Los años dorados: el contrabando
En uno de los capítulos de Los años dorados, la sit com que UCV exhibe todos los días desde hace unas semanas, un par de oficiales de la PDI llegan a detener al personaje de la actriz Carmen Barros por el delito de cuasi homicidio, luego de que Barros le diera Viagra a su novio octogenario y éste tuviese una crisis cardiaca. El momento es el remate final del episodio, pero también un ejemplo de lo lejos que puede llegar el show en su voluntad provocadora. En la serie, Barros tiene 90 años, usa lentes negros y conoce novios por Facebook. También habla con una honestidad inesperada de casi todo: el sexo, la muerte, la vida social y la familia.
Adaptación local de la clásica sitcom norteamericana de fines los 80, Los años dorados cuenta con Luz Croxatto en su equipo de guionistas. Croxatto ya estuvo en Casado con hijos, lo que le asegura cierta libertad creativa a la serie, haciendo que los argumentos originales funcionen sólo como un punto de partida. Esto permite que cambien en la medida de lo que se requiera, haciendo que los actores encuentren el tono que define a los personajes. De este modo, hay una comodidad inédita en cada capítulo de Los años dorados. Es quizás la suerte de tener a cuatro actrices experimentadas trabajando con guiones bien elaborados o, simplemente, se trata de una magia sincrónica gracias la química que tienen entre ellas Barros, Anita Reeves, Consuelo Holzapfel y Gloria Münchmeyer.
Así, la historia de cuatro mujeres de la tercera edad que comparten departamento en Viña adquiere una profundidad inusitada porque justamente hay en ella una suerte de franqueza que es inédita en nuestra televisión ahora mismo. Ahí hay amargura, pero también ironía, como la que desliza Barros en cada momento y también el resto de los personajes, que exhiben su propia memoria para contraponerla en el presente que desliza la comedia.
Aquello estaba en la versión original, pero esta adaptación local es capaz de apropiarse de aquella pregunta hasta volverla incómoda. Porque el centro del humor descansa en cómo indaga en temas como el cuerpo y la soledad afectiva, en cómo es capaz de ironizar sobre sus lugares comunes para desmontarlos presentándolos de cara a la cultura local. De este modo, si Casado con hijos, que desfiguraba cualquier concepto de familia chilena hasta volver a sus miembros una colección de esperpentos alimentados con lo peor de nuestra cultura popular, Los años dorados es bastante menos explícita pero quizás más inquietante, como si en la familiaridad de su anécdota pudiese existir mayor libertad, mayor posibilidad de contrabando. Por lo mismo, sus mejores momentos son aquellos cuando pareciese que las actrices usan el guión como punto de partida para internarse con naturalidad en los giros de un habla coloquial, asumiendo una libertad inaudita: mientras Münchmeyer desliza anécdotas sobre la vida sexual de su personaje, Reeves masca el abandono de su marido con un silencio triste que se convierte en una forma de la dignidad, Holzapfel se enfrenta a las paradojas de una soledad que no conocía. Barros remata todo lo anterior con franqueza y ferocidad, como si no importase nada, impidiendo cualquier clase de corrección política.
Esa incorrección es fresca y vivaz y hace que valga la pena la serie. Hay, por supuesto, una lección acá: el hecho de que las condiciones de producción precarias se subsanen con un guión inteligente que no considera al espectador un idiota, sino que incorpora los códigos de su audiencia para ironizar con ellos en pantalla, como si el mejor efecto de la sitcom fuese salir de sí misma para jugar con su contexto. En un momento en que gran parte de la televisión chilena carece de inspiración y honestidad, es una extraña paradoja que el programa más fresco sea la adaptación de un viejo show extranjero. Da lo mismo. Por ahora, Los años dorados es puro goce, una comedia tan rápida como obscena, tan divertida como franca.
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