LA ESFERA DE VIDRIO- Mephisto nº 10
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La residencia femenina de madame Diane tiene un total de doce habitaciones individuales. La mayoría de sus huéspedes ostentan empleos de administración y secretariado en diversas empresas de la City, incluso en ministerios.
Una de ellas, Shirley, trabaja como jefe de planta en unos grandes almacenes; otra, Katty, cobra su pensión de viudedad y no se preocupa de trabajar en nada, lo mismo que su amiga Mildred, que está divorciada. Otras huéspedes, Vera y Janet, trabajan como instrumentistas de quirófano en el Blood Hospital Center. Ambas son jóvenes y concienciadas con su profesión.Aquella tarde, aburridas, las tres mujeres maduras se introducen en una tienda tan vieja como los objetos que vende. Despierta su interés una bola de cristal que el misterioso vendedor califica como auténtica. «Hay que invocarla con verdaderos deseos de comunicación, de lo contrario la bola no refleja absolutamente nada. Más de una persona ha comprado una bola y luego ha pretendido devolverla diciendo que no servía para nada, que sólo era cristal. La bola no es la culpable, hay que compenetrarse con ella», les explica convincente.
Shirley decide comprarla y una vez a solas en su habitación, levanta su camisón como ofreciendo su cuerpo desnudo a la bola de cristal, sin ningún pudor porque se sabe a solas en el cuarto. Acerca la bola hasta el borde de la mesa e inclina su cuerpo, rozando su piel contra el cristal. De pronto ve que la bola tiene luz propia, una luz débil fosforescente, una luz que no llega a iluminar la estancia pero que sí sirve para que la bola se vea con rotunda nitidez.
Y aparece la silueta de un rostro. Shirley clava sus ojos en ella, unos ojos llenos de incredulidad y deseo, de miedo y ansiedad.
El rostro se perfila más y más, y la mujer abre la boca como para lanzar un grito de horror, pero la garganta se le seca, las cuerdas vocales semejan endurecerse y de su boca sólo sale una respiración sonora, como el jadeo de una gran bestia agazapada dentro de una siniestra cueva.
—Estoy ante ti, mujer, tú me has llamado y yo he venido — le dice el espectro que parece encerrado en la bola de cristal.
Su voz se oye claramente pese a ser oscura, lenta, cavernosa, cargada de malignos presagios. El rostro de hombre es diabólicamente horrible, con el sello de la muerte, corroído por el tiempo, un rostro que inspira terror, un rostro que podía llevar meses enterrado bajo tierra en un lugar húmedo, sin caja que le protegiera.
—Me has invocado y he venido. Si quieres poderes, esta madrugada, mancharás tus manos en sangre humana y sin limpiarlas, vendrás a mí. Dejarás las huellas de tus manos en sangre sobre la bola de cristal.
—¿Sangre humana, deberé cortarme?
—No, Shirley, la sangre no será la tuya. Los favores que yo puedo otorgarte han de pagarse con la sangre de tus víctimas.
Published on May 14, 2024 03:54
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