Chilango
Uno de los dilemas recurrentes que enfrento por la educación de mi hijo consiste en cómo no heredarle mis prejuicios o mis creencias no sustentadas en la ciencia. Cuando me pregunta si creo en Dios, le digo que yo no, pero su mamá sí, por ejemplo, y enseguida lo intento emocionar contándole, en mi versión, las historias de la Biblia que me sé, para después señalarle que hay otras religiones, otros dioses, otras manifestaciones de la fe y que podemos elegir, que ya llegará el tiempo en que él pueda elegir.
Que yo no crea en dios, considero, no me da ningún derecho a negarle ese derecho a mi hijo, y lo único que se me ocurre hacer es proveerlo de una experiencia similar a la mía, para que, como yo, pueda elegir. Creo que ese es el camino. Lo mismo en educación cívica. Mi hijo lleva una materia que se llama formación cívica y ética, en la que también les enseñan sobre su entorno geográfico, social y político; en esa sentía que era más fácil acompañarlo en su aprendizaje, hasta que llegamos al concepto de Patria, que yo siempre escribo con minúsculas y la que invariablemente me remite al poema de José Emilio Pachecho Alta traición: “No amo mi patria/ Su fulgor abstracto/ es inasible…”.
Otro reto ha sido su condición de aguascalentense, yo soy orgullosamente chilango, de una generación que no se detiene ante el trabalenguas de la CDMX y sin pena llama Distrito Federal a su ciudad, esa en la que no nos detenemos a pensar si las quesadillas llevan o no queso.
El desafío con mi hijo es qué ejemplos darle para que se sienta cómodo siendo aguascalentense, tanto o más de lo que yo me siento orgulloso de mi origen chilango, porque como en el poema de Pacheco, en esa ciudad aprendí que “(aunque suene mal)/ daría la vida por diez lugares suyos,/ cierta gente, / puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad desecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia…”, en especial por la gente, esos chilangos a los que define su empatía, su solidaridad.
Los chilangos de la mano pronta al auxilio, los que salen a las calles ante una emergencia, los de siempre, los de los terremotos de 1985 y 2017, los que por la noche acudieron al derrumbe de los vagones de la Línea 12, esos que escuchamos y vemos en los videos, pidiendo a su carnal que guarde la calma mientras encuentran la forma de salvarlo; los que abrazan a una desconocida pidiéndole que se tranquilice, jefa; los que gritan, grábalo, grábalo, wey, y tras un no mames sorprendido, corren para ver si entre todos pueden levantar el escombro; los que apenados confiesan a la cámara que pudieron ir hasta a esa hora de la madrugada porque no los dejaban pasar para entregar unas tortitas y unos refresquitos a los de los cuerpos de rescate…
Siempre digo lo mismo, me es inasible el fulgor abstracto de las letras doradas en un muro, de las placas de bronce, el parloteo de las peroratas que cantan gestas heroicas; siempre hago lo mismo cuando quiero fomentar el amor por su patria grande o la chica, tratar de compartirle la experiencia, la importancia, la esperanza, que despierta cuando le tiendes la mano al otro, porque sabes que lo haces sin esperar que, llegado el momento, te la tiendan a ti, con la certeza de que ahí estará.
Coda. Ya me tocó repasar con mi hijo la Decena Trágica, lo abrumé con detalles, la muerte de Bernardo Reyes y la Oración del 9 de febrero que escribió su hijo; le mostré una foto de Felipe Ángeles y por qué a pesar de todo lo considero un héroe; del asesinato de Madero y Pino Suarez; del traidor Victoriano Huerta… Mañana, cuando vuelva a uno de los episodios, para mí, más fascinantes de nuestra historia, le contaré más de Francisco Madero, de cómo no era un manipulador ni se quejaba de la prensa, como el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo ante los cuestionamientos por su pésima gestión, culpando de todo a los medios de comunicación, que porque “Desde el tiempo del presidente Madero no se tenía una prensa así, tan tendenciosa, golpeadora, la regla es que tenemos la prensa más lamentable, injusta, en mucho tiempo”, dijo, y lo tendré que compartir con mi hijo, porque si de algo me siento orgulloso, aparte de ser chilango, es de mi trabajo, como para que cualquier mercachifle se justifique insultando el esfuerzo que miles hacemos todos los días pensando en cumplir con nuestra función social.
@aldan
Bajo presión, mi columna en LJA.MX

