Un poco de Embrujo gitano...
Les dejo un fragmento de lo que es mi primer romance histórico ambientado en Argentina. Ojalá les guste :)
Estancia Monte Grande,Sur de Buenos Aires,1829
John McLaine se despertó con el corazón agitado. Apartó las sábanas y saltó fuera de la cama.Su esposa Margaret dormía tranquilamente. A su lado, en la rústica cuna de madera que le había fabricado uno de los labradores, la pequeña Rose también descansaba.Se encaminó hacia la ventana, con una fuerte sensación de zozobra atenazándole el estómago. El país vivía convulsionado por la constante y encarnizada lucha entre unitarios y federales. Además, el bandidaje se había emperrado en hacerse con las tierras de la colonia. Así, una de las familias más queridas, los Kidd, había sido ultimada por un grupo de rapiñadores que sembraban el terror en la región.Paró bien la oreja. Afuera, el bosque que rodeaba buena parte de la colonia, se convertía de noche en una verdadera boca de lobo. Se vistió rápidamente y con revólver en mano, abandonó la habitación, no sin antes echar un vistazo a su esposa y a su hija.Atravesó la pequeña cocina a ciegas.Era demasiado arriesgado encender un quinqué. Lanzó una maldición en inglés cuando se tropezó con una de las sillas. Abrió la puerta y oteó más allá de la espesura del bosque.Silencio absoluto. Demasiado como para no preocuparse.De repente, algo se movió entre los matorrales. John comenzó a respirar más ligero. Podía ser una liebre o cualquier otro animal, sin embargo, su instinto le decía que algo más siniestro se ocultaba allí fuera, escudándose en la oscuridad de la noche.Sin pensarlo, regresó a la habitación y despertó a su esposa.—Margaret, my dear –le dio unos cuantos toquecitos en el hombro.La mujer alzó un poco la cabeza y lo miró con los ojos somnolientos.—¿Qué hora es, John?—Margaret, no hay tiempo que perder.Toma a la niña y ocúltate en el sótano. –La tironeó del brazo hasta levantarla de la cama.—¡Pero…!John asió su rostro con ambas manos y la obligó a mirarla.—Escucha, Margaret. Ve al sótano y note muevas de allí hasta que yo te lo diga, ¿has comprendido?Ella asintió. Seguía sin entender qué estaba ocurriendo. Fue hasta la cuna, alzó a la pequeña Rose en brazos y siguió a su esposo hasta la cocina. John movió la mesa, quitó la alfombra y levantó la pesada puerta de madera que conducía al sótano.Tomó a Margaret de la mano y la ayudó abajar los peldaños de la escalera.—Ten cuidado.Al llegar abajo, John tomó un quinqué que colgaba de la pared y lo encendió.—John, ¿vas a decirme qué sucede?–preguntó Margaret apretando el cuerpecito caliente de su hija contra su pecho.John McLaine agachó la cabeza y cerró los ojos por un instante. Cuando se giró sobre sus talones se le desgarró el alma. Era muy probable que ya no volviera a verlas. Se acercó y besó la frente de su mujer.—Todo va a estar bien, my dear. –Luego acarició el rostro de la niña y se apartó.—¡John! –lo llamó Margaret cuando lo vio ir hacia la escalera.—Prométeme que te quedarás aquí y guardarás silencio. –Se mordió el labio. No podía revelarle sus sospechas.Mientras menos supiera, mejor—. No importa lo que oigas… no puedes asomarte fuera de estas cuatro paredes, ¿me oyes?Margaret no respondió.—¿Me has oído? –volvió a preguntar,levantando apenas el tono de su voz.Ella asintió. A pesar del juego de luces y sombras que producía el quinqué, John percibió las lágrimas rodando porlas mejillas de su mujer.—Si algo me sucede…—¡No digas eso!—Si algo me sucede –continuó— quiero que recurras a don Eustaquio De La Cruz. Él cuidará de ti y de la pequeña Rosey procurará que nada les falte. –Levantó la mano cuando vio que Margaret tenía la intención de decirle algo—. Soy tu esposo y exijo obediencia. No puedo irme si antes no me prometes que harás lo que te pido.Margaret seguía en silencio, quizá con la esperanza de prolongar la dolorosa despedida.—Lo prometo, John –dijo por fin, apunto de quebrarse.John contempló a su familia; presintió que era la última vez. Ya no besaría los dulces labios de su Margaret, tampoco sentiría los pequeños dedos de su niña apretando con fuerza los suyos. Dejó escapar un suspiro lastimero. Se volteó y solo entonces se permitió llorar.Subió las escaleras con pesadez. Cuando llegó al final prefirió no mirar. Saltó fuera y cerró la puerta. Colocó encima la alfombra y puso la mesa en su lugar.Escuchó un tropel de pasos en la parte trasera de la casa. Corrió hasta la habitación y tomó la pistola que escondía debajo del colchón.Si iba a morir, al menor lo haría luchando.Se volteó al escuchar que alguien abría la puerta principal de un golpe.Tres hombres, provistos de espadas y machetes, entraron a la casa.John le apuntó a uno de ellos. Le temblaba la mano. Él no era hombre de armas, jamás había empuñado ninguna. Esa inexperiencia fue su mayor enemiga.Los tres forajidos se le tiraron encima y lograron reducirlo rápidamente. Uno de ellos, lo desarmó y lo arrojó contra la pared.—Decime escocés, ¿vivís solo acá? –le preguntó el que parecía liderar el grupo. Era un individuo de contextura fuerte, con el cabello largo hasta los hombros y una barba abundante que le cubría casi todo el rostro. Llevaba un pañuelo rojo en la cabeza y empuñaba un machete hacia él. La luz de la luna se colaba por la ventana y John pudo ver la maldad instalada en sus ojos renegridos.—Sí, vivo solo –respondió.Se rascó la barba.—No te creo. –Envió a sus dos cómplices a registrar la casa mientras él hurgaba dentro de un armario en busca decomida.John no se había movido de su sitio.Estaba parado encima de la puerta que conducía al sótano. Suplicó en silencio que no encontraran a Margaret y a la pequeña Rose. Oteó el suelo y notó un pliegue en la alfombra. Con el pie izquierdo la regresó a su sitio.
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Published on April 12, 2013 15:00
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