2×899 – Encima
899
Frente a la guardería Olam, al oeste de la ciudad de Nefesh
25 de noviembre de 2008
Zoe observó desde su posición encima de la furgoneta Volkswagen cómo Bárbara sacaba de la guardería otro de los bebés dentro de un capazo azul, escoltada por Carla y por Carlos. Había estado contándolos hasta la media docena, pero ya había perdido la cuenta. Daba la impresión que no fuesen a acabarse nunca. La profesora se apresuró a entregarle la cunita a Darío, como si estuviese participando en una carrera de relevos, y corrió de vuelta al interior de la guardería a por el siguiente, seguida de cerca por sus dos fieles guardaespaldas. Darío introdujo el bebé en el furgón de Germán, junto a los demás que ya habían trasladado anteriormente y a Josete, que se encargaba de mantenerlos distraídos con peluches y juguetes varios.
No habían tenido tiempo siquiera para las presentaciones, pues lo que tenían entre manos era demasiado importante para entretenerse con banalidades. Lo primero que hicieron fue trasladar a la furgoneta verde oliva todos los enseres infantiles y el alimento de los bebés que habían acumulado tras la persiana. Acto seguido Carlos se encargó de acercar hasta ahí el furgón de Germán, haciendo uso de las llaves que le entregó Darío. Desde entonces habían estado trasladando a los pequeños, uno tras otro, y repartiéndolos alternativamente entre los dos vehículos. Zoe había trepado a la furgoneta y Marion al furgón blanco, y ambas oteaban en todas direcciones, rifle en mano, atentas y dispuestas a actuar con total contundencia al más mínimo signo de hostilidad.
Bárbara emergió de nuevo de la persiana de la guardería, sosteniendo por el asa otro de aquellos capazos acolchados, en el que descansaba una niña rubia de ojos azules que lo miraba todo con entusiasmo desmedido y una pizca de ansiedad. La pequeña se puso a llorar al escuchar la fuerte detonación que hizo retumbar los cristales de los comercios circundantes. Otros tantos bebés no tardaron en imitarla. La profesora se giró hacia el extremo de la calle, para descubrir el cuerpo de un infectado tirado en el suelo, retorciéndose, con una herida de bala en el cuello de la que no paraba de brotar sangre infecta a borbotones. Miró a Zoe, que sostenía entre sus dedos temblorosos el rifle con el que había disparado al sigiloso infectado.
BÁRBARA – Muy bien, Zoe.
La niña asintió brevemente, centrando de nuevo toda su atención en la calle abandonada. A Marion le temblaban las piernas. Ella ni siquiera había reparado en él hasta que la pequeña lo abatió. La profesora se giró al escuchar tras de sí la voz de Carlos, que entraba de vuelta a la guardería seguido de cerca por Carla, que había estado siguiéndoles de un lado a otro sin abrir la boca desde que llegaron.
CARLOS – Sólo queda uno ya, voy a por él.
BÁRBARA – ¡Vale!
Carlos y Carla entraron a toda velocidad a la guardería. Bárbara, algo más intranquila, mirando en todas direcciones, se dirigió a la furgoneta y le entregó el portabebés a Chistian, que hizo caso omiso al dolor de su pie y cumplió con su deber maquinalmente. El ex presidiario cerró el portón trasero con un portazo, lo que hizo que los bebés de ambos vehículos llorasen aún con más ganas, sin importar ya los esfuerzos del pequeño Josete por mantenerlos en silencio.
ZOE – ¡Viene otro!
Marion asintió, y apuntó hacia donde señalaba la niña, pues ésta no podía atinarle, ya que Marion se encontraba en la trayectoria del disparo. Era una niña, de la misma edad que Josete, aunque tenía la cara desfigurada y le faltaba el brazo izquierdo hasta la altura del hombro. A diferencia del infectado que había abatido Zoe, ella no tenía el menor pudor en gritar, y venía corriendo a gran velocidad. A Marion no le tembló el pulso y disparó a la niña. La bala impactó en la calzada, desprendiendo en el proceso algo de asfalto y algunas chispas. La hija del famoso presentador de informativos se concentró, colocó el ojo derecho en la mirilla y disparó de nuevo. La niña rodó por el suelo tras el impacto, y se disponía a levantarse cuando una tercera bala atravesó su cráneo, entrando por la frente y saliendo por la nuca, salpicándolo todo de sangre a su alrededor. Carla salía en ese momento de la guardería, con otro de aquellos capazos a cuestas, y su mirada se cruzó por un momento con la de Marion. La veinteañera se giró hacia la niña muerta, y su mandíbula inferior cayó a plomo hacia abajo. Carlos la arrancó de su ensimismamiento con un grito.
CARLOS – ¡Vamos! ¿A qué esperas?
El instalador de aires acondicionados agarró a Carla del antebrazo y prácticamente la arrastró al furgón. Su abuelo se encargó de acomodar al pequeño en la parte trasera del vehículo. El sonido de los llantos infantiles no hacía más que empeorar la situación. Al parecer la sesión de limpieza no había sido suficiente, ya que los gritos coléricos de otros infectados se oían en la distancia. De lo que no cabía la menor duda, era que debían abandonar la zona cuanto antes.
BÁRBARA – ¡¿Ya están todos?!
CARLOS – Sí.
BÁRBARA – ¡Pues vámonos de aquí cagando leches!
La profesora tiró de la persiana de la guardería con todas sus fuerzas, y ésta impactó contra el suelo generando un gran estruendo. Ya poco importaba un poco más o menos de ruido. Ayudó a Zoe a bajar de encima de la furgoneta y llamó la atención de Carla, que se había quedado embobada mirando al cadáver de aquella niña, el interior de cuyo cráneo seguía drenándose en la sucia calzada. La guió al vehículo tras cuyo volante ya se encontraba Christian, que se había molestado incluso en arrancar el motor, y entraron las tres sin demora. Carlos arrancó el furgón y tomó la delantera, y seguido de cerca por el ex presidiario, abandonaron el lugar, dejando tras de sí la furgoneta roja con la que habían venido y a un grupo de al menos cinco infectados que se dirigían ahí a ver si podían hincharles el diente.


