POAW - Capítulo 19 -Parte 1


Donde duermen los peces


Existía la gente estúpida y existía Adam Walker.

Sabía que no tenía que dejar que me afectara pero de igual manera sus palabras se seguirían repitiendo en mi cabeza como una de esas canciones pegajosas que detestas pero que no puedes evitar parar de cantar.

No podía creer que después de todo lo que tuvimos que pasar, estuviera haciéndome sentir como la mierda misma. Porque así era como me sentía para él: como la mierda que se pegaba en el zapato y te morías por deshacer.

¿Qué había ocurrido para que actuara de esa forma? ¿Dónde estaba el Adam que el día de nuestra boda prometió hacerme feliz y cuidar de mí y de mis libros?

Y aunque traté de no llorar mientras presionaba el botón del ascensor, no pude evitar soltar una que otra silenciosa lágrima recordando sus palabras, dichas de labios para afuera.

Continúe presionando pero el elevador del hospital no subía, hasta que al fin las puertas se abrieron y fui a dar de narices con Diego y su novia Mia.

Ambos iban tomados de la mano, y había que admitir que la rubia se miraba nerviosa.

—¡Anna! ¿Ocurrió algo? —preguntó Diego al ver mi rostro; más específicamente las infames lágrimas que no se detenían.

Mia, de manera milagrosa, suavizó su dura expresión y me lanzó miradas de simpatía.

—Esto lo hizo mi hermana, ¿cierto? —preguntó ella.

La ignoré mientras me concentraba en no vomitar los pastelillos que acababa de llevar a mi estómago.

—Disculpen —hablé con voz ronca—, solo quiero llegar pronto a casa.

Me moví lejos de ambos y me abrí paso dentro del elevador; con la mirada fija al suelo y mis brazos cruzados a modo de protección.

—¿Anna? ¿Estás bien?

Era otra vez Diego, soltando la mano de su novia.

—Solo quiero irme pronto. Si no te importa, te sugiero que salgas del ascensor.

—De acuerdo, te dejaré en paz... Pero olvidaste algo tuyo en mi auto.

—¿Algo mío? ¿El qué?

—Tu maleta... La dejaste sobre el asiento trasero.

Era cierto. Mi maleta.

—¿Podrías dármela ahora? —dije casi en una súplica.

Noté vagamente que él asentía y le dijo algo a Mia al oído para luego dejar que ella saliera del elevador.

Las puertas comenzaban a cerrarse cuando una mano las detuvo.

—¿Sabes una cosa? —era Mia—. Todos piensan que yo soy la peor entre mi hermana y yo. Lo que ignoran es que ella es mejor actuando como si lo fuera.

Soltó las puertas y se dio la vuelta para marcharse. Cuando por fin comenzaban a cerrarse de nuevo, otra vez una mano las detuvo. Mantuve mi rostro inexpresivo y siempre en dirección al suelo.

—¿Qué? —reclamé un poco demasiado fuerte—. Ya sé que tu hermana es una perra, no tienes por qué decirm...

Me silencié al instante al notar que no era Mia quien había detenido la puerta esta vez sino Adam. El idiota.

—¿Creías que te iba a dejar ir así de fácil? —dijo él—. Voy contigo al hotel.

Entró en el elevador pero no sin antes fulminar con la mirada a Diego.

—Esta es una discusión de pareja, ¿podrías...? —le señaló la puerta.

—Ah no. Diego es mi amigo, me voy a ir con él —protesté.

—¿Desde cuándo este tipo es amigo tuyo? ¿De dónde lo conoces?

—Del mismo lugar que lo conoces tú, imbécil.

—¿Yo?

Adam seguía dentro del elevador y las puertas comenzaban una vez más a cerrarse. Aproveché mientras él examinaba a Diego, y lo empujé fuera del mismo.

—¿Podrías darme algo de espacio? —gemí—. Ya es lo suficientemente malo tener que soportar escuchar de otras mujeres que tú besas a cualquiera. Si te casaste conmigo solo porque me embarazaste, entonces... entonces es mejor que me dejes. Prefiero renunciar ahora a vivir en un matrimonio donde tú pones primero a tus mejores "amigas" y luego me dejas a mí y a tus hijas de lado.

—¿De qué carajos...?

—Y no solo eso —lo interrumpí— sino que también crees más en sus palabras que en mí, que se supone que soy tú esposa. Tú, bueno para nada... Oh, espera, sí que eres bueno en algo: en romperme el corazón. Además, no puedo creer que hayas dejado que ella le pusiera Noah a su hijo. ¡Noah era algo entre tú y yo! No puedo creer cuántas veces he repetido esto pero… eres un tonto.

