Así le va a un joven escritor español
Hola. Me llamo Paul Pen. Y me van a matar. Lo siento, no he podido evitarlo. Desde que vi aquel cartel de Tesis de Alejandro Amenábar, cada vez que alguien se presenta diciendo su nombre, la siguiente frase que acude a mi mente es la que pronunciaba Ana Torrent en la película. Pero no, no me van a matar. Al menos que yo sepa. Quizá haya alguien, o algo, escondido entre las sombras de esta casa en la que escribo, pero espero que no. O que sí. Una respiración en un rincón.
A lo que iba. Soy Paul Pen. Escritor. Español a pesar del nombre que me dio mi padre holandés. En efecto, no hay seudónimo más allá que el de haber mutilado algunas letras a mi larguísimo apellido real. Uno que hubiera hecho muy infelices a los diseñadores de portadas que hubieran tenido que apiñar un montón de caracteres allá donde pudieran. He publicado cuentos, una novela, y la segunda está al caer. De la primera, El aviso, ultiman ahora el guión para su adaptación cinematográfica y acaba de publicarse en Alemania e Italia. De cómo le fue en las listas tampoco me puedo quejar:
Todo muy bonito, ya, pero para qué lo cuento. Pues simplemente a modo de pequeña presentación que justifique la realización de este blog. Que tampoco es que haga falta, porque hoy cualquiera estamos en todo nuestro derecho de ocupar bits en los servidores de Blogspot y WordPress aunque sea para hablar del arte de germinar plantas carnívoras en casa. En mi caso, ocuparé esos bits para contar cómo se vive lo de escribir y publicar desde este lado de mi pantalla. Recuerdo haber pasado horas frente a esta misma pantalla (o la del ordenador de la redacción en la que trabajara en ese momento), leyendo lo que hacían, o cómo les iba, a otros escritores, así que imagino que habrá alguien por ahí a quien le interese saber cómo le va hoy en día a un escritor joven a las puertas de publicar su segunda novela: El brillo de las luciérnagas.
Y digo a las puertas porque queda poco. Algo más de un mes, lo cual es una unidad de tiempo mínima en los largos procesos habituales del mundo editorial, en el que cada paso, cada decisión, conlleva algo así como cuatro meses. Lo sé: los veranos de nuestra infancia duraban menos y parecían vidas enteras. Doce semanas eran suficientes para formar pandillas, adoptar gatos callejeros, asistir al progresivo tachado de los helados más apetecibles en la carta de Frigo, ver lluvias de estrellas y completar el ciclo vital de una bicicleta. Pero en el mundo editorial tradicional, el del papel, cuatro meses es algo así como la unidad básica de tiempo.
Por ejemplo: ¿cuánto pasó desde que escribí la palabra Fin en El aviso, mi primera novela, hasta que el primer ejemplar aterrizó en la Fnac? Chequeando mis secretísimos y encriptadísimos archivos veo que escribí por primera vez esa palabra en mayo de 2008. Tengo hasta una foto (borrosa) del momento:
Pues bien, El aviso se publicó en junio de 2011. Tres años después. En total, pasaron unos cuatro años desde que creé en mi escritorio una carpeta llamada ‘Radar’ (sí, amigos, ese fue su primer título), hasta que lo vi en una librería. Treinta y seis largos meses de esperas e incertidumbres. ¿Cómo pudo pasar tanto tiempo? Básicamente, así:
De esos tres años, la mitad pertenecen al difícil momento en que tu novela no es más que un archivo .doc adjuntado en un mail olvidado en las bandejas de entrada de un montón de gente que no tiene el tiempo (a veces tampoco las ganas, pero sobre todo no el tiempo), para leer esa novela de un cualquiera que ha aterrizado en su correo electrónico. La otra mitad, corresponden a las diferentes fases por las que pasa un manuscrito antes de llegar a publicarse: varias lecturas, varias correcciones, varias relecturas, y la búsqueda de un hueco para tu novela en el siempre apretado plan de lanzamientos que está ya cerrado a seis meses vista…
En definitiva, que si estás aún en tus primeros intentos de publicar un libro en esa editorial de tus sueños en que leías a María Gripe, Anne Rice, Antonio Gala o Roald Dahl, prepárate a esperar. Pero sin desanimarse. Porque, eso que quede claro desde el principio, publicar en una editorial de las de toda la vida es algo que se puede conseguir. Ni caso a esas voces que dicen que nadie publica noveles, que ya no se apuesta por el nuevo talento, que sólo se va a lo seguro, etcétera. Ni caso. Todos los años, todos los meses, se firman contratos de gente que nunca ha publicado nada, pero que tiene una novela los suficientemente buena como para que una editorial decida apostar por ella. Las editoriales pequeñas e independientes, más. Pero los grandes sellos, también. Ni enchufes, ni padrinos, ni teorías conspiranoicas. Lo único que buscan las editoriales son buenas novelas (o al menos novelas a las que puedan sacar beneficio), y si la tuya lo es, les va a dar igual que trabajes en una fábrica de cajas como trabajaba David Monteagudo antes de publicar Fin. Tampoco sirve de nada enfadarse al ver cómo se publican libros de personajes televisivos que creemos que escriben peor que nosotros. Ellos tienen su espacio. Y nosotros tendremos el nuestro si nuestra novela lo merece.
Quizá tu plan inicial sea publicar en Alfagüara, RBA, Plaza y Janés o Planeta. O Salto de Página. Porque en papel publicaban los escritores que leías en el colegio. Y porque lo de ocupar espacio en una librería con tu novela impresa es algo que aún determina la idea que casi todos tenemos de lo que es ser escritor. Pero hoy no tiene sentido hablar de publicar sin tener muy presente la alternativa digital. Con Amazon y iTunes puedes publicar tu novela mañana mismo, antes de que suene la campana del microondas que te calienta el café del desayuno.
Así las cosas, hoy en día la senda a la publicación se inicia en un clásica bifurcación de caminos de cuento de hadas. Como ocurría en Big Fish. Uno de los caminos parece más tortuoso, difícil y complejo. Y hay ojos amarillos mirando entre la oscuridad. El otro camino es mucho más directo, rápido y sencillo. Y cantan pajaritos en las ramas de sus árboles frutales.
¿Cuál te apetece tomar? ¿Llevan ambos al mismo destino? ¿Hay que elegir sólo uno? Y lo más importante: ¿a qué sistema has adjudicado en tu cabeza cada uno de los caminos? ¿Es el tortuoso el de las editoriales tradicionales? ¿O lo es el del digital? ¿Los pajaritos cantan en el camino hacia la estantería de La Casa del Libro o en el camino hacia los Kindles de España?
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Próximamente en el blog: los agentes literarios, diez métodos para mejorar cualquier manuscrito, escribir (o no) con música, la elección de portada…


