El lector electrónico también sirve para escribir

Me sigue sorprendiendo de manera genuina que, en muchas de las entrevistas que estoy haciendo para promocionar El brillo de las luciérnagas, todavía me pregunten si estoy a favor o en contra de los libros electrónicos. ¿A favor? ¿En contra? ¿Acaso es posible posicionarse al respecto en pleno 2013? Hoy en día, no aceptar la literatura digital como la realidad que es equivaldría a estar en contra de la electricidad misma, así que los que no seamos amish ni menonitas debemos abrazar este portento tecnológico que nos ha solucionado la vida a la hora de viajar en avión con varios libros encima, que nos permite acceder a títulos en su idioma original en un segundo, y que nos ayuda a descubrir a escritores independientes que quizá nunca hubieran llegado a nosotros de otra manera. Si no fuera por mi Kindle no conocería a Marc R. Soto y, creedme, el universo no podía permitir que eso ocurriera.


Otra cosa es preferir el libro físico como opción personal, y entiendo perfectamente a quienes sigan prefiriendo disfrutar del olor del papel y de lo acogedor que resulta agazaparse en un sofá bajo el peso de una buena novela. Al fin y al cabo, soy de los niños que crecimos viendo La historia interminable y, al igual que Bastian escondido en el desván de su colegio, siempre entenderé la magia que puede emanar de un libro al abrir su polvorienta cubierta.


Pero resistirse a aceptar el libro electrónico como una realidad hacia la que se dirige el futuro ha dejado de ser posible. Sobre todo cuando este dispositivo es también una estupenda herramienta para escritores, no sólo en lo relativo a la publicación y distribución de su obra, sino en el propio proceso de escritura. Que es a donde quería llegar con este post, a entender el lector electrónico también como herramienta de trabajo para el escritor. Un uso que no preví a la hora de hacerme con mi Kindle, pero que ha terminado por convertirse en uno de sus cometidos principales. Actualmente, todo lo que escribo pasa en algún momento por mi lector electrónico para hacer en él una lectura fresca y diferente del material. Más o menos, éste es el proceso:




1. Terminado un texto, siempre lo leo de principio a fin en el mismo ordenador en el que escribo. Que no es más que releer por millonésima vez el montón de párrafos que ya he ido leyendo a medida que escribía (tiendo a leer lo escrito el día anterior antes de proseguir con la tarea). Lo malo es que con cada pasada que tus ojos hacen por un mismo texto y en el mismo soporte, las palabras van desapareciendo un poco más. Como lágrimas en la lluvia. Hasta que llega un momento en el que una nueva revisión no sirve para nada: tan sólo paseas la mirada desde el inicio hasta el final del documento creyendo que lo lees, cuando en realidad reproduces una copia que tu cerebro almacenó en la memoria caché.


2. Por tanto, se hace necesario cambiar de soporte. Hasta ahora, la manera de hacer esto era obtener una impresión del documento. Los ojos, cansados de revisar en pantalla, pasan por alto una serie de erratas que de repente se hacen patentes de inmediato al leer en papel. ¿Por qué? Porque el cerebro sale de la zona de confort en la que se había apalancado y vuelve a funcionar como debía. Lo malo de esto, aparte del precio de la tinta, es que enseguida el documento queda lleno de marcas de lápiz, subrayados, tachones y flechas. Lo cual hace necesaria otra impresión para poder realizar, ahora de verdad, la última lectura. La definitiva de verdad. Yo, hasta que no logro leer un texto sin hacer una sola corrección, no me quedo tranquilo.


3. Y es aquí donde entra el lector electrónico. En el Kindle de Amazon puedes enviarte cualquier documento a tu lector a través de un email personal con dominio @kindle.com. Supongo que el resto de lectores ofrecerán algún servicio similar (si alguien puede confirmarme esto, que lo haga en los comments). Así, el relato o novela aparece inmediatamente en el aparato, correctamente maquetado, obteniendo de manera instantánea el texto en otro soporte. Además, como el tamaño del dispositivo modifica completamente la disposición del texto, el cerebro vuelve a ponerse en alerta para descubrir errores.


4. En los dispositivos táctiles, como el Kindle Touch, esta corrección no precisa de bolígrafo ni de lugar en el que apuntar. Con el dedo se puede hacer todo: subrayar, añadir una nota… Exactamente lo mismo que haríamos sobre una copia en papel. Así lucía una página de mi relato OTEL, de inminente publicación en el sello FLASH de Random House, en el momento de someterlo a la la revisión kindleiana:


otel-kindle


Y esto es un ejemplo de nota escrita a toda prisa, de ahí las erratas:


nota-kindle


5. Una vez revisado, es momento de traspasar todas las notas al documento original. Yo lo hago tal cual: mirando el dispositivo y buscando el punto exacto en el archivo original de Scrivener o Word para realizar el cambio, aunque intuyo que debe de haber alguna manera de exportar las notas desde el lector al ordenador. Ya me iré enterando.


6. Realizados todos los cambios, ahora sí, es momento de imprimir. Y de leer nuestra magnífica obra sin interrupciones. Si todo ha ido bien, debe tratarse de una copia en papel que puede leerse del tirón, sin necesidad de hacer ninguna corrección. Al menos hasta que lo lea el editor…


Y ahora me voy, precisamente, a corregir en el Kindle otro relato que tengo casi terminado…


Firma


Próximamente en el blog: Entrevistas de promoción, ¿Qué hace exactamente un corrector?, ¿Qué hace exactamente un editor?…

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Published on June 24, 2013 00:18
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