El libro que me escribe
Qué ingenuo soy de vez en cuando, demontres. En julio, como os comentaba en esta entrada, me puse al fin a escribir mi nueva novela, que trata sobre las andanzas en el Nuevo Mundo del hidalgo don Pedro Almofrei de Traba, allá por el siglo XVII. Hasta ahí, todo normal. O todo lo normal que puede ser, porque cada nueva novela que empiezo me confirma que en esto de la escritura, cuanto más crees saber, menos sabes. Y ojalá fuera solo una frase hecha.El caso es que durante estos meses la redacción de la novela fue avanzando. Lentamente. Mucho más lentamente de lo que me gustaría. Al principio lo achaqué a que algunos libros son como escaleras, que hay que ir subiendo peldaño tras peldaño, con calma para no perder el aliento, mientras el edificio va tomando forma. Pero había algo, un lastre que me retenía, que me impedía avanzar y me obligaba a reescribir una y otra vez los capítulos terminados. Como eso de reescribir es un vicio enquistado, no le di importancia y seguí adelante, convencido de que más pronto que tarde la historia terminaría por alcanzar la fluidez necesaria. Y así seguí día tras día, semana tras semana, esperando que la historia se soltara. Hasta esta semana. Porque esta semana, de repente, he comprendido qué estaba pasando. Y lo he hecho como siempre, en ese momento justo antes de quedarme dormido, cuando la consciencia baila libre entre dos aguas. Ahí, de golpe, lo vi todo claro. Comprendí que el libro no avanzaba porque no quería ser escrito de esa forma. Porque ese no era el libro, esa no era la historia. Porque yo, en mi terquedad, le había impuesto un molde que no era el suyo. Había comenzado a escribirlo en tercera persona y usando un punto de vista de narrador omnisciente porque supuse que me resultaría más adecuado para ofrecer una visión amplia del período histórico. Y es posible que sea así, pero a la historia —y a mi protagonista, Pedro Almofrei— esas consideraciones le traen al fresco. Porque lo que Pedro quiere es contar él mismo su historia. Quiere que le conozcan a él, no al Caribe del siglo XVII. Y yo erre que erre con la dichosa tercera persona...Al día siguiente me puse a la faena. Mandé al limbo de los textos inconclusos lo que había escrito, me metí en la piel de un hidalgo del XVII y, adecuadamente engalanado con sombrero de ala ancha, espada al cinto y la imprescindible perilla, me lancé a la aventura. Y me llevé la sorpresa, porque la escritura comenzó a fluir, a escapárseme entre los dedos con la urgencia de un torrente demasiado tiempo represado. Ahora sí: ahora, Pedro Almofrei navega a todo trapo por el Caribe. Para que luego digan que los escritores escribimos libros. Como si no fueran ellos los que nos escriben...
Published on October 06, 2013 01:15
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