Copa América: el sentido común

Hace un semestre era imposible pensar que íbamos a extrañar a Fernando Solabarrieta en esta Copa América. No es que lo extrañemos demasiado tampoco, pero su ausencia se nota en la transmisiones que TVN está haciendo de los partidos estos días. Solabarrieta era la encarnación de ese kitsch que sólo puede existir entre los oropeles y el dinero desquiciado del fútbol y el fanatismo del hincha vuelto sentimentalismo, en la lágrima viva que corre el riesgo de volverse ridícula, en la emoción despojada de inteligencia que aspira a ser una épica de las multitudes,  pero sólo puede contarse como un pequeño melodrama.


Pero Solabarrieta dejó TVN en medio de un lío mediático tan inverosímil como pueril y ahora, gracias a eso, ver un partido de la Copa por nuestro canal público es más bien someterse a una cacofonía de voces sin demasiado destino. Así, es como si Carcuro, Bonini, Luis Omar Tapia y el equipo del bloque deportivo estuviese un poco a la deriva, como si lo que se ve en pantalla fuesen voces dejadas a la intemperie, hablando solas desde un lugar que bien puede ser el borde de la cancha, pero que en realidad suena como si fuese otro planeta.


Quizás eso explica el éxito de Canal 13 en relación a la audiencia de los partidos. En C13 todo es más ordenado y más claro; hay un relato susceptible de ser contado haciendo que el fútbol parezca una narrativa con alguna clase de sentido. Así, hay un universo de distancia entre el aburrimiento que provocan los comentarios de Bonini (al que todos llaman “profesor” con más obsecuencia que verdadero respeto) y la velocidad que Claudio Palma le imprime a los partidos, que es algo parecido a una narrativa; es una mirada sobre los hechos, una lectura que se acomoda una y otra vez sobre lo que sucede en la cancha.


Antes eso caracterizaba a TVN. Junto con el fallecido Sergio Livingstone, Carcuro y Solabarrieta llevaban demasiados años haciéndolo y, por más que se hubiesen vuelto caricaturas de sí mismos, era posible ver en ellos algo parecido a un sello, a una estética que definía una marca. Te podía gustar o no, pero sabías que TVN transmitía el fútbol de cierta manera, que iba a ser exagerado y empalagoso, al punto de ser autocomplaciente hasta el límite del asco; que iba a involucrar llantos y gritos pero todo lo anterior le otorgaba alguna clase de lógica o sello específico, quizás una espectacularidad extraña, pero coincidente con los sueños de fuga de la generación de Francia 98, de Zamorano y Salas y de los primeros días de nuestra farándula.


Por lo mismo, estos días no es difícil decantarse por las transmisiones del 13. En cierto modo, son al presente lo que TVN fue hace veinte años: un estilo (que aparece en la suma de Claudio Palma, Aldo Schiappacasse, Juan Cristóbal Guarello y Ignacio Valenzuela) que funciona en sincronía con la actualidad. Hay en ellos algo de sentido común en un medio que parece haberlo perdido entre los escándalos de la FIFA (y su más que patética versión local a cargo de Sergio Jadue) y los futbolistas millonarios que chocan autos de lujo mientras piden al público que los aliente. Ese sentido común es quizás su mejor atributo porque a veces roza el humor pero que está profundamente anclado en la empatía que, por ejemplo, Palma y Schiappacasse tienen con el espectador. En TVN, por el contrario todo es más formal y quizás solapado, impostado; es, en suma, una cátedra fuera de lugar.


No hay demasiado misterio entonces en esta guerra del fútbol, un deporte que es antes que nada, un relato, una novela, un drama cuya belleza siempre descansa en cómo los jugadores se internan en la incertidumbre para volver de ahí transfigurados. En TVN, aquella clase de relatos de carne y hueso desaparecieron hace tiempo. En C13, en cambio, son narrados a escala humana: el drama y la felicidad en la medida justa, el gol cantado o comentado sin interrupciones o excesos, en su extraña y cercana belleza.

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Published on June 21, 2015 06:46
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Álvaro Bisama
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