Lee aquí el primer capítulo.
El latido del reno. Capítulo 1.
Las arrugas que surcaban la frente de Taimi solo podían significar una cosa, y su abuela lo supo en el mismo momento en que la vio cruzar la entrada de la cocina aquella mañana. Había vuelto a suceder por mucho que la joven lo negara.
Desde hacía un par de meses, tras cumplir veinte años, había estado soñando con lo mismo una y otra vez. Al principio se despertaba un poco desorientada, con la ligera sensación de que algo importante había ocurrido y tan solo recordaba colores. Azules, verdes y destellos rojizos. Según iban pasando las semanas empezó a cansarse y harta de intentar darle un sentido por ella misma, se lo había contado a su abuela, Juuri. Esa paciente anciana con la que compartía todo, aquella que tantos cuentos le había narrado para dormir en su infancia.
—Has vuelto a soñar con Revon —afirmó la anciana mientras la miraba preparar el desayuno desde su mecedora favorita en la esquina de la cocina.
La joven guardó silencio y frunció el ceño más todavía.
—Taimi. —La voz de la anciana se volvió firme.
—Sí, mummo —respondió esta con un suspiro pesado. Siempre se había dirigido a ella de esa forma y todo el mundo en su casa lo hacía de igual modo. Su abuela era una persona misteriosa, de tez algo más morena que el resto de la familia y unos ojos oscuros y profundos. Casi siempre lucía una sonrisa que hacía que sus mejillas parecieran aún más redondas. Llevaba el pelo blanco, liso y largo por la espalda, sin mayor peinado que una trenza que ella misma continuaba empeñada en hacerse cada noche. Por las mañanas lo cepillaba con cuidado y permitía que ondeara libre sin volver a atarlo de nuevo hasta el ocaso.
Taimi continuaba sorprendiéndose de lo diferentes que tenía los rasgos de los de su abuela. Con su pálida piel y su pelo rubio, tan solo los ojos oscuros de ambas les recordaban que provenían del mismo lugar.
—Te está reclamando, pequeña.
Taimi dejó lo que tenía entre manos y se sentó a su lado.
Hacía poco tiempo que había empezado a ver al zorro anaranjado en sus sueños, Revon, como su abuela lo llamaba. El animal corría de un lado a otro por el cielo oscuro, iluminándolo de verde y azul con golpes de su cola, como si esta fuera un pincel. Esas luces eran los destellos que ella había recordado en un primer momento.
Con el tiempo, el animal fue tomando forma hasta llegar a fijar sus ojos en los de ella, con una mirada en llamas de los mismos colores con los que llenaba el cielo.
Taimi guardó silencio y tragó saliva con dificultad. Sus orígenes habían sido un tema tabú en esa casa y tan solo podía comentarlo con su abuela cuando sus padres no estaban.
—Hemos hablado sobre esto, kuu. —La anciana hizo un gesto a su nieta para que se le acercara más. En cuanto esta obedeció, posó sus manos en las mejillas de Taimi, tomándole el rostro entre ellas con afecto.
Taimi sonrió con nostalgia antes de añadir:
—Por cierto, mummo. Siempre me has llamado kuu, pero nunca has querido decirme lo que eso significa.
—¿Y por qué crees que voy a decírtelo ahora, jovencita?
—Tenía que intentarlo —Taimi se encogió de hombros y con una sonrisa cansada en los labios, se levantó para continuar con su rutina.
El silencio llenó el ambiente de la cocina, pero era uno diferente al que solía reinar entre ellas. Este pesaba y cargaba palabras que no se habían dicho todavía, aunque ambas sabían que debían hacerlo antes de tomar la inevitable decisión.
—Kuu significa luna —dijo la anciana con un hilo de voz.
Taimi cogió el tazón de madera que le regaló su abuela de pequeña, en el que había desayunado cada uno de los días de su vida, y se sentó a la mesa cruzando las piernas sobre la silla. De haber estado su madre en ese instante, le hubiera regañado por sentarse de esa forma, pero no estaba, así que la joven disfrutó de esa pequeña libertad. Miró a su abuela en silencio. No iba a interrumpir la confesión que le había llevado años conseguir.
La anciana resopló. Sabía lo que intentaba su nieta y no le hizo esperar más. En el fondo sentía que no tenían mucho más tiempo juntas y había llegado el momento de poner toda la información sobre la mesa.
—Mi pequeña, ya te he hablado de nuestros orígenes. Sabes que, si por mí fuera, jamás hubiera abandonado la tierra en la que nací, ni su cultura. Pero tu padre quería otro tipo de vida y al conocer a tu madre…
Taimi asintió. Su abuela y su padre se habían criado en las frías tierras del norte, cruzando la línea del círculo polar. Su madre, sin embargo, era de un país mucho más cálido en cuanto al clima, y de costumbres mediterráneas. Hizo un viaje con amigas al terminar sus estudios de magisterio y allí conoció a su padre. Tras unos años de despedidas y reencuentros, ambos decidieron dar el gran paso y fue él quien abandonó el frío clima del norte. Años después, cuando Taimi nació, arrastraron a su abuela con ellos.
—Eras lo único que iluminaba la oscuridad que este sol me producía. Jamás quise abandonar mi tierra, mi gente, mi cultura. Pero tu padre dijo necesitarme y cuando un hijo pide apoyo, un progenitor lo entrega… Desde el primer momento en que te tuve entre mis brazos, supe que tú ibas a ser diferente. Que llegarías a ser como nosotros. Tienes los espíritus del norte en tus venas y aunque hayas heredado los rasgos de tu madre, ese pelo claro y la tez de porcelana, yo veo tu verdadero interior. El primer día que me hablaste de tus sueños, lloré. Lo hice de felicidad porque los henget del hielo te estaban buscando.
—¿Henget?
—Espíritus, mi niña, espíritus.
Taimi asintió y guardó de nuevo silencio para que su abuela continuara.
—Debes ir allí. Volver al lugar en el que nació tu padre. Ese en el que el cielo oscuro tiene más luz, en el que nuestro pueblo sigue vivo. Debes ir con la mente abierta, olvidando todo lo que crees saber y atenta a las señales y sueños. Los henget te hablarán de formas diferentes y en tu mano está escucharlos o no. Nuestro pueblo los respeta, buscan el alma de cuanto les rodea, cantan sin letra y los golpes de tambor marcan una hora diferente. Las estaciones se cuentan en etapas de reno y descubrirás que la vida es mucho más sencilla de lo que te han hecho pensar.
—¿Dónde tengo que ir, mummo?
—A Nillem, nuestro hogar a orillas del lago Inari. Allí, en Finlandia, encontrarás respuestas.
—¿Vendrás conmigo? —El tono de Taimi denotaba una súplica implícita. No se atrevía a asomarse a esa cultura que desconocía casi por completo sin su abuela.
La anciana cerró los ojos unos instantes, para luego abrirlos de forma pesada y mostrar en ellos un brillo que antes no había.
—Iré. Pero es un viaje que debes hacer sola.
—Si vienes conmigo al viaje, no lo haré sola…
—Kuu, no me refiero a eso. Mi cuerpo y el tuyo se moverán al mismo tiempo y lugar, pero en Nillem empezará un viaje para ti mucho más importante. Recuerda: abre la mente y olvida todo lo que creías seguro. Debes prepararte para ver cómo tus esquemas se tambalean. Estaré ahí si necesitas mi ayuda, aprenderás a verme.
¿Quieres seguir leyendo? Contacta conmigo y reserva tu ejemplar en preventa hasta el 31 de marzo.


