Simplemente

Recuerda, mientras se mantiene aferrada al pecho de Bran, uno de los Diez Mandamientos que le enseñaron de niña. No pronunciarás en nombre de Dios en vano. Pero sabe que no es en vano cada vez que se aclama a cielo. Por eso cree que no está tan condenada por ese pecado como por el de la lujuria. 

Lo abraza, dejando caer su cabeza en el triángulo que forma su brazo, su hombro y su pecho. Siente su piel en el rostro y oye los latidos de su corazón. Se abandona a su mano, que pasea sin prisas por encima de la piel dormida de su hombro y por la cascada de su pelo. Lo abraza, notando que le falta el aire y debe suspirar de puro placer. Simplemente lo abraza. Y suspira. Y sin querer se le escapa un “Dios” muy humano, susurrado casi sin darse cuenta. 

Bran lo escucha y la aprieta contra sí en un gesto de complicidad compartida, como si ella hubiera expresado lo que, a él, como hombre, no le está permitido expresar.  

Se acoge a sagrado, como hacían las personas perseguidas al entrar en una iglesia en la época medieval. Se refugia, se guarda, se cobija en él. Y se queda quieta notado su presencia, sin más. La luna cruza el cielo sin que ellos lo noten, abandonados, envueltos en sábanas de paz. 

Ahí, entre sus brazos, en el único lugar del mundo donde quiere estar, deja transcurrir la noche, que tiene algo de muerte y de olvido. Se queda quieta sintiendo su respiración y su calma, la dureza de sus músculos, la suavidad de su piel, la rotundidad de su cuerpo, como la tierra, orgánico y tan real que puede dejarse caer sobre él y abrazarle sin llegar nunca a abarcar todo cuanto es. Un hombre. 

Su cuerpo, como una utopía, un lugar fuera de todos los lugares que ella puede imaginar y sentir, un cuerpo sin cuerpo cuando lo sueña, cuando lo piensa, lo imagina, lo siente. Un fragmento de cielo limpio, bello, luminoso. 

Su cuerpo y la forma en que ella le habla, como en un lenguaje nuevo donde se revela a sí misma, silenciosa, carnal y etérea a la vez, en cada gesto, en cada postura, en la forma en que sus dedos acarician la porción de piel que nace debajo de ellos, en el simple gesto de tocar, levemente y despacio, su cara con los nudillos o de dejar que su pierna se desplace muy poco a poco hasta encontrar un hueco entre las suyas. 

Le habla constantemente al cielo de sus ojos aun cuando él los tiene cerrados en un sueño indolente, insultante casi para ella, que no logra conciliarlo. Le habla en silencio mientras el día se despereza tras la ventana, y le propone nuevos deseos con los que remontar el vuelo, con los que traspasar las propias fronteras del cuerpo, con los que sentirse libres y soberanos, continuados tras morir un poco uno en brazos del otro. Le propone la eternidad. 

Ha parado de llover y no sale el sol. La lluvia está dando una tregua de varios días, aunque el jardín sigue mojado y con charcos. La luz que entra por la habitación es leve y difumina las sombras de la noche. Todavía no puede ver su rostro con claridad. Todavía está todo envuelto en sombras, en claroscuros, en perfiles sin rasgos. Y la sensación es de estar flotando en un limbo donde se ha parado el tiempo y donde no existe el espacio.  

Bran abre los ojos a la nueva mañana y ella lo siente despertar sin moverse todavía. Nota como vuelve su alma de donde estuviera y lo ocupa poco a poco, retornando a la vida, al día, a ella. Como en un acto reflejo la acaricia apenas en el hombro y nota cómo ha variado su respiración. No puede evitar levantar la cabeza para mirarlo entre las brumas del sueño y el alba. Y él le sonríe. Simplemente. 

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Published on August 25, 2021 03:00
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