Recursos inhumanos
Recursos inhumanos. Pierre Lemaitre, trad. Juan Carlos Durán Romero. Barcelona: Alfaguara, 2017
La necesidadA menudo sueño que conduzco. Desconozco los mensajes subliminales que mi cerebro me envía con tal actividad, pero el caso es que sueño que me monto en coches que debo conducir a algún sitio, casi siempre con prisa y, casi siempre también, movida por la necesidad.
Nada de esto sería reseñable si no fuera por el hecho de que yo no sé conducir; no fui capaz de aprobar el examen teórico hasta la segunda ocasión y no llegué a presentarme siquiera a la parte práctica. Practiqué mucho, eso sí: sin duda, la experiencia que necesitaba para dar forma a esas pesadillas que ahora me persiguen, pero no hice el examen. Me daba pánico y lo pasaba muy mal, ese era uno de los motivos.
El otro que, en realidad, no necesitaba conducir.
El protagonista de esta historia necesita trabajar: Alain Delambre es un parado de larga duración que ronda los sesenta años y que teme no volver a tener una oportunidad laboral digna en su vida. Un hombre impulsivo, aunque él se resista a reconocerlo, a quien inesperadamente le brindan una gran oportunidad de reincorporarse a su profesión de directivo. Por supuesto: hay trampa.
Recursos inhumanos se narra desde la primera persona de su protagonista, un recurso que siempre confunde, engaña, marea al lector y, en cierto modo, lo conduce al lugar equivocado, hasta que la trama se resuelve y entonces todo encaja donde debe.
En este caso, vamos con Delambre y con las consecuencias de sus actos temerarios y sus malas decisiones desde el principio, porque ¡pobre hombre! en su situación cualquiera haría lo mismo ¿o no?
Todo es cuestión de necesidades y del grado de desesperación que nos corona.
De forma diferente a como lo hace con las otras novelas que he leído de él (y que ya he comentado por aquí, por aquí y por aquí) en esta ocasión Pierre Lemaitre desencadena una acción trepidante, un thriller que regala menos de las vidas de sus personajes y mucho más de los actos intensos que los mueven. Algo que a veces está bien y que otras, no tanto.
Yo me rendí con el carnet de conducir. Lo pasaba demasiado mal como para esforzarme. Tenía transporte público y dos patitas para caminar (lo de la bici aun tuve que trabajarlo más adelante) ¿por qué aguantar a un profesor sin paciencia que me obligaba a escuchar «Radio Marca» durante las clases? Abandoné.
Pero en mis sueños soy capaz de pisar el acelerador por una autopista alemana sin nada que me frene.
No me queda otra, supongo que es eso.


