DIALOGANDO CON LAS NUBES VIII
La voz de mi amigo me saca una vez más de mis elucubraciones. Ya ha oscurecido y ha acabado el acto con un pequeño recital musical de piano. Toca intercambiar impresiones. Pero, yo estoy aún tan embebido en mis propios pensamientos que me cuesta horrores abandonarlos para sumergirme en el mundo de las relaciones sociales, sobretodo porque siempre me siento muy incómodo y torpe para esas cosas. Lo que querría es desaparecer sin más, sin sentirme obligado a ser amable, cordial o empalagoso. Odio los formulismos. El recital me ha parecido genial, me ha entusiasmado, pero se me antoja poco original repetir las mismas palabras que están repitiendo todos. Y aún así, lo hago.
Mi amigo se empeña en acercarse a los poetas para felicitarlos y aprovechar para darse a conocer, cultivar nuevas relaciones. Esa es la idea. A mí me da mucha pereza y se redobla mi incomodidad. Yo no me acerco. Mantengo como siempre ciertas distancias y siento cierta afinidad con el joven poeta de los aros en las orejas que, de tan tímido, ha recitado mayormente poemas de otros autores y ahora, permanece a cierta distancia, separado del resto, como esperando que nadie le vaya a importunar. Aunque de tanto en tanto alguno se le acerca, seguramente a su pesar. Ni con su nombre me he quedado.

Aunque yo, más que tímido soy introvertido y me siento a menudo como la pantera del poema de Rilke, como una gigantesca voluntad paralizada. En parte me identifico muchísimo con Rilke. Como él, quisiera vivir exclusivamente escribiendo y de escribir, sin preocuparme de nada más. Pero él por lo menos tenía talento para conseguir mecenas, siempre mujeres y yo ni de eso me veo capaz. Me pregunto si buscó él a las mecenas o ellas le encontraron a él, sin más…
Pero tampoco me veo capaz de convertirme una vez más en un asalariado. Ya lo fui en el pasado, como un torturado Kafka, desempeñando como él una profesión aburrida que no me motivaba en absoluto o escribiendo bajo la demanda de los demás.
No. Necesito sentirme libre, auténticamente libre para poder dar rienda suelta a mi voluntad. Y con todo, si no tengo un auténtico talento, como el de Dolors Miquel, que se me antoja un nuevo Henry Miller revivido y en femenino, y que al menos sabe defenderse en el plano escénico y social mucho mejor que yo, muchísimo mejor que yo, tampoco llegaré a ningún sitio. Tengo mis dudas de llegar a algún sitio alguna vez. La inseguridad en todos los aspectos me carcome.
Si al menos los artistas, los artesanos y tal vez los agricultores tradicionales y auténticamente ecológicos contáramos con una renta básica, facilitaría mucho las cosas para que todos pudiéramos encontrar otras formas de vivir más sanas, más respetuosas con la naturaleza y más gratificantes, olvidándonos de perseguir el triunfo económico. Suena a pensamiento iluso, lo sé. Como parece iluso creer que es posible una renta básica para todos. Ojalá lo fuera, pero ahora por ahora parece una quimera y no deja de ser un tema muy controvertido.
En realidad me digo todo esto para distraer mi mente, o mejor dicho, mis emociones, del sentimiento de envidia que me embarga. No lo puedo reprimir, ni negar. Yo tendría que ser capaz de escribir sin envaramientos, con más desenfado, sin pensar en censuras y moralinas, como lo hacía Henry Miller, como lo hace Dolors Miquel cuando repite una y otra vez:
“Ya que no me puedes follar, léeme
Ya que no me puedes follar, léeme
Ya que no me puedes follar, léeme…”
Aunque el recital era en catalán y Dolors Miquel repetía en realidad:
“Ja que no em pots follar, llegeix-me
Ja que no em pots follar, llegeix-me
Ja que no em pots follar, llegeix-me…!
Mi amigo se me acerca y por enésima vez me saca de mis ensoñaciones. Muestra un mohín de disgusto en el rostro y enseguida me aclara que acaba de recibir una seca respuesta de Dolors Miquel.
Una simple palabra.
-¡Vale!
Esa es la simple palabra con la que se ha limitado a contestarle ella con énfasis, tras felicitarla por su actuación. Pero aún así mi amigo continúa teniendo halagos para ella, para su autenticidad y pasotez.
¡Qué seguridad en sí misma! ¿O es simplemente cansancio?
Pienso que yo también habré podido parecer seco y frío con mis escasos lectores en más de una ocasión, pero es más bien por incomodidad. Y mi amigo también es seco y distante algunas veces con quienes se le acercan para felicitarle por sus creaciones artísticas. Por eso empatizamos los dos con la situación y no le damos más vueltas. Pero ya no tenemos ganas de continuar intentando “abrirnos” más, así que decidimos volver al parking del museo y regresar a casa. Estamos cansados y no tenemos ánimos para ir a ninguna parte a tomar algo, por miedo a contagiarnos, si es que hay algo realmente amenazador para nuestras vidas de lo que contagiarse… Siempre hay que dudar de absolutamente todo.
Continuará…
© Maite Mateos


