Una nueva República de dos
Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana voy a continuar con el relato de los acontecimientos ocurridos después del asesinato de Julio César en los idus del mes de marzo del año 44 a. C. La entrega de hoy, que ya será la cuarta, lleva por título: Una nueva República de dos.
Haciendo un poco de memoria, recordad que dejamos a dos de los tres triunviros como vencedores del choque en Filipos. Tras esa victoria definitiva sobre los libertadores, la cosa se calmó relativamente. Aunque eso no significa que los vencedores no tuvieran problemas con los que lidiar. Sacándose de en medio a los asesinos de César, una de las tareas estaba cumplida, pero quedaban asuntos urgentes de los que ocuparse.
Reorganización provincialSe dibujaba ahora un nuevo tablero de juego. Sin rivales externos a los que enfrentarse, la cosa era entre dos, ya que Lépido, allí en Italia, quedaría poco a poco al margen. Es más, los rumores comenzaron a verter sobre su persona acusaciones de haber intentado pactar con Sexto Pompeyo, el pirata del Mare Nostrum. Se le quitaron algunas de las provincias que se le habían asignado y se le entregaron a Antonio.
Este se había quedado en Oriente reorganizando las provincias y los reinos vasallos, o más bien sangrándolos por haber ayudado a Bruto y a Casio. Ese dinero que les sacó, serviría para ayudar a reasentar a los veteranos. Poniéndonos en la piel de los habitantes de esas ciudades, deberíamos hacernos a la idea de lo duro de la situación. Primero les exprimen aquellos dos para montar un ejército, y posteriormente, los que les derrotan, hacen lo propio alegando que habían ayudado a sus enemigos. ¿Acaso tenían alguna otra opción?
Problemas internosPor su parte, César, que volvió a caer enfermo otra vez, tras su papel secundario en Filipos, donde quedó a la sombra de Antonio, tuvo que regresar a Italia y ponerse manos a la obra con el reparto de tierras a los soldados veteranos. Se presentaba complicado, y más teniendo a Sexto Pompeyo campando a sus anchas por el mar, complicándole mucho las cosas.
Entre tanto, el victorioso Antonio, estaba de gira por Oriente y ya planeaba una campaña contra el Imperio parto. Quería poner en marcha el proyecto del fallecido César, que quedó pendiente. Como vemos, dos escenarios muy distintos eran los que se les presentaban a los triunviros.
César no lo tuvo fácil, y es que se estima que tuvo que planificar el asentamiento de entre 50 y 60 mil hombres que se licenciaban. Y eso era un problema, ya que los legionarios querían quedarse en municipios itálicos. Esos municipios estaban ya ocupados, y ahí se generaría un conflicto ya latente desde tiempo de los Graco.
¿Y dónde asiento a los veteranos?El triunviro no tuvo más opción que elaborar una lista con 18 ciudades itálicas, que deberían ceder tierras a los legionarios. Evidentemente se trataba de nuevo de una expropiación y los perjudicados que se quedaban sin nada, se veían abocados a la miseria. Muchos de ellos no dudaron en organizarse como bandas de salteadores, mientras que otros optaron por ir a Roma y pasar a formar parte de esa plebs urbana.
Una plebs que cada vez era más numerosa y que cada vez tenía menos recursos. Estos escaseaban por todo lo acontecido y, además, por el bloqueo marítimo que estaba llevando a cabo Sexto Pompeyo con su flota. Y el único responsable de ese malestar y de esa crisis global fue César, que tuvo que responder por todo.
Pero incluso y así, no le tembló el pulso y aguantó el chaparrón, ya que tener contentos a los veteranos era garantía. Llegado el caso de necesitarlos, siempre estarían dispuestos a acudir en su ayuda.
Una buena gestión siempre ayudaLe compensó en gran medida dedicarse a reorganizar Italia, y lo hizo ayudado por hombres como Agripa y Mecenas. Estos se convirtieron en piedras angulares de su proyecto. Mientras él invertía ese tiempo y esfuerzo en solventar aquellos problemas, su socio, Antonio, buscaba la gloria de una manera más directa. Era un hombre ávido de acción y no tuvo en cuenta los problemas y necesidades de sus conciudadanos.
Desde Oriente todo se veía distinto, y lo más fácil, crecido como estaba después de ser el héroe de Filipos, era atacar al enemigo parto para seguir estando en la cúspide. Pero ese fue uno de sus errores, que a la larga le acabaría pasando factura. Los romanos poco a poco verían al joven César como el único que velaba por ellos, mientras que Antonio cada vez se veía más como un elemento distanciado de su patria.
