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El corresponsal de guerra Alan Wood, trabajando (Arnhem, 1944)

La escritura es, por definición, un arte solitario e individualista. La hoja en blanco y tú. Las palabras y tú. La pluma como ventana y como espejo, a la vez la herida y el cuchillo que la causa.

Hay, por supuesto, autores que escriben a cuatro manos, y de una manera espléndida, pero nunca me he contado entre sus filas. Yo escribo porque no concibo otra manera de experimentar la vida si no es a través del filtro de la palabra escrita. Capturo lo vivido en tinta y papel y luego lo siento, o soy consciente que lo siento. La escritura como autodescubrimiento y autocreación.

El doble filo del arma, la trampa ineludible, es que esa soledad que prefiero y que hace que el arte sea posible es también aquella de la que nacen todos los fantasmas. Sus voces son muchas, y todas tienen dientes. La relevancia, en un mercado cada vez más saturado y ruinoso. El tener algo que contar, ¿pero y a alguien que lo escuche? La distancia, cada vez más visible, entre el lugar en el que estás y en el que quieres estar.

Viviendo en el extranjero, las sesiones de escritura pueden convertirse en un ejercicio de realidades paralelas. Puedo convertirme en algo que ya no existe: un escritor a la vieja usanza, de los que ya no quedan porque la realidad material ha cambiado, apartado de todo y de todos. Esa fantasía romántica, aunque magnífica para escribir un texto, no hace más que aumentar el tamaño del golpe a recibir. Cuando entregas la novela y tienes que enfrentarte a su publicación, aquellos fantasmas que esperaban en el umbral entran en tropel para hacerte una visita.

Volver a España, cuando tengo una firma o una feria del libro, por tanto, es el bálsamo curativo, la medicina que debería tomar más a menudo y cuyos resultados tienen el efecto de un enamoramiento.

El pasado fin de semana tuve el privilegio de asistir como autora a la Feria del Libro de Vallecas. De enfrentarme a las colas de lectores (¡Para verme a mí!) de nuevo. De escuchar cómo algunos venían de lejos, cómo otros llevaban meses esperando que fuese a firmar. De ver montañas de mis libros, desde los primeros hasta los más nuevo; los post-its que marcaban las palabras que yo, un día, tecleé frente al ordenador y que ahora significan algo para alguien. Un triunfo infinito.

Y la ilusión de ver tu novela en librerías, que es máxima cuando además se encuentra en una mesa de recomendaciones. Y tener la oportunidad de hablar con los libreros. Y adquirir lecturas nuevas de un mercado al que perteneces pero en el que a veces te sientes como ese familiar emigrante que solo regresa en Navidades, bodas y bautizos.

Y sentirte como en casa, de nuevo.

¿Qué decir de lo que he hecho en estos meses? He escrito una de las novelas de mi vida. Soy consciente de que, con cada vez más frecuencia, se abusa de expresiones del talante de passion projects, pero vais a tener que concederme el caer en el tópico. Una novela sobre escritura, en muchos sentidos; sobre la escritura como salvación y como testimonio. Una novela sobre guerra y periodismo, mi amor no correspondido. Una novela de las amistades sagradas y veneradas, de esos vínculos tan fuertes que parecen preceder a la historia y que no pueden ser capturados por ningún idioma conocido. Una novela que bebe mucho de las primeras entrevistas que hice a veteranos de guerra, hace ya más de diez años. Una novela que me habla con el eco de El valle oscuro, la que sigue siendo mi favorita de todas cuantas he publicado y a la que pronto destronarán.

Hay literatura, pese a todo. Y aquí los últimos miércoles de cada mes.

Bonne chance!

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Published on May 29, 2024 11:40
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