Poder



Necesitamos políticos comprometidos con el servicio público, aspirantes a los que no les dé miedo declarar que están buscando alcanzar el poder que les otorga un cargo. Insisto en el tema no sólo porque ya ha iniciado, otra vez, un proceso electoral, sino porque me abruma la réplica de discursos con que los candidatos venden su ambición, con una falsedad que se disfraza de corrección política para lograr el apoyo de los electores.

Ante el descrédito de los políticos, los aspirantes entienden que para lograr ser votados tienen que mentir, diluir aquello que los electores pueden entender mal, eso que seguramente no comprenderán, entonces el discurso se despersonaliza y se vuelve una sarta de buenas intenciones, un modelo dicotómico en que el aspirante se inventa un gigantesco sujeto del mal para oponerse como un sujeto del bien, y en ningún lado hay acciones o ideas, sólo una oposición que intenta garantizar la bondad de las intenciones.

“Es una idea simple, que me vuelve a menudo, pero que no veo formularse nunca (quizá sea una idea estúpida); ¿no hay siempre algo ético en la política? Lo que funda la política, orden de lo real, ciencia pura de lo real social, ¿no es el Valor? ¿En nombre de qué un militante decide… militar? Arrancándose justamente de toda moral y de toda psicología, ¿no tiene la práctica política un origen… psicológico y moral?”, leo la pregunta en Roland Barthes por Roland Barthes y como al autor me vuelve una y otra vez la imagen del aspirante censurándose antes de confesar que lo que quiere es el Poder.

Eso está mal, la clase política ha transformado la aspiración al Poder en algo malo por sí mismo, como si estuviera distanciado del ejercicio, de la práctica, y se tratara de un objeto, del botín que se obtiene al finalizar el atraco.

El poder no es un objeto, describe Foucault: “El poder no es una sustancia. Tampoco es un misterioso atributo cuyo origen habría que explorar. El poder no es más que un tipo particular de relaciones entre individuos” e indica que uno de los rasgos distintivo del poder es que algunos pueden, en mayor o menor medida, “determinar por completo la conducta de otros hombres, pero jamás de manera exhaustiva o coercitiva. Un hombre encadenado y azotado se encuentra sometido a la fuerza que se ejerce sobre él. Pero no al poder”.

La aspiración sería a que quien quiera un cargo de se comprometiera a un ejercicio benéfico para todos desde ese puesto, sin embargo, décadas de pensar en el Poder como un objeto antes que como una relación han dejado un surco del que parece imposible salir, los aspirantes sólo aprenden a que se puede alcanzar el Poder sólo a través de estrategias y tácticas que consisten en ocultar, como si su ejercicio sólo fuera posible a través de la fuerza o la violencia.

Lo que el sistema ofrece es un camino en el que se debe seguir el ejemplo de quienes ya estuvieron ahí para compartir el Poder, lejos, muy lejos está la idea de trabajar una relación, de ganarse la confianza de los otros para establecer esa conexión y hacerla productiva, a tal grado que sea benéfica y generosa para todos.

Sí, es una idea simple, que me vuelve a menudo, quizá sea una idea estúpida, pero estoy convencido de que se pueden desarrollar otras estrategias, otras tácticas, no la del engaño o la falsa corrección que intenta adular a los electores y finaliza, siempre, tratándonos como bobos.

Coda. Sobre los juegos: “El poder no es el mal. El poder son los juegos estratégicos. ¡Se sabe bien que el poder no es el mal! Tome por ejemplo las relaciones sexuales o amorosas: ejercer poder sobre el otro, en una especie de juego estratégico abierto donde las cosas podrían invertirse, eso no es el mal; eso es parte del amor, de la pasión, del placer sexual”, así, Foucault de nuevo.


@aldan


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Published on November 12, 2020 01:17
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