La guerra perusinaFue en este momento cuando la esposa de Antonio, Fulvia, y su cuñado, Lucio Antonio, se metieron en medio. Aprovechando la situación compleja del asentamiento de veteranos, alzaron a sus partidarios contra el triunviro. Pero el hermano de Antonio fue demasiado lejos, y buscó que el Senado declarara a César y Lépido enemigos públicos.
¿Estaba Antonio al corriente de las acciones de su hermano en Roma? No se puede asegurar del todo, pero quiero imaginar que mal no le vendría aquella campaña de desprestigio que arrancaron su esposa y su hermano.
Los veteranos de César no tardaron en reaccionar y cogieron de nuevo las armas para defender a su general y sobre todo los decretos que les otorgaban nuevas tierras. Por su parte Lucio Antonio y Fulvia se refugiaron en Perusia y alentaron a los oficiales de las legiones de Antonio en la Galia para que les ayudaran.
¿Guerra cívil?Por suerte, los legados, Ventidio y Asinio fueron prudentes, y no se metieron en ese conflicto antes de obtener la autorización de su general al mando. Incluso cuando Agripa acorraló a los parientes de Antonio en la ciudad, los legados se mantuvieron al margen para no iniciar una nueva guerra civil.
La situación se resolvió con la capitulación de los sitiados a finales de febrero del año 40 a. C., y César tuvo que conformarse con la solicitud de perdón del hermano de su socio. No podía reprimirle porque se arriesgaba a fracturar la débil alianza. Aunque Lucio salió indemne, la ciudad de Perusia, que le había dado cobijo, pagó un alto precio. Fue saqueada y cayeron algunos de los senadores hostiles a los triunviros que aún quedaban libres.
El regreso de Antonio a ItaliaLa situación estaba lejos de calmarse, ya que pronto César recibió noticias de que Antonio regresaba con su flota y legiones desde Oriente. Había estado ocioso el último año en Egipto, disfrutando de la compañía de Cleopatra, a la que había dejado encinta.
Había descuidado también la provincia de Siria, que fue invadida por el ejército parto al mando del príncipe Pacoro y del romano Quinto Labieno, hijo de unos de los prestigiosos generales de César, Tito Labieno. Este que no había estado en Filipos, se encargó de pedir ayuda al rey Orodes e incitó el inicio de esa guerra.
Pero por si eso no bastara, la ciudad portuaria de Brundisium, cerró las puertas a Antonio y este no dudó en atacarla. El clima de tensión era elevado, y César acudió a levantar el asedio, siendo conocedor de que su colega había sido tentado por Sexto Pompeyo para aliarse. Como veis, todo apuntaba de nuevo a otra guerra civil. Pero por fortuna, los propios legionarios obligaron a sus generales a pactar, ya que estaban cansados de combatir entre ellos. Se plantaron y mediante la oficialidad obligaron a los triunviros a buscar una salida pacífica a aquello.
Fueron Mecenas y Asinio Polión los que hablaron en nombre de sus superiores y llegaron a un acuerdo. Se firmó el acuerdo de Brundisium y se llevó a cabo un nuevo reparto de territorios. Esta vez fue más sencillo, César las provincias Occidentales y Antonio las Orientales. Lépido se quedó solo con África. Cada vez le tocaba menos al pobre infeliz.
Un triunvirato de dosAdemás de eso, se les concedió a ambos el mando de sendas campañas. A Antonio la guerra contra la levantisca Partia, que como ya os he comentado antes había entrado en Siria e iniciado una invasión de territorio romano. A César la que le enfrentaría al rebelde Sexto Pompeyo. Este acuerdo fue sellado con una alianza matrimonial, y la hermana de César, Octavia, que había enviudado recientemente, fue entregada en matrimonio a Antonio. La cuestión fue que al menos aquella unión vaticinaba una renovación de la alianza y espantaba el fantasma de una nueva guerra entre romanos.
La situación se relajó hasta el punto que César contrajo matrimonio con su segunda esposa, Escribonia, que a la postre era hermana del suegro de Sexto Pompeyo. Quizás al hacerlo buscaba un acercamiento también con el rebelde. Aunque eso ya era más complicado, ya que el hijo del Magno no estaba dispuesto a ceder a ningún acuerdo. Se sintió traicionado por Antonio, que prefirió aliarse de nuevo con su colega y le dejó de lado.
