El Smartphone como objeto de deseo

En otras épocas, de las que contamos con cada vez más distancia en el tiempo, teníamos nuestras propias insignias. Objetos, pines y peinados que simbolizaban una bandera en alto, expresiones de gustos, e inevitablemente, cosmogonía social, económica, cultural.


El baño dorado de la nostalgia quizás nos hace olvidar un poco aquellas modas que llegaban desde «más arriba», y hacían que los niños parecieran clonados, que volvían monotemáticas las charlas o influían con fuerza en el nivel de popularidad. Pero estaban, existieron, y como nada cambia o es nuevo bajo el Sol, sino que apenas se transforma, el presente tiene su cuota de banalidad y cumplimiento de ritos socialmente aceptados.


En menos de 20 años, la telefonía móvil, pasó de ser utilidad y símbolo económico y social para empresarios y personajes que requerían una conectividad ilimitada y cara, por su medio profesional; a ser un método de conexión interpersonal de facto. Por si alguien estuvo congelado en hielo los últimos 10 años: el celular, y en especial el smartphone, se ha fagocitado absolutamente todo, reemplazandolo o al menos convirtiéndose en su transmisor predilecto. Adiós, queridos mails y recados personales. Farewell, SMS y cadenas de PowerPoint. Arrivederci, privacidad y exclusividad espacio-temporal; díganle hola el mundo de las 4 cámaras por persona, 2 delanteras y 2 traseras, capaces de capturar desde mediocridades y miserias, hasta acontecimientos históricos.


Aquellos que ya preparen historias personales o del Tío Pepo, que aún batalla contra la modernidad desde su Motorola Startac, tengan en cuenta que las personas que pueden prescindir del smartphone como herramienta comunicacional, o bien no las necesitan en sus ámbitos laborales/afectivos/sociales, o bien se encuentran en una etapa de la vida en la que son indiferentes a los mismos, (por ejemplo, dentro del vientre materno o en el lecho de muerte). También están aquellos que han alcanzado cierta iluminación, o falta de ella y tendido eléctrico, como para prescindir del aparato. Pero mientras antes hagamos el momento de reflexión y venzamos nuestra resistencia psicológica a aceptar la realidad cabal de que el smartphone es la navaja suiza multiuso, omnipresente de nuestra era, más rápido podré pasar a tratar el tema del que realmente quiero hablar: que esta omnipotencia que pretendemos imbuir al aparato, es en gran parte una cuestión de marketing que todos parecemos haber aceptado sin rechistar.


Retrocedamos un poco en el tiempo para darnos una cuota de perspectiva. Volvamos a épocas simples y por demás conocidas. Aquellas en las que una bicicleta, una guitarra o unas zapatillas nuevas eran todo un acontecimiento. Representaban más que su materialidad, eran verdaderos símbolos que conferían al portador algún tipo de estatus, o al menos así con convencían las tan verticales publicidades de la época. Eran, después de todo, un calzado que en muchos casos hasta distaba de ser objetivamente bueno y se rajaba a los pocos meses, pero mientras duraban cumplían con aquel ciclo de narcisismo social. El fabricante no nos vendía un producto claramente superior y que justificase el precio, o sobreprecio que ostentaba frente a la competencia. A pesar y salvando diferencias y márketing, un calzado es un calzado. Tiene una vida útil limitada e inversamente proporcional al nivel de uso y la intensidad que el usuario le imprima. ¿No les suena parecido?


El importante acento en la estética de los últimos años, lejos de ser una casualidad, es un síntoma.

Esto se debe a que uno de los grandes aciertos comerciales del mercado tecnológico, fue saber promocionar un sentido de pertenencia, nivel y modernidad a sus compradores. En muchos casos, llegando a dejar de lado las funciones y objetivos iniciales, la funcionalidad del producto como tal. Así como uno ya no es una persona que juega videojuegos, sino un gamer con parámetros claramente establecidos por la industria, también se inserta aún sin querer uno mismo en estratos sociales específicos al elegir marca y precio de smartphone. Extraña suerte de tribalismo primigenio, que nos recuerda que quizás estamos más cerca del chamán, la aldea y los amuletos de lo que nos gustaría admitir.


Querido lector, este escritor entiende que puede sonar tecnófobo y atrasado el tono de algunas palabras, sin embargo, también es cierto que no se puede justificar el desembolso de más de mil dólares en un aparato que despierta muchas dudas respecto a su ventaja real frente a la competencia. Y allí radica buena parte de la cuestión, en que es muy difícil explicar realmente por qué alguien haría cola para gastar bastante más de un sueldo en un Iphone, por ejemplo. ¿Tanto necesita esa persona las dos cámaras, la nueva actualización o efecto de desenfoque digital, si como mucho apenas saca fotos a sus comidas?;¿Más RAM para llenarla por no cerrar aplicaciones que no usa, más capacidad de cómputo para terminar usando el 90% del tiempo Whatsapp o Instagram?


Aunque pudiésemos dejar idealisticamente de lado el factor dinero, tampoco nos engañemos creyendo en el opio de la nerdización social imperante: la gran mayoría de las personas no tiene ni idea de la supercomputadora que lleva en el bolsillo. Pero sí que sabe, por práctica empírica y adaptación, de darwinismo social. Poco les