Capítán Jenny - Cap.5

Al amanecer, Nick se encontraba junto a la nave del capitán Cook sin perder detalle. Había una actividad casi frenética mientras la tripulación terminaba de cargar los bultos. Azúcar, galletas, harina, barriles de agua potable, carne en salazón, algunas verduras. Y ron. El ron no podía faltar. Recostado en un muro, el conde de Leyssen aguardó hasta ver su oportunidad. Un tipo alto y malencarado que lucía un aro de oro en una oreja, discutía con otro que respondía con gestos de nerviosismo. Se acercó lo suficiente para saber que el grandullón se interesaba por “el guapo”.
-Le juro que lo he buscado por todos lados, señor Potter, pero no hay rastro de ese cabrón.
-Necesitamos un sustituto entonces, que Jerry se pudra en los infiernos. Tiene media hora para conseguirlo. Andando.
Era el momento. El tal Potter parecía tener prisa y él sabía que el modo de conseguir tripulación, cuando el tiempo apremiaba, era el método de cachabazo y al cesto al primer idiota que se cruzase. Bien, pues él iba a ponerse justo en el camino. Pasó a su lado chocando deliberadamente. La fortaleza del cuerpo de Potter le hizo trastabillar y, sin asomo de prudencia a una complexión más poderosa que la suya se volvió con cara de pocos amigos.
-¡Mira por dónde vas, idiota!
Potter arqueó las cejas al escuchar el insulto. El mamarracho que acababa de topar contra él era alto, atlético, de hombros anchos. Joven. Y al parecer, lo suficientemente imbécil o temerario como para enfrentársele abiertamente. Cruzó una rápida mirada con su compañero. Un segundo después lanzaba el puño. Pero Nick no era un hombre al que se pudiera sorprender fácilmente, era ágil y estaba acostumbrado a entrenarse, cuando podía, amén de no desestimar nunca una buena pelea. Se ladeó para evitar un impacto que le habría dejado fuera de combate y elevó la pierna alcanzando a Potter en un costado y desestabilizándole. El corsario se quedó momentáneamente sin respiración y él aprovechó para atizarle un golpe en pleno mentón. Ante el asombro del que les observaba, Potter cayó despatarrado.
Desde el castillo de proa, unos ojos jade siguieron el incidente con interés. Era la primera vez que Jenny veía vapuleado a su segundo de a bordo, así que se acodó en la barandilla con una sonrisa de anticipación, sin intención alguna de perderse la confrontación.
El pelirrojo se incorporó como un toro enfurecido limpiándose el hilillo de sangre que le manaba del labio partido, arremetiendo contra el fantoche que se había atrevido a sobarle la cara.
Nick lo esperó con las piernas abiertas y los puños preparados. Juró entre dientes cuando volvió a alcanzar el rostro de Potter, roca pura, porque el calambre le llegó hasta el hombro, pero consiguió hacer recular a su oponente que acabó estrellándose contra una pila de cuerdas. Sabía lo que se estaba jugando y necesitaba un último acto.
-Vamos, grandullón –incitó a su rival con los puños descansando en su cintura-. ¿Eso es todo lo que sabes hacer?
Alex Potter se pasó la mano por la barbilla para comprobar su tenía la mandíbula en su lugar. ¡Condenado demonio de ojos grises! Pegaba como una mula. Se rehízo con premura lanzándose contra el joven que, haciéndose a un lado, volvió a alcanzarlo en la espalda con los puños cerrados.
Nick iba a atacar de nuevo, ahora tenía a su enemigo en una posición inmejorable. Pero justo entonces lo golpearon en la cabeza, estallaron en su cerebro miriadas de estrellas, se le nubló la vista y cayó inconsciente.
Frotándose el costado, Potter agradeció la oportuna intervención del marinero que ya guardaba la porra con la que había tumbado al intruso.
-Buen golpe.
-¿El que le he dado yo a él, o el que el mozo le ha arreado a usted? –se burló el otro.
Potter dejó escapar una risotada aunque de inmediato maldijo por lo bajo cuando el labio le lanzó un pinchazo.
-Jodido muchacho –dijo. Luego se agachó, tomó a Nick de las axilas, se lo cargó al hombro y caminó hacia la pasarela-. Ya tenemos suplente para el puesto de Jerry. Y a este mozo le quitaré los humos de príncipe en un par de días.
Una hora después el Melody Sea levaban anclas y Nick Russell, conde de Leyssen, partía en él, acomodado en las bodegas, atado de pies y manos como un fardo más.
En el mismo instante, un sujeto vestido de oscuro que no había perdido detalle de lo acontecido, comenzaba a escribir una carta cuya destinataria era Isabel I Tudor.
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Published on January 18, 2013 15:01
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Reseña. Rivales de día, amantes de noche
Preciosa la que ha hecho Lady Isabella de Promesas de amor.
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