La reacción fue dura y contundente, y con su flota sembró de nuevo el pánico en las costas de Italia a la vez que recrudecía el bloqueo para hacer pasar hambre a los romanos. En la primavera del 39 a. C., César se vio forzado por la situación crítica a buscar un pacto con Pompeyo. En Miseno se reunieron para ratificar el control del rebelde de las provincias de Cerdeña, Córcega y Sicilia, a la que se sumó el Peloponeso.
Duró el tiempo suficiente, un año, para que César pudiera aliviar la presión y planeara con detalle cómo acabar con la amenaza del pirata. Inteligente y sagaz, el joven triunviro no iba a permitir que aquel traidor se saliera con la suya, y solo era cuestión de tiempo enviarle con su padre.
De la frágil paz, a la guerraEn ese impas de tiempo, César se divorció de Escribonia, justo el día en el que nació su única hija, Júlia, y se casó con Livia. Obviamente ya sabéis que la mujer estaba casada con Tiberio Claudio, antiguo opositor suyo, que no tuvo más remedio que divorciarse de ella para entregársela.
A principios del año 38 a. C., Pompeyo, que no había recibido aún el Peloponeso, reactivó las operaciones marítimas. Pero en aquel momento, el triunviro estaba preparado, y con una nueva flota, comandada por su fiel Agripa, que se había encargado de reclutar la tripulación y entrenarla en Cumas. Además, contó con el apoyo de Antonio en su guerra. Este no lo hizo por solidaridad, sino que buscó algo a cambio también: ayuda para su campaña en Partia. Acordaron un intercambio de tropas, César le prestaba legionarios, y Antonio le cedía barcos para la flota. Un acuerdo en el que todos ganaban.
Así pues, para comienzos del año 37 a. C., la flota de Antonio apareció en Tarento para apoyar a César en su guerra contra el pirata Pompeyo. Pero sorprendentemente, César rechazó su ayuda, ya que se sentía tan fuerte como para derrotar él solo a su rival. La tensión entre ambos hombres afloró de nuevo y fue la mediación de Octavia la que calmó de nuevo los ánimos.
El acuerdo de TarentoEn Tarento se renovó el acuerdo y César retrasó un año el ataque a la vez que aceptaba 120 barcos de guerra de Antonio. A cambio le entregaba 20 mil legionarios para su campaña en Oriente. A la postre, se alargó el triunvirato durante cinco años más, pese a que el anterior mandato había vencido unos meses atrás. De todo esto, el joven César fue el que mayor beneficio sacó, ya que obtuvo barcos y jamás llegó a cederle a su cuñado esos legionarios que le había prometido.
Adentrándonos ya en esa guerra contra Pompeyo, sabemos que las operaciones se retomaron en verano del año 36 a. C. Se reunió una poderosa fuerza, naval y terrestre en la isla de Sicilia, punto en el que Sexto concentraba sus recursos. César sufrió una dolorosa derrota en el estrecho de Mesina, dejando claro que su papel como general distaba mucho de igualar al de estadista y político.
Por fortuna acudió al rescate el mismo de siempre: Agripa. Quien, en septiembre de ese mismo año, entabló una dura batalla contra su enemigo en aguas de Nauloco. La victoria del general de César fue aplastante y obligó a Pompeyo a forzar la evacuación de sus tropas de la isla, dejándola en manos de sus rivales.
El final de Sexto Pompeyo y la caída de LépidoEscapó con vida y consiguió huir a Oriente, tratando de retomar las conversaciones con Antonio. Al principio el triunviro se mostró cordial, pero a medida que comprobó que el hijo de Pompeyo estaba reorganizándose para atacar de nuevo no le quedó más opción que encargarle a uno de sus lugartenientes que le enviara al reino de Plutón.
Pero la campaña contra el pirata no acabó con Nauloco, si no que el tema se complicó cuando el olvidado Lépido, que había cedido legiones africanas a la guerra, reclamó el control de Sicilia. Ese fue un grave error, ya que César movió sus influencias y se personó en el campamento de su socio e instó a sus numerosas legiones a unirse a él. Tuvo fortuna o quién sabe si el hecho de que agarrara un águila y se hiciera seguir de los portaestandartes al exterior del recinto, tuvo algo que ver en su éxito.
La cuestión fue que él tenía mucho más carisma que Lépido, que fue incapaz de convencer a sus propios soldados. Estos tampoco tardaron demasiado en abandonarle a su suerte para seguir a un hombre que les prometía fama y riquezas. Lépido quedó desplazado y fue obligado a desprenderse de sus poderes. Fue desterrado a Circei, donde pasó lo que le quedaba de vida, al menos conservando la dignidad vitalicia de ser Pontífice Máximo.