Pronto me quedé sin energía para pelear y me callé.

Esperaba escuchar su respuesta pero él nunca respondió porque el elevador se puso en marcha y Adam no había logrado entrar a tiempo… o él había decidido dejarme continuar.

Suspiré, una parte de mí aliviada.

—No digas nada —le advertí a Diego cuando noté que abría y cerraba su boca para querer decirme algo.

—No iba a hacerlo —se apresuró a decir—, pero ¿hijas?

—¿Qué?

—Le dijiste a él que te dejaba a ti y a sus hijas de lado. "Hijas".

—Mierda. Solo he cometido errores este día. Supongo que ahora nos ves por lo que realmente somos: una pareja de inmaduros que contrajeron matrimonio como si fuera cosa de juego.

—No, no es así. Veo a dos personas demasiado pasionales y territoriales que solo no saben todavía cómo llevarse mejor.

Las puertas se abrieron en el primer nivel y, aunque en lo secreto esperaba que Adam me hubiera seguido, no lo vi por ninguna parte.

Yo y mis tontas ilusiones.

—De verdad solo lo estás endulzando con palabras bonitas... —le dije a Diego, caminando a paso rápido en dirección al estacionamiento— pero sé cuándo retirarme y estoy muy cansada para seguir con esto. Me voy a divorciar de él. Y no lo hago como una decisión apresurada; lo hago porque ninguno de los dos sabe lo que está haciendo. Siento que estamos jugando a ser una familia y no siendo en realidad una.

—Oye, espera. Para mí esto suena a una decisión apresurada; consúltalo con la almohada y...

—No —dije caminando más rápido—, las almohadas no siempre tienen la solución a mis preguntas. Si las cosas continúan como ahora, que es la luna de miel, no me quiero ni imaginar cómo será de aquí a unos meses. Era inevitable, me apresuré a casarme con alguien que no comparte nada de su vida.

—Yo no quiero entrometerme pero...

—Entonces no lo hagas. Por favor, mi maleta.

Diego lanzó un largo suspiro antes de desbloquear la puerta del auto para mí. Me ayudó a bajar la maleta pero le costó mucho entregármela.

—¿Vas a ir al hotel? —preguntó dubitativo.

—Sí, voy a recoger mi dinero y luego regreso a casa.

—Eh... Yo... Es tarde, la lluvia cesó por los momentos pero va a volver con fuerza después.

—Sí, ¿y?

—¿Te gustaría pasar al menos esta noche en casa de mi abuela? A ella y mi abuelo les sobran habitaciones... Estarás cien por ciento segura allí. Por favor, es probable que a esta hora ni siquiera haya transporte porque siempre que llueve se cancelan los viajes.

Una media sonrisa se dibujó en mi rostro.

—Pues qué clase de empresa de transporte más deficiente tienen aquí para que no trabaje en días de lluvia.

—Es un asco, créeme.

—De acuerdo. Tal vez sea bueno que me calme primero y pase esta noche en casa de tu abuela.

Me obligué a no dirigir la vista en dirección a la puerta de entrada del hospital, buscando a Adam; de todas formas él no estaba ahí, decidió no volver a seguirme.

—Vamos —me indicó Diego—. Te llevaré yo mismo. Devuelve esa maleta.

—¿Estás seguro? Deberías estar con tu novia.

—Ella entenderá, estoy cien por ciento seguro. Ven.



****




Mi vergüenza fue absoluta cuando Diego me hizo el favor de explicarle a su abuela que me tendrían por una noche. Su abuelo, un señor de no más de cincuenta años y de cabello cano, fue muy amable conmigo cuando se presentó.

—Un gusto —dijo haciendo una leve reverencia de caballero—. Noah Ross, para servirlo.

Sí, el nombre me perseguía a todos lados.

Traté de no avergonzarme pero era imposible. Harían preguntas y no quería responder todavía nada.

—La cena estará lista a las siete —dijo la Sra.Ross—. Me encanta recibir visitas y que así prueben mis nuevos platillos; no te sientas incómoda y piensa en esta como tu casa.

Ambos me sonrieron amablemente y me indicaron mi habitación temporal. Diego cargó mi maleta hacia el segundo nivel, todo el tiempo con su celular vibrando en el bolsillo de su camisa.

—Debe ser tu novia. De verdad estoy bien, ve con ella. Te has portado mejor de lo que cualquier persona extraña se portaría.

—Sí, ella puede llegar a acosar un poco. ¿Estás segura que no quieres que me quede?

Asentí una vez y le di una sonrisa afable.

—De acuerdo —dijo suspirando—. Será mejor que conteste. ¿Paso por ti en la mañana? Es más seguro si soy yo quien te lleva a la central de transporte.

