05/ 11: S.

Y bueno, me salió mal. La verdad, no logré decodificar qué quiso hacer el maestro italiano Gipi en esta extensa novela gráfica.
Si me apuran, diré que son una serie de anécdotas sólo conectadas porque en todas aparece S., quien –me parece- es Sergio, el padre de Gipi. Estas saltan por distintas épocas, locaciones y hasta géneros. Algunas son intimistas y otras, las que tienen que ver con la Segunda Guerra Mundial, tienen visos bélicos y hasta épicos.
Pero sinceramente, no entendí todo lo que Gipi quiso transmitir en la historia. Por ahí porque se pasó un cachito de críptico, no sé. También tiene que ver con el hecho de que es una obra con mucho, muchísimo texto, gigantescas parrafadas de texto, y uno entiende italiano, pero hasta ahí nomás. Si tocara menos de oído seguro lo habría disfrutado más, o le habría tenido más paciencia a las secuencias en las que me pareció que Gipi se iba muy al carajo. El otro obstáculo insalvable es que todos esos infinitos masacotes de texto están escritos por el autor a mano alzada, con una caligrafía espantosa, desprolija, generosamente aderezada con tachaduras. O sea que ni te dan ganas de esforzarte para entenderlo, porque Gipi jamás se esforzó para que vos lo entiendas a él. No soy fan de las tipografías estandarizadas y suelo protestar cuando en alguna edición la excesiva “cero onda” de las tipografías conspira contra el disfrute de las historietas. Acá, traiciono mis banderas históricas al mejor estilo Unión Cívica Radical y digo “cuánto más me hubiese gustado S. sin esa letra impresentable de Gipi y con una tipografía un cachito más legible”.
Como en varios puntos me perdí, no me considero muy capacitado para criticar el argumento, el desarrollo de los personajes y esas cosas. Pesqué muchos diálogos magníficos y eso sí, lo quiero rescatar.
Y por supuesto, el dibujo, que es majestuoso y conmovedor en todas y cada una de las 100 páginas de la novela. Tanto en las secuencias en las que el dibujo se hace cargo de llevar adelante el relato como cuando se limita a ilustrar algún aspecto de los infinitos textos, Gipi demuestra que a la hora de meterle tintas negras y colores a la página, hay poquísimos que pueden aspirar a su nivel. El maestro mezcla escenas a color con otras en blanco y negro y en ambas variantes su trabajo explota en expresividad, sutileza y destreza, tanto técnica como narrativa.
Por algún lugar de los recovecos de la memoria, Gipi se aventuró a contar historias del pasado de su padre (creo). En uno de esos recovecos, yo me perdí, no sé si por alguna decisión medio extrema del autor o por mi propia inoperancia. Eso no me alcanza para decir que S. es un trabajo flojo, ni poco atractivo, ni nada. Simplemente no me animo a recomendarlo (excepto a aquellos a los que el guión no les importa en lo más mínimo y compran sólo por el dibujo) porque hay varios tramos de la obra que realmente no sé si me gustaron o no, porque no los entendí. ¿Qué va´cer? A veces pasa. Juro solemnemente volver a comprar S. el día que la vea editada en castellano.
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Published on November 05, 2012 18:11
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Andrés Accorsi
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