Leer, recordar, tocar

Hace poco leí al mismo tiempo dos libros de recuerdos. Me quedó la sensación de que la memoria es una textura.


El primero se llama precisamente “Libro del recuerdo”. Es una novela laboriosa, escrita durante once años por el húngaro Péter Nádas, que ha sido comparado con Proust y con Joyce y que aparece todos los años listado entre los candidatos al Nobel de literatura. El segundo, “Memoria por correspondencia”, es más simple. Es una compilación de cartas que cuentan la infancia de Emma Reyes, una pintora colombiana que creció en un convento, huérfana y en la más absoluta pobreza.


Los dos los terminé hace un mes y sigo sintiendo que la memoria es una textura. Se trata de una intuición tan honda como insólita y esta entrada es un ejercicio. Quiero explicarme a mí mismo el sentimiento que me invadió leyendo esos libros y que todavía no se disipa.


La novela de Nádas narra tres historias paralelas. La primera es la de un escritor húngaro bisexual atrapado en un triángulo amoroso en la República Federal Alemana. La segunda es una novela que el protagonista de la primera está redactando. La tercera es la de un amigo de infancia del escritor que se lo encuentra por casualidad en Rusia, y que durante una noche extraña tropieza sin darse cuenta con la memoria, la propia pero también la de su amigo. Las similitudes entre los dos narradores principales, el escritor que cuenta su vida y el protagonista de su novela dentro de la novela, hacen que a veces no se entienda a quién le pertenecen ciertos recuerdos. El efecto, la sensación de errar sin rumbo por un laberinto de humo, no es accidental. Y cada pasaje del libro es una especie de joya neurótica, electrizado de sensualidad hasta el punto que cansa al tiempo que ilumina. Al final de un capítulo el autor emplea siete páginas en describir un beso.


El libro de Reyes no puede ser más diferente. Para comenzar, es breve; y el lenguaje es tan sencillo que comprendemos que la que habla no es la pintora que lo escribe, madura y experimentada, sino una niña inteligente y desolada, la Emma que fue. Esa voz es un logro tan enternecedor como escalofriante. Y nos cuenta sus cosas, las pobres cosas del pasado, sin aspavientos. Risa y abandono, miseria y juego, éxtasis y asco se le transmiten al lector con las pocas palabras imprescindibles. Si tuviera que elegir entre los dos me quedaría con “Memoria por correspondencia”, pero ese no es mi objetivo. Es, como ya dije dos veces, elucidar por qué sigo convencido de que la memoria es una textura.


Es sabido que de los cinco sentidos el más evocador es el olfato. También lo es que para la literatura de la memoria el privilegiado es el gusto. A mí me basta con el olor de un mango para regresar a mi infancia y a la finca de mis abuelos; y a Proust un té y una magdalena le permitieron recuperar en un instante mágico el tiempo perdido. Pero en el tacto hay esa profundidad que sólo la superficie de la piel puede percibir; esa intensidad corporal que también es de la memoria cuando uno se le rinde. Recordar de la mano de Reyes o de Nádas es recorrer vidas ajenas con las yemas de los dedos. Visitar otras pieles, ocupar otros cuerpos, distantes en el espacio y el tiempo y sin embargo presentes, incluso cuando son imaginarios. Es un contacto. Y acaso es por eso que siento que la memoria, al menos la compartida, es una textura. Porque implica un roce que hay que descifrar con la epidermis, no con la mente. Porque la vida, que ocurre sin remedio y sin pausa en el presente, sólo puede permitirse recordar cuando la palpan, imposible pero físicamente, otra vida y otro presente.

1 like ·   •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 08, 2013 13:49
No comments have been added yet.