—Bien, muchas gracias. No tenías por qué ayudarme como lo has hecho.

Se despidió de mí con un beso en la mejilla y me dejó en mi habitación.

No sabía si estaba haciendo bien o mal al aceptar quedarme en casa de los señores Ross. Ojala tuviera todas las respuestas de mi vida, así nunca sentiría dudas de nada.

Me senté sobre la cama cubierta de un bonito colchón blanco, cuando mi celular comenzó a timbrar dentro de mi maleta. Había olvidado que lo tenía guardado.

La canción Dangerous and Sweet podía escucharse por todo el segundo piso.

Era Adam.

Lo silencié y lo mandé a correo de voz pero él fue insistente y continuó llamando.

Al final me cansé y le contesté con un simple y seco:

—¿Qué quieres?

Pero, para mi sorpresa, no fue su voz la que escuché al otro lado de la línea.

—¿Anna? Lo siento, soy Rosie. Adam regresó al hotel a recoger su teléfono porque lo había dejado en recepción… Él no te encontró en su habitación, y tampoco encontró ninguna de tus pertenencias, se puso como loco.

Rodé los ojos, furiosa porque ella tuviera a algo tan personal como el teléfono de Adam. Pero a estas alturas ya nada tenía que sorprenderme después de haberla visto usando su camisa. Era hora que él pagara caro sus estupideces.

—Vuelvo a repetir —dije de forma amargada—. ¿Qué quieres?

—Bueno… de verdad lamento todo. No espero que me creas pero en realidad solo quiero lo mejor para ti y para Adam; por eso sigo sin entender cómo pudiste hacerlo esto a él.

—¿Hacerle qué? ¿Irme? ¿Tener dignidad antes que se acueste contigo en mi cara y diga que lo hizo porque eres su mejor amiga y se lo pediste?

—Las cosas no son así, no todo es negro o blanco. Por favor no malinterpretes. Tengo un bebé, soy madre y ahora poseo una vida que debo cuidar y alimentar…

— Y déjame adivinar, ¿querías a mi esposo como suministrador oficial de dinero para tu hijo? Estás loca.

—No es eso… te lo juro.

—Ya me cansé de esto. Dile a Adam que mejor no me busque porque no me va a encontrar.

—Él es una buena persona… en serio. Escucha, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte después. Veo a Adam como un hermano.

—Pues eres una mujer muy incestuosa.

—Déjame hablar, por favor. Yo… yo cometí un pequeño error al decirle los planes que tenías de ver a su hermano, pero no sabía que ibas a alterarte por eso. Lo siento.

—Deja de disculparte de una vez. Ya lograste separarnos y eso era lo que querías; además te pido que dejes de hablar en nombre de Adam. Deja que el perezoso encuentre la manera de disculparse solo.

—Está bien, me rindo. Si quieres irte entonces vete; pero hay algo que quería decirte primero: si tú abandonas a Adam, prometo que voy a esforzarme por tenerlo a mi lado. Si tú lo dejas ir sin dar una buena pelea… haré todo lo posible por ganarme su corazón. Puede que este bebé no sea su hijo pero lo amará más de lo que alguna vez te llegará a amar. ¿Quieres que pase eso? Dime, Anna, ¿estás segura de querer que te deje de lado?

Tragué saliva con fuerza, negándome a creer que Rosie estuviera diciendo todo esto. La perra sacó sus garras.

—Él ya me hizo de lado —murmuré con voz suave. Entonces colgué la llamada.

Quería echarme a llorar pero entonces mi teléfono volvió a timbrar. Era la canción de Adam, de nuevo.

Contesté por enojo.

—No me cuelgues —se apresuró a decir Rosie, de fondo comenzó a oírse el llanto de un bebé—. Eres una estúpida. Una estúpida que tiene todo al alcance de su mano pero decide ignorarlo solo por pequeñas idioteces. Pero yo no seré igual de estúpida como tú… yo quiero a Adam; lo he amado desde que ambos éramos pequeños asustadizos de robar galletas a escondidas… lo quiero como tú nunca lo vas a querer. Por favor, te pido que no vuelvas a llamarlo nunca. Me encargaré que no te busque si eso tengo que hacer. Eres una tonta.

Entonces colgó y mi furia alcanzó niveles nuevos porque comencé a llorar de cólera.

No podía creer mi suerte. Si no era Marie la que se interponía, era Rosie. No sabía cuál de las dos era peor. Pero lo que más dolía saber era que Adam seguía siendo el mismo que se dejaría influenciar, y yo, la tonta (como bien dijo Rosie) que terminaba llorando.
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Published on February 08, 2015 18:03
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Lia Belikov
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