2×902 – Añejo

902


 


Barrio de Bayit, ciudad de Nefesh


25 de noviembre de 2008


 


Nuria roía aquél pedazo de carne sanguinolento de origen incierto con las encías desnudas, soltando espumarajos de saliva rojiza que le recorrían el mentón hasta impactar contra el duro suelo de cemento del patio de la tienda de mascotas. Tenía un nuevo barreño lleno hasta arriba de agua limpia en el que había saciado su sed poco antes, en esta ocasión sin volcarlo. Estaba tan entregada a su tarea que ni siquiera prestaba atención a Paris, que estaba sentado en el suelo al otro lado de aquellos gruesos barrotes, rodeado de al menos media docena de botellas vacías de vino, vodka y ron.


PARIS – ¿Pero tú te has visto? Tienes toda la ropa llena de… de sangre, y de vómito, y además te has… Recuérdame que te bañe un día de estos. Apestas.


            El dinamitero agarró la botella de vino que tenía al lado y bebió a morro hasta que no quedó una sola gota. Acto seguido la estampó contra la pared, desperdigando una miríada de cristales por doquier. El eructo que expulsó a continuación hizo que la infectada se abstrajese por un momento de su manjar y se le quedase mirando. El pedazo de carne que sostenía entre sus dedos, cuyas uñas habían empezado a crecer de nuevo, se le escurrió, rebotó en su rodilla desnuda y quedó inmóvil en el sucio suelo. La infectada se abalanzó contra los barrotes y empezó a agitarlos con ambas manos, mientras gritaba otro montón de incongruencias.


PARIS – ¡Que te calles! Encima que te traigo de comer me vas a venir a mi con gruñiditos.


            La infectada gritó de nuevo. Paris imitó el grito, pero con un tono de voz mucho más alto. Nuria volvió a gritar, aunque algo más tímidamente. Paris vociferó hasta desgañitarse, hasta que unas gruesas venas se hinchasen en su cuello y su sien. Entonces se percató que Nuria se había arrinconado en el extremo opuesto de su jaula, hecha un ovillo y con la cabeza gacha, asustada por sus gritos. El dinamitero sonrió.


PARIS – Ah, Dios mío, Nuria… ¡Sólo me quedas tú en esta vida! Y mira que no me caíste bien nunca. Hablabas demasiado, joder. Mira que más de una vez pensé que tendría que haberte dejado encima de aquella farola, con tal de no oírte. Pero el chico… a él le gustabas mucho. No sé qué vio en ti, la verdad. Si estás medio esquelética y no tienes tetas. Pero a él… No te portaste bien con él. Nadie se portó bien con él. Lástima de chaval. Si no fuera porque… ¡Ah! Los mataría otra vez, y otra, y otra. ¡Hijos de la gran puta!


            El dinamitero dio un golpe con el puño cerrado en uno de los barrotes, y un característico sonido metálico vibrante se apoderó por un momento de la trastienda.


PARIS – ¿Sabes? La culpa no fue mía. Él estaba ya casi en el portal cuando le dio por ir a buscar al puto crío ese. Habríamos tenido tiempo de subir los dos tranquilamente, mientras se lo comían. Pero no. El señor perfecto tenía que ir a salvar al imbécil ese que no hacía más que ponerle verde. Me cago en Dios… Está claro que no puedo tener amigos. Todo lo que toco se echa a perder. Soy el Rey Midas de la mierda.


            Al dinamitero pareció agradarle su ocurrencia, y comenzó a reírse a carcajadas, sin duda azuzado por el exceso de alcohol que corría por sus venas. La infectada le observaba con atención, sin saber muy bien cómo reaccionar.


PARIS – Pero a ti no te va a tocar un pelo nadie. Hombre que no. Como alguien intente hacerte algo, te juro por Dios que le arrancaré la cabeza con mis propias manos. No. No, no, no… Tú todavía tienes que dar a luz a Marquitos.


            Paris sonrió, y echó un vistazo en derredor en busca de alguna otra botella que llevarse a los labios. Suspiró decepcionado al comprobar que aquella botella de vino era la última. Se lo había bebido todo.


PARIS – Me cago en la puta. Tendría que haber traído más…


            Se disponía a levantarse, pero le sobrevino un mareo y tuvo que volver a tomar asiento, viendo cómo todo daba vueltas a su alrededor.


PARIS – Oh, Dios mío. Cómo tengo la cabeza.


            Ya se había quedado medio dormido cuando los gritos de Nuria le abstrajeron de su somnolencia etílica. Abrió los ojos y vio que la infectada se había levantado. Paris se quedó de piedra al comprobar cómo se mantenía en pie. Sólo estaba apoyando la pierna izquierda, y la otra la tenía doblada en una posición realmente grotesca, que producía dolor con sólo mirarla, pero su pie izquierdo parecía haberse curado. El tendón de Aquiles que él mismo se había encargado de cortar semanas atrás parecía haberse vuelto a soldar por sí solo, contraviniendo todas las leyes de la fisiología humana. Paris sonrió durante un instante al contemplar el logro, pero aquella sonrisa le abandonó instantáneamente tan pronto se dio la vuelta y vio a Juanjo asomándose a la puerta del patio.


JUANJO – ¿Se puede?


PARIS – ¿¡Qué coño haces tú aquí!?


            Juanjo tragó saliva, consciente de lo delicado de la situación, dada la envergadura de ese hombre y su más que evidente estado de embriaguez.


JUANJO – Estaba… Estaba dando una vuelta…


PARIS – Vete. Aquí no se te ha perdido nada.


JUANJO – Pero…


PARIS – ¡Fuera!


JUANJO – Es que… vengo acompañado.


            El banquero mostró la mano que había mantenido oculta tras el marco de la puerta. En ella sostenía una vieja botella de etiqueta blanca con un líquido dorado en su interior.


PARIS – ¿Cómo es eso?


JUANJO – Mi amiga… es escocesa, y tiene dieciocho años. Nadie nos va a detener por meterle mano.


            Paris aguantó un par de segundos más su rictus de odio, pero enseguida comenzó a reírse. Juanjo respiró aliviado, consciente de lo cerca que había estado de echarlo todo a perder.


PARIS – Trae.


            Juanjo corrió sumiso hacia el dinamitero y le entregó la botella de whiskey añejo, sin perder ojo a Nuria, que seguía dando voces al otro lado de los barrotes. Paris le quitó el tapón, lo tiró hacia un lado, perdiéndolo dentro de otra de las jaulas vacías, y le dio un buen trago.


PARIS – ¿Dónde has encontrado esto?


JUANJO – Estaba en la casa de un viejo, metido dentro del minibar. ¿Está bueno?


PARIS – Joder que si está bueno. Me cago en mi vida. Toma, pruébalo.


            El banquero siguió la sugerencia de Paris, y dio un corto sorbo a la botella. El dinamitero no mentía: tenía muy buen sabor.


JUANJO – Sí que está rico. Se nota que tienes buen paladar.


            Paris sonrió. De repente se giró hacia Nuria, muy serio.


PARIS – ¡Que te calleeeeeees!


            La infectada dejó de zarandear la jaula y se arrodilló en el suelo, dándoles la espalda. Juanjo se quedó de piedra. Jamás antes había visto a un infectado en una actitud ni remotamente parecida. Se inclinó ligeramente y le ofreció su mano a Paris.


JUANJO – Yo soy… Juanjo.


            Paris observó la mano rolliza que tenía delante de sí, miró de nuevo a los ojos del visitante, y acto seguido la estrechó fuertemente. Juanjo se esforzó por no mostrar con su expresión facial el dolor que sentía por el exceso de entusiasmo de su nuevo compañero, y le estrechó la mano lo mejor que supo. Paris rodeó a Juanjo con su brazo por detrás del cuello, posando su rolliza mano sobre el hombro del banquero. Habló muy cerca de él, soltando una ráfaga de fétido aliento alcohólico que nubló la vista de Juanjo por un instante.


PARIS – Tú y yo nos vamos a llevar bien.


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Published on October 17, 2014 15:00
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