Ráfagas de un raudo día / y II
mpezar por el cero, girar dos vueltas a la derecha, llegar al 32, retroceder una vuelta a la izquierda hasta el 14, regresar al 28, liberar el candado, abrir el casillero. Sacar la MacBook, cerrar el casillero, sentarte frente a uno de los escritorios, recorrer los canales de la pequeña tv, sintonizar la acción de la cancha siete, abrir la Macbook, echar a andar el Mail, encontrar tres correos urgentes en teoría, no responder ninguno, echar a andar el iChat, no encontrar ni un mensaje, suspirar, cerrar la MacBook, abrir el casillero, sacar el ventilador portátil, colgártelo del cuello, cambiar las baterías de la cámara, cerrar el casillero, salir corriendo hacia la cancha siete, recoger estadísticas y entrevistas, calcular que con suerte verás el tercer set de Sorana Cirstea y llegarás a la mitad del primero de Juan Carlos Ferrero. Encontrar un lugar a orillas de la cancha, tomar un par de fotos, gritar let's go, Sorana!, colgarte el radio de la oreja derecha, enterarte que las hermanas Williams acaban de romper otro servicio, anotar dos docenas de palabras en una de las hojas de estadísticas, tacharlas casi todas, aplaudir un smash, empezar el artículo al pie de los tachones. Salir volando hacia el Louis Armstrong, esquivar cuerpos entre los gentíos, eludir una cola de cincuenta metros con el gafete donde se lee media, escurrirte a la zona de prensa, resoplar, quitarte las gafas, limpiarlas, ponértelas, aplaudir un balazo de passing shot y gritar ¡vamos, Juanca!, poner el ojo izquierdo en la cancha y el derecho en los números de Nadal y Djokovic, sumar los winners, restar los losers, saltar de la butaca cuando Ferrero rompe un nuevo servicio, anotar en la hoja "volea de revés en break point". Moverte de un estadio a otro para pescar a tiempo el partido de Federer, desviarte unos minutos hacia el Interview Room 1, hacerle una pregunta voladora a Tsonga, pasarte al 3 a interrogar a Sorana y correr de regreso por el pasillo poligonal que rodea la cancha del Arthur Ashe. Subir las escaleras de dos en dos, descender luego al nivel de la cancha, murmurar un excuse me atropellado, acomodarte en la segunda fila, a la derecha del juez de silla, prender el ventiladorcito, apuntar al sudor de la frente, checar el marcador, vociferar de pronto let's go, Roger!, recordar el artículo pendiente, irte derecho sobre el segundo párrafo, albergar ciertas dudas sobre el primero, dejarlas todas para más tarde. Perder noción del paso de las horas, recobrarla al notar que la sombra de Roger es ya más grande que él, aplaudir cuando gana el tercer set, levantarte de un salto, salir corriendo hacia el media center. Abrir el casillero, cargar con la MacBook, correr por los pasillos, subir al primer piso de la casa club, acomodarte en un sillón libre, conectar la MacBook, ponerte los audífonos, echar a andar el Pages, transcribir los dos párrafos que adelantaste, rehacerlos, observar de reojo las pantallas de plasma donde juega Del Potro, sustraerte por fin del entorno, ver la hora: son casi las seis. Refunfuñar no mames, ya es tardísimo, escribir una línea, checar tres estadísticas, escribir media línea, rastrear un par de datos en usopen.org, escribir línea y media, descubrir que el francés que no deja de hablar aquí atrasito es Gael Monfils, ignorarlo, tratar de recobrar concentración, responder la llamada paterna en el Skype, pasar revista a los sucesos frescos, retornar al artículo, checar el contador de palabras, mascullar que no llevas ni doscientas, cerrar la MacBook y volver al estadio con ella bajo el brazo, resignado a escribir en los descansos, no sin antes hacer una escala en el comedor y cargar con la cuarta botella de té helado. Encontrar un lugar, abrir la botella, distraerte, verter un chorro entre camisa y bermudas, soltar nuevos carajos, no bajarte de imbécil, abrir la MacBook, distraerte siguiendo un jugadón, comentar el momento con los de al lado y opinar that's the hell of a defense! Regresar al artículo con bríos reciclados, atacar el teclado con un furor pariente del de Nadal cuando se mira dos sets abajo. Narrar, narrar, narrar, qué vicio tenso. Gritar, alzar las manos, volver a la pantalla y observar que la señal del WiFi está más débil que el hombro lastimado de María Sharapova. Rebasar la frontera de las setecientas palabras, levantarte, correr de vuelta al media center, acomodarte en cualquier escritorio vacío, sintonizar el canal donde el partido sigue. Saludar a un fotógrafo argentino y a una cronista francesa, mientras corriges todo desde el principio y te abalanzas sobre el remate. Volver a corregir, checar algunos datos, responder el email de hace quince minutos con la frase "ya mero" en el asunto, dar al fin con el título, salvar una versión en Word, enviarla a seis distintos destinatarios, no sea la de malas, encontrarte en el iChat con una princesa, sonreír, platicar, tomar aire, soltarlo, abrir el casillero, guardar la MacBook, calzarte el pantalón y la camisa por encima de camiseta y bermudas, cerrar el casillero, pasar por dos barritas de snickers, correr hacia el estadio, detenerte un minuto en otro stand de fotos gratuitas, reanudar la carrera, llegar quince segundos después del descanso y tener que esperar hasta el siguiente, blasfemar, asomarte a un monitor, celebrar que no ha habido rompimientos, bajar los escalones a la carrera, ocupar una nueva butaca, arrellanarte a gozar del partido bajo una noche espléndida. Gritar, aullar, sufrir, arrancarte los pelos, recobrar la esperanza, celebrar que la cosa se vaya a cuatro sets, total, quién tiene prisa, probar la taquicardia de la muerte súbita, paladear el alivio de un break point rescatado, aplaudir el match point, festejar la victoria, leer en el reloj sobre el marcador que hace quince minutos dio la medianoche. Bajar al media center, abrir el casillero, sacar la MacBook con los papeles del día, despedirte en la puerta con un see ya tomorrow, buddy!, caminar por el parque hasta el autobús, treparte, hallar lugar, abrir la MacBook, entretenerte media hora más entre el Dreamweaver y el ImageReady, bajar en la 42 esquina Park, parar un taxi, pedirle que te lleve a la Octava y la 34, puntualizar: New Yorker Hotel. Entrar, saludar al portero, abordar el elevador, oprimir el botón del piso 20, llegar hasta la puerta del 2051, insertar la tarjeta, abrir la puerta, prender el aire frío, soltar la MacBook y todo lo demás a un lado del buró, derrumbarte en la cama, respirar hondo, sacarte de la bolsa el chocolate, romperle la envoltura, morder. Extender el programa del día siguiente, ajustar el despertador a las nueve, salivar figurándote los juegazos que vienen. Levantarte de vuelta, despejar la cama, cepillarte los restos de chocolate, asilarte debajo de las cobijas. Sonreír amplia, lenta, mansamente, deseando con el alma que llegue pronto la hora de despertar. Bostezar. Parpadear. Chasquear la lengua. Encontrar en el sueño un atajo propicio.
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