19/ 08: FRANKENSTEIN, AGENT OF S.H.A.D.E. Vol.1

Bueno, hora de leer mi primera saga completa de un título de los New 52. ¿Cómo caí acá? Obviamente por los autores. Frankenstein es un personaje que no me interesa para nada y menos integrado a un universo superheroico. Pero escribe Jeff Lemire y dibuja Alberto Ponticelli, dos autores a los que este blog ya les dedicó containers repletos de elogios, todos muy merecidos.
El primer tramo del tomo me transmitió la sensación de estar leyendo un comic muy cabeza de Hellboy. Sacale a la creación de Mike Mignola el aspecto de investigación, olvidate de las referencias a la mitología y el folklore europeo y te queda un comic de monstruos bizarros que se cagan a trompadas. Bueno, Frankenstein arranca así, como una de monstruos bizarros que se cagan a trompadas. Hasta aparecen otros agentes de S.H.A.D.E. con poderes no tan distintos a los de los muchachos del B.P.R.D. con los que se codeó durante tantos años el mostro rojo de Mignola. Por suerte, con el correr de las páginas, Lemire mantiene al palo la consigna de las luchas mega-kilomberas entre criaturas imposibles, pero reemplaza el folklore y la mitología con conceptos novedosos y muy imaginativos, más para el lado del Cuarto Mundo de Kirby, o de los guionistas más limados de la Silver Age.
La S.H.A.D.E.net, la ciudad microscópica que se desplaza con un método que combina la teleportación y la tecnología de reducción de tamaño en la que se especializa el doctor Ray Palmer, el planeta monstruo que en realidad es un ser vivo, la misteriosa toybox... De a poquito, la machaca se empieza a complementar con ideas más interesantes que las meras trompadas, misilazos y espadazos. Lemire utiliza muy bien los elementos que le brinda el Universo DC: el más atractivo por ahora es Ray Palmer (que tiene menos chances de convertirse en Atom que Independiente de zafar de la Promoción), pero también pinta interesante la relación entre S.H.A.D.E. y Checkmate e incluso la movida marketinera de traer de invitado a O.M.A.C. (otro chabón grandote, pulentoso y con chiches tecno, que tuvo revista propia y no vendió lo suficiente como para aguantarla) genera nuevas posibilidades de enriquecer las historias y sumar elementos atractivos. La machaca contra O.M.A.C. es en el quinto episodio, pero en el sexto y en el séptimo Lemire explora algunas consecuencias de esa historia que pueden derivar hacia situaciones muy interesantes.
La principal cagada es que el tomo termina en un cliffhanger jodido, con una revelación impactante que no cambia todo, pero abre muchísimas puntas para explorar en el Vol.2. Si decidís no comprar más un broli de Frankenstein, te vas a quedar con una leche importante de saber cómo catzo van a reaccionar los protagonistas frente a esto que se descubre en la última página. Y el otro bajón es que Frankenstein es un personaje bastante chato, poco carismático, con pocos matices. Hellboy por lo menos come panqueques. Este, ni eso. Los secundarios por ahí aportan algo más, sobre todo Father Time, Griffith y Velcoro, y evidentemente en algún punto se van a robar el spotlight. Por ahora, todo gira demasiado en torno a la aventura, a la acción, a las misiones que estos bichos van y cumplen. Falta mucho laburo en materia de caracterización por parte de Lemire y lo peor es que el creador de Sweet Tooth va a dejar esta serie en algún punto del segundo recopilatorio. Matt Kindt será el que tenga la dura tarea (y con un margen de error escasísimo) de darle onda a Frankenstein y su esposa.
Un incentivo para no colgar la serie es el dibujo de Ponticelli, el prócer italiano que la rompiera en Unknown Soldier. Ponti mantiene intacta la virulencia de su trabajo anterior, pero ahora la multiplica hasta el infinito para brindarnos, en vez de combates realistas entre tropas militares, unas masacres desaforadas entre monstruos y criaturas limadas. En las poquísimas escenas tranqui, el tano pone todo y todo se ve raro y atractivo. Pero cuando estalla la machaca (o sea, casi siempre), salta en el famoso trampolín al carajo y nos detona el cerebro un unas páginas de una intensidad pocas veces vista, en las que hasta la narrativa se descontrola para reflejar la violencia y la bizarrez de lo que nos quiere transmitir Lemire. En el séptimo episodio, Ponticelli pareciera buscar un estilo más sintético, más limpito, no sé si para no volver definitivamente loco al gran José Villarrubia (encargado de colorear estas orgías deformes y explosivas) o para ganar velocidad y no atrasarse en las entregas. A mí me gusta más el estilo más cargado, más sucio, pero si para tener al tano todos los números tiene que dibujar como en el n° 7, no me quejo en lo más mínimo.
En fin, esto es más raro que bueno. Por la chapa de los autores vine y por la chapa de los autores me quedo un TP más, a ver si levanta. Si me morfo otras 140 páginas de monstruos que se cagan a palos, la cuelgo forever.
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Published on August 19, 2012 16:00
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Andrés Accorsi
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