Hoy hace un año que me echaron del trabajo, algo muy comú...
Hoy hace un año que me echaron del trabajo, algo muy común no sólo entre la población en general, sino entre aquellas personas que nos dedicábamos a la exhibición cinematográfica. Los cines cierran, y los que siguen abiertos creen que como se ha digitalizado la cabina pueden prescindir del operador. Es como tener un restaurante y despedir al cocinero para sustituirlo por un microondas, pero no pasa nada: la gente, dicen, sigue yendo al cine. No se lo cree nadie.
Supongo que debería celebrar esta fecha. Hay gente que cuando se queda sin trabajo decide liarse la manta a la cabeza y se marcha un año a recorrer mundo. Yo podría haberlo hecho, ¿por qué no? Coger la raquítica indemnización y acabar perdido en un monasterio del Nepal: tal y como han ido las cosas este año, no hubiera sido una mala opción. Todo lo que he intentando levantar este año se ha desplomado con mayor o menor fuerza, con mayor rapidez o lentitud. He buscado trabajo, aquí en España y en Reino Unido, sin éxito. Ni siquiera he sido capaz de escribir un libro, ya que Shanghai es en realidad uno que llevaba escribiendo seis años y que ya estaba más que hecho. Tampoco me he quedado en Reino Unido y quienes se supone que me iban a ayudar para ir a Islandia se perdieron tan pronto como dije que iba. Ni siquiera salió adelante el curso de socorrismo. Sé que nada de esto depende de mí: esta vez el fracaso no es mío por mucho que lo sienta así (por mucho que haya gente que piense que así es). Yo hago todo lo que puedo.
Es un periodo, un estadio, extraño. Me lo paso bien con mis amigos pero la distancia que nos separa es cada vez mayor. Es normal, supongo: tienen sus trabajos, sus novios, sus planes. Se compran coches, se van de viaje, salen de cenas una vez por semana, y al cine también, y quedan para ir a comprarse ropa cuando cobran. La vida sigue igual, pero para mí no. Yo me vuelvo cada vez más apático y envidioso de su suerte, y eso hace que me sienta un poco más extraño y un poco más solo cada día. La otra noche vi Young adult, una cinta que me dije que jamás vería por aquello de que era del director de Juno y Up in the air, dos películas que detesto. Y sin embargo Young adult hizo que me invadiera un sentimiento de euforia tan grande. Fue estar sentado en el sofá de casa sabiendo que en otro sitio, dos años antes, alguien ha hecho una película para decirte algo. Así de grande es mi ego si es que esta es una razón de egocentrismo. Experimentar esa suerte de comunión o revelación que sucede cuando te sientes dolorosamente reflejado en un personaje, en una creación, que no es tuya es fantástico. De repente dejas de sentirte solo, fíjate lo que son las cosas. Aunque sólo sea durante noventa minutos y frente al televisor (he ahí la paradoja).
Puede que como le dijera el otro día a José Confuso mientras hablaba con él: el problema es que ahora ha empezado la vida real. Puede que, efectivamente, todo esto que ocurre es que estoy obligado a andar.
Supongo que debería celebrar esta fecha. Hay gente que cuando se queda sin trabajo decide liarse la manta a la cabeza y se marcha un año a recorrer mundo. Yo podría haberlo hecho, ¿por qué no? Coger la raquítica indemnización y acabar perdido en un monasterio del Nepal: tal y como han ido las cosas este año, no hubiera sido una mala opción. Todo lo que he intentando levantar este año se ha desplomado con mayor o menor fuerza, con mayor rapidez o lentitud. He buscado trabajo, aquí en España y en Reino Unido, sin éxito. Ni siquiera he sido capaz de escribir un libro, ya que Shanghai es en realidad uno que llevaba escribiendo seis años y que ya estaba más que hecho. Tampoco me he quedado en Reino Unido y quienes se supone que me iban a ayudar para ir a Islandia se perdieron tan pronto como dije que iba. Ni siquiera salió adelante el curso de socorrismo. Sé que nada de esto depende de mí: esta vez el fracaso no es mío por mucho que lo sienta así (por mucho que haya gente que piense que así es). Yo hago todo lo que puedo.
Es un periodo, un estadio, extraño. Me lo paso bien con mis amigos pero la distancia que nos separa es cada vez mayor. Es normal, supongo: tienen sus trabajos, sus novios, sus planes. Se compran coches, se van de viaje, salen de cenas una vez por semana, y al cine también, y quedan para ir a comprarse ropa cuando cobran. La vida sigue igual, pero para mí no. Yo me vuelvo cada vez más apático y envidioso de su suerte, y eso hace que me sienta un poco más extraño y un poco más solo cada día. La otra noche vi Young adult, una cinta que me dije que jamás vería por aquello de que era del director de Juno y Up in the air, dos películas que detesto. Y sin embargo Young adult hizo que me invadiera un sentimiento de euforia tan grande. Fue estar sentado en el sofá de casa sabiendo que en otro sitio, dos años antes, alguien ha hecho una película para decirte algo. Así de grande es mi ego si es que esta es una razón de egocentrismo. Experimentar esa suerte de comunión o revelación que sucede cuando te sientes dolorosamente reflejado en un personaje, en una creación, que no es tuya es fantástico. De repente dejas de sentirte solo, fíjate lo que son las cosas. Aunque sólo sea durante noventa minutos y frente al televisor (he ahí la paradoja).
Puede que como le dijera el otro día a José Confuso mientras hablaba con él: el problema es que ahora ha empezado la vida real. Puede que, efectivamente, todo esto que ocurre es que estoy obligado a andar.
Published on December 02, 2013 01:37
No comments have been added yet.
Raúl Portero's Blog
- Raúl Portero's profile
- 6 followers
Raúl Portero isn't a Goodreads Author
(yet),
but they
do have a blog,
so here are some recent posts imported from
their feed.