La provincia de África pasó entonces al control de César mientras que el desdichado Lépido vivió una cómoda y larga vida. De hecho, César jamás lo vio como una amenaza, ya que de haberlo sido no habría dudado en deshacerse de él sin más.
Una nueva reorganización provincialCésar era el amo y señor de Occidente, ya que Antonio estaba sumido en lo suyo contra los partos, que fue de todo menos sencillo. El Senado reconoció el nuevo orden y le concedió al joven un recibimiento al final de la larga marcha triunfal que llevó a cabo por toda Italia. Empezaba un nuevo período para Roma, sin enemigos internos de los que preocuparse, ahora tocaba restablecer el orden y solventar los asuntos más sociales.
César era el nuevo héroe para la República y los senadores estaban cansados de guerra por lo que no dudaron en agasajar a su nuevo señor. Llegaron incluso a concederle algo inaudito, la sacrosanctitas, es decir aquella inviolabilidad que solo tenían los tribunos de la plebe.
Él a cambio le concedió al pueblo muchas cosas, como la restitución de esclavos que había liberado para que sirvieran en su flota, la limpieza de los caminos de salteadores, la entrega de parcelas en Italia, Sicilia y la Galia a 20 mil veteranos. Además de la admisión de muchos centuriones en las curias municipales, obteniendo una promoción en la vida civil que le garantizaba lealtad a César.
Y mientras tanto, Antonio en Oriente…Mientras tanto en Oriente, Antonio había iniciado su guerra contra los partos, buscando recuperar el orgullo herido tras el desastre de Craso en Carras. Además, había que detener a los impetuosos enemigos que habían osado atacar la misma provincia de Siria aprovechándose de la situación de guerra interna que tenían los romanos.
Aunque no tuviera los hombres prometidos por César, Antonio poseía un imponente ejército y decidió que en el 36 a. C. ya había llegado la hora de ponerse en marcha. El triunviro había logrado reunir entre 15 y 18 legiones, apoyadas por las correspondientes unidades de auxiliares y los aliados de los reinos vasallos. Después de los ocurrido en el año 41-40 a. C. con los partos, no estaba dispuesto a que se cometiera el mismo error.
Pero los fantasmas del pasado volvieron a aparecer, y el ejército romano cayó en una celada muy bien trenzada, y se vio obligado a abandonar las máquinas de guerra y el convoy de avituallamiento. Los jinetes partos, rápidos y letales con sus arcos, no tuvieron piedad y acabaron con los pocos hombres que protegían aquella parte fundamental del ejército romano.
El grueso de las tropas de Antonio se quedó sin apenas comida estando en territorio enemigo. El triunviro se vio obligado a replegarse como pudieron, mientras los partos no dejaban de acosarlos. Lo que en principio debía ser una conquista a la altura de la de Alejandro de Macedonia, acabó transformándose más en una huida al más puro estilo Anábasis de Jenofonte.
Una campaña desastrosaTras cuatro semanas de duro acoso, el ejército romano llegó a territorio seguro, pero pagando un alto precio. Se perdieron a más de una cuarta parte de los legionarios, además de seguidores, aliados y bestias de carga y tiro. Y aún tuvo suerte de que los partos no decidieran invadir territorio romano, porque no habría sido capaz de detenerlos.
Lo que en teoría podría haber supuesto un éxito, fue realmente un fracaso. Antonio se quedó con las ganas de haberlo logrado y por ende de quedar de nuevo por encima de César. Los partos se erigieron de nuevo en un enemigo temible y Roma jamás lograría conquistarlos.
Mientras tanto, en la parte Occidental, sin guerras civiles de las que preocuparse, el ejército del joven César pasó a cumplir su antigua función: conquistar territorios extranjeros. Así pues, el siguiente objetivo militar fue Iliria, situada al oeste de la zona que ocupaba la antigua Yugoslavia. Fueron tres años consecutivos de campañas, que pese a ser exitosos, no fueron espectaculares.
En Roma, la situación también fue próspera, ya que César llevó a cabo un amplio programa de reformas y construcciones que le reportó mucha más fama de la que ya tenía. Se fraguaba algo en el ambiente y el joven triunviro tenía que tener tantos apoyos como pudiera.
Hasta aquí la entrega de esta semana. Estad atentos porqué en pocos días volveré a publicar la siguiente entrega de esta magnífica saga.
Un saludo a todos.
Sergio Alejo GómezAutor de las sagas literarias de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Renovatio Imperii y la colección ¿Sabías que?La entrada Una nueva República de dos se publicó primero en Sergio Alejo Gomez.



