Confesión de fe

Leía hace unos días en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, una conversación entre dos de los personajes. Uno de ellos preguntaba:

¿Qué es la religión?

A lo que el otro respondía:

Una cosa que sustituye elegantemente a la fe

Me llamó la atención este extracto de diálogo, porque me pareció que Wilde me aplastaba con una máxima irrefutable. Eso es precisamente lo que me parece que es la religión: una cosa que sustituye a la simple fe... en demasiadas ocasiones.

Hoy por hoy, tras una educación en la Iglesia Católica, diez años asistiendo a una iglesia protestante y la oportunidad de aprender de los mejores profesores de Filología Hebrea, estoy convencido de que, por mucho que nos esforcemos, y como bien dijo una vez mi profesor de facultad, en catedrático José María Díez Borque: si Dios existe, no le hemos comprendido en absoluto. Las religiones (hablo de las cristianas, por cercanía), procedan de una u otra confesión, hace mucho que han quedado transformadas en una cosa, tan viciada por las doctrinas humanas que caen en el ridículo, la cruel ambición o la más patética estulticia.

Me he considerado protestante (o evangélico, según se mire, porque hay quienes ni siquiera se ponen de acuerdo en cómo llamarse), durante muchos años, pero con el tiempo he visto tantos y tan graves defectos en las iglesias a las que asistí que el ejercicio de autocrítica me ha llevado irremediablemente a manifestar que ya no pertenezco a esta confesión. Soy cristiano, a secas. Sin encasillarme, sin religiones. Tras meditarlo, y sin pretender que nadie persiga mi ejemplo, me ha parecido la opción más lógica.

La Iglesia Católica, devorada por su anacronismo, vive un palpable declive que crece proporcionalmente al ritmo al que las buenas beatas de nuestra generación pasan a mejor vida. Pero su mayor defecto reside en la flagrante hipocresía que la llena. Toda su pompa y ambición la han conducido a olvidar el que debería ser su libro de cabecera: la Biblia. Hace mucho que no siguen lo que ella dice, sino que se enredan en dogmas secundarios y leyes autobeneficiosas, o simplemente absurdas.

Hace unos días leí que el Gobierno no rebajará ni un euro de su asignación a la Iglesia. España, el país en el que vivo, padece una de las peores crisis de su historia. Los recortes en sanidad y en educación hacen que a uno le hierva la sangre; cientos de miles de familias españolas viven en la extrema pobreza. A tal punto ha llegado a vapulearnos la crisis, que la Cruz Roja española ha iniciado el Día de la banderita con objeto de recaudar dinero para los pobres españoles... pero la Iglesia continúa con sus privilegios, traducidos en cientos de miles de euros de asignación y escandalosas exenciones de impuestos.

Ya no recuerdan las palabras de aquél cuya imagen tienen colgada en la pared de sus templos:

Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios (Lucas 20:25)

Y

A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva (Lucas 6:30)

Y en el libro de Hechos, el mayor ejemplo de generosidad posible:

Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. (Hechos 4: 34 - 35).

Sé que, en este punto, algunos argumentarán que la ICR ya hace mucho mediante Cáritas, pero a mí no me convence un argumento tan débil. Cáritas me parece más bien el medio para lavar la imagen de una iglesia emborrachada de poder y riquezas; transformada, desde hace mucho, en una monumental empresa internacional que juega con el miedo a perder el alma.

Pero los protestantes (o evangélicos; de nuevo, según prefieran que se les llame) tampoco se encuentran libres de error. En España la iglesia protestante es una minoría (menos de un 2%, aunque presiento que ha crecido en los últimos años), eso la salva de la tentación que es el poder. Por otro lado, alabo su capacidad para centrarse únicamente en la Biblia y procurar seguir lo que en ella pone. Tengo muchos amigos protestantes, que espero seguir manteniendo, admirables en su puesta en práctica de la fe, en defender lo que creen (también he conocido muchos católicos así de consecuentes).
Pero la cruda realidad es que la iglesia protestante padece graves problemas:

Flota en los cultos una hipocresía de la que fui consciente durante la década en la que anduve integrado en iglesias de diferentes denominaciones. Unos (los más cómodos) se dedican a predicar una y otra vez lo mismo a oídos que ya no escuchan; otros se convierten en radicales, adentrándose alegremente en la ignorancia.
Los peores de este último grupo toman la Biblia como única referencia para todos y cada uno de los aspectos de la vida, y como único libro con el que edificar su cultura. Escuchan sólo música cristiana, ven sólo películas cristianas y se relacionan sólo con personas cristianas. Viven en una burbuja tan tristemente ajena a la realidad, y son tan reacios a mezclarse con los problemas del mundo que terminan convirtiéndose en inútiles para el mismo.

En las iglesias, algunos de sus miembros padecen una tendencia al elitismo, a las castas, medidas por el mayor número de años que se haya calentado el banco con el trasero, o a las generaciones de cristianos que sean capaces de contabilizar en sus respectivas familias.
Otros sólo acuden cada domingo por presión familiar o, tristemente, para aguardar pacientemente a que finalicen los cánticos y la predicación y llegue el momento de saludarse. Tantas veces he contemplado estos ejemplos, que llegaron a parecerme normales. No importa en cual de las incontables denominaciones se halle uno: carismático, hermanos, bautista, independiente, metodista... todas ellas, dicho sea de paso, separadas por supuestas diferencias doctrinales; aunque, a simple vista, uno diría que lo único en lo que se distancian es en el volumen y la excitación de sus respectivas alabanzas (sobria para los hermanos, media para los bautistas, alta para los pentecostales, etc.)

Pero resulta que es en los saludos en lo que debería centrarse una iglesia, en la comunión con quienes comparten la misma fe. Y, sin embargo, los cultos se han contagiado de una liturgia aburrida, monótona y vacía. Aunque ésa es, al fin y al cabo, la base de las religiones; ahí es a donde dirigía mis pasos todos los domingos, a disfrutar de esa cosa tan alejada de lo que yo creía era un acercamiento a la espiritualidad.

Sé que algunos, católicos y protestantes, van a sentirse identificados con lo que escribo, ya sea para bien o para mal. No he pretendido establecer doctrina, ni deseo recomendar mis pasos a nadie. Hace tiempo que buscaba el momento de hacer pública mi decepción hacia la iglesia católica y protestante (de mormones y testigos de Jehova me salen críticas aún mas duras, así que no hablo, pero mucho de lo que he declarado aquí también puede aplicarse a ellos).

Aparte de mi confesión de fe púbica. Lo único que espero es que cada creyente analice cuidadosamente lo que sucede en su entorno, nada más.
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Published on October 11, 2012 03:22
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