y los canguros. Seguro que al final te acaba gustando y terminas por instalarte definitivamente».Me tranquilizó Dieguito Talavera, un amigo del barrio que aún sigue conjurando al diablo, participando en manifas y huyendo delante de la policía.Descendí a tierra acompañado únicamente por mi viejo Cabrio azul, una mochila llena de carencias policiales y una vacante en el colchón. Con todo ello me dirigí a la casa de alquiler que había apalabrado telefónicamente por un precio medianamente asequible.Durante el trayecto me hice una composición de lugar más exacta de mi nueva patria.Lanzarote es una isla volcánica formada por la solidificación de la sangre del infierno. Me consta que existen otras teorías más conservadoras, pero ésta es la que me gusta a mí. Para no perder tiempo en descripciones, diré que en Lanzarote hay tres tipos de paisajes: árido, extremadamente árido, y volcánico. También hay tres tipos de temperatura: cálida, desértica, y erupción volcánica. El color negro y un puñado de tonalidades de marrón pistacho se suceden latitud tras latitud para pincelar sus relieves macabros y paisajes entre volcánicos y lunares. Puede que mis apreciaciones no sean las más científicas, pero no están nada mal para un hombre que acabaría abrasado por dentro y por fuera.Aquella hipnótica aridez influye con fuerza en la personalidad de sus habitantes como la luna llena en los lobos. Además de esta particularidad y de un puñado de atracciones turísticas, también cuenta con una importante situación geoestratégica, con playas doradas, mujeres preciosas y un alto nivel de inmigrantes, ilegales o excursionistas. Mi nuevo destino era el Puesto de Costa Teguise, zona turística del municipio de Teguise. Nuestra demarcación está constituida por casi la mitad norte de la isla así como por la pequeña isla pesquera de La Graciosa, Parque Natural de paradisiacas arenas de postal. La Graciosa sólo es un punto en mitad del océano, pero ocupará un lugar especial en mi extraño viaje.
Published on October 24, 2015 17:19
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