Foster
Foster. Claire Keegan. London: Faber and Faber, 2010
Reflected MemoriesAsumir el punto de vista narrativo de un niño, copiar el modo en que un crío percibe el mundo y adaptar la expresión escrita a esa forma de pensar, sentir y entender la vida es tarea delicada. Podría parecer que cualquiera puede hacerlo pero el resultado de tan frágil ejercicio, si se hace mal, es impostado y desafina en el lector hasta echar a perder la que, en ocasiones, podría haber sido una buena historia.
Foster no es así.
Claire Keegan (Wicklow, 1968) con 30 años como profesora de escritura creativa a sus espaldas consigue que el esfuerzo por transformarse en esa niña que cuenta esa historia se convierta en la única forma posible de llegar a ella. En la forma perfecta.
He leído Foster dos veces seguidas. Está cuajada de expresiones irlandesas de la vida rural y de expresiones rurales de la vida de los niños irlandeses y me ha costado pero con la segunda vuelta he comprendido y, consecuentemente, he llorado porque es triste y bellísima hasta el agotamiento.
Ambientada en la década de 1980, Foster cuenta la historia de una niña durante el verano que sus padres la dejan al cuidado de un matrimonio, justo antes de que nazca el quinto de sus hermanos.
En una entrevista contaba Keegan que su historia se le ocurrió a partir de una imagen recurrente que, como les sucede a los replicantes en la película Blade Runner, no recordaba haber vivido nunca, como un sueño «implantado».
El falso recuerdo de Keegan inspiró su historia como si hubiera sido el propio relato el que hubiera estado allí, meciéndose en la superficie de un estanque antes que ella y él mismo hubiera buscado a una escritora para que le diera voz y no a la inversa.
Como el reflejo de un objeto sobre el agua estancada justo antes de borrarse con la vibración provocada por el viento.
Creo que leer Foster es aprender a recordar la infancia sin impostarla: una tarea delicada.


