Un sábado a la medianoche entré al baño a lavarme la boca y su cepillo de dientes me interrumpió con un grito.
−¿Dónde está?
−¿Quién?, le pregunté sorprendido.
−Mi dueño −dijo furioso− hace dos meses que no lo veo.
−Se fue, le respondí a secas.
−¿Cómo que se fue?, inquirió exaltado.
−Un día salió por la puerta y no volvió, desapareció y te dejó conmigo.
−¿Y tú qué hiciste para que regresara?, cuestionó el huérfano lleno de odio.
−Le dije te quiero.
−¿Qué más?
−Fue lo más extraordinario que jamás haya hecho por nadie, confesé.
El cepillo de dientes comenzó a llorar desconsolado.
−¿Qué querías que hiciera?, demandé.
El cepillo guardó silencio.
−¿Qué?, agregué descompuesto.
El cepillo viejo con restos de dentífrico se quedó mudo. Lo tomé, le di un beso y lo tiré a la basura junto a la pijama de su dueño, aún impregnada de nuestra última medianoche de sábado.
(Texto para El Día, marzo de 2014)
Published on April 02, 2014 08:23