Un cuento muy extraño.
Había una vez un mundo, sí, un planeta entero, no un reino ni un país, era un mundo inmenso y dispar… o no tanto. El caso es que sus habitantes eran irreflexivos, impulsivos y poco lógicos. Habían olvidado pensar por sí mismos, lo habían olvidado o quizá, preferían ignorarlo.

En aquel extraño mundo, se temía al que no llevara el rostro oculto; se le consideraba un auténtico asesino. El motivo no era otro que una nueva enfermedad de la que la mayoría de sus portadores desconocían estar enfermos. Sí, por primera vez en la historia de ese planeta, surgió una enfermedad mortal que muchos pasaban sin enterarse; no sentían nada dentro de su organismo y tampoco se veía exteriormente. Todo el mundo tenía miedo de todo el mundo, porque era imposible saber quién estaba contagiado de esa rara enfermedad mortal sin síntomas en tantos portadores.
Los gobernantes de aquel mundo, argumentando una prioridad de la salud pública y una preocupación que nunca antes habían mostrado por sus ciudadanos, cerraron todos los centros de salud de atención primaria y pospusieron numerosas operaciones urgentes. Pero a nadie le pareció extraño porque, según creían, la sociedad nunca se había enfrentado a nada semejante.
Dicha enfermedad causaba una mortandad menor al 2% de los contagiados, la inmensa mayoría de ellos de más de 80 años de edad o con patologías severas previas, del mismo modo que otras enfermedades similares lo hicieron en el pasado o lo seguían haciendo en el presente. Pero nadie se paró a pensar en esos datos, porque el miedo infundido les paralizaba demasiado.
Muchos de ellos perdieron su trabajo y no podían alimentar a sus familias; sin embargo, solo algunos se atrevieron a protestar en las calles. Los que conservaban su salario, osaron tacharlos de insolidarios, pésimos ciudadanos e incluso peligrosos. La policía tuvo que ponerles multas cuantiosas para solucionarlo.
Los habitantes de aquel mundo vivían aterrados, tanto, que obedecían ciegamente a sus gobernantes, quienes les privaron de derechos fundamentales, como poder salir a la calle, aunque no estuvieran contagiados, o expresar su opinión libremente. Nacieron nuevas leyes sobre “bulos” e información falsa, mediante las cuales eliminaban de inmediato cualquier opinión contraria a la suya. Poco después, comenzaron a vigilar sus movimientos y hábitos para controlar dónde estaban en cada momento, esgrimiendo el mismo argumento de la prioridad de la salud pública. Sorprendentemente, los ciudadanos de ese mundo tampoco vieron señales de alarma. Como decía, la mayoría de los habitantes de ese planeta no optaba por la reflexión ni buscaba más información que la que les proporcionaban sus gobiernos, en los que confiaban plenamente porque jamás mentían ni pretendían quedarse con dinero público que no les perteneciera. Estos ciudadanos preferían la falsa comodidad que otorga una obediencia ciega, haciendo todo lo que se les pedía sin cuestionarse nada.
Y te preguntarás: ¿Qué pasó al final? ¿Los ciudadanos hicieron algo para cambiar la situación? Resulta que la respuesta a eso, la tienes tú.
Este cuento pretende únicamente invitar a a reflexión, no negar una evidencia ni menospreciar a nadie que esté padeciendo este terrible virus y, muchísimo menos, negar que muchos hayan muerto. Ni todo es blanco ni todo negro, siempre hay gamas de grises. Discernir utilizando la lógica y buscar la verdad en otros medios de información te dará un criterio más acertado de lo que está pasando. Piensa sobre lo que te dicen y si todo lo que ves y escuchas realmente tiene alguna lógica. Abrir los ojos acerca de los intereses de los poderosos, recordar las motivaciones de lo que muchos de ellos hicieron en el pasado (no tan lejano) y, sobre todo, defender tus derechos fundamentales. Jamás en la historia de la humanidad se han restringido derechos sin un argumento loable detrás, un argumento que convenciera a la gente de que tenían razón y que era necesario hacer lo que estaban haciendo. Poco a poco, de manera sibilina… hasta que fue demasiado tarde. El MIEDO funciona con TODO el mundo; el miedo a la muerte aún más. Es el ARMA más poderosa que existe contra el ser humano. Nunca lo olvides.