Zamudio: A sangre fría
Hace tres años, el asesinato de Daniel Zamudio en el parque San Borja no sólo representó un crimen de odio de tal magnitud que terminó encarnando parte importante de las tensiones sociales chilenas en relación a la identidad sexual, los escombros de las ideologías y una violencia social latente. También obligó a los ciudadanos a replantear el mapa de Santiago, una metrópolis que se presentaba en el nuevo siglo con el rostro desfigurado. Ahí, la muerte de Zamudio podía leerse como un símbolo atroz de cómo la sociedad chilena se constituía, indicando quiénes eran sus nuevos marginados y cómo estos deambulaban por una capital que debía aprenderse a habitar de nuevo.
El libro que Rodrigo Fluxá publicó sobre el caso recurría a ese tejido social para escenificar los puntos de encuentro de todos los involucrados en el crimen, presentándolo como una catástrofe que quizás era anunciada desde hace mucho tiempo. Zamudio. Perdidos en la noche (domingos a las 22:20 horas), la serie que TVN empezó a emitir el domingo pasado, toma el libro como referente y lo lleva un poco más allá, haciendo que la ficción documental indague cómo los personajes habitaron dichos espacios y cómo aquello los definió de modo irrevocable. Construido sobre la base de flashbacks y focalizado en tres personajes (la víctima y dos de sus asesinos) la serie recreó las biografías que Fluxá describía como el retrato de una clase media en suspenso, que es el centro del debate local sobre las implicaciones de la desigualdad, el fracaso de la educación pública y los límites de las libertades individuales.
Más allá de una factura técnica impecable, la eficacia de los actores involucrados, y la idea de jugar con los códigos de la televisión contemporánea (aunque la sombra de HBO y su True detective es un tic que podría haberse evitado) lo que queda de Zamudio es la forma en la que su director, Juan Ignacio Sabatini, filma una ciudad que no había sido retratada así hasta ese momento. Así, lo más interesante no proviene del relato del crimen -cuyo final atroz ya conocemos- sino la sucesión de calles, discotecas, pasajes, plazas y rincones que son presentados en el capítulo como un laberinto donde los personajes se buscan a sí mismos y a los otros, atrapados en un juego de espejos asfixiante. Ahí, la violencia y el abandono se constituyen en los únicos lenguajes posibles, amplificando la violencia doméstica que marca a los protagonistas, todos perdidos en un Santiago nocturno donde sólo pueden vivir a la deriva mientras abrazan la noche y la autodestrucción como las únicas utopías posibles.
Así, Zamudio carece de todo consuelo pues deja que el espectador contemple cómo la tragedia va a tomar lugar. Por supuesto, hay harto de determinismo social en el trazo grueso de aquel naturalismo, pero quizás está ahí la respuesta franca sobre cómo la televisión pública puede llegar a investigar nuestros temas más urgentes. De este modo, la serie nos debe importar no sólo como un relato documental sino también como un ensayo sobre cómo filmar el Santiago de la última década. Con esto, TVN recupera una vocación que muchas veces parece haber perdido entre los programas de Viñuela y escándalos mediáticos como la salida de Fernando Solabarrieta. Todo lo anterior hace imposible que la serie pueda competir los domingos con alguna teleserie turca pero sí debatir el presente de modo más nítido que Tolerancia Cero, un programa que luce como una conversación banal, aburrida y predecible al lado de este Santiago feroz que Zamudio exhibe sin culpa, acaso como una fiesta cruel e hiperreal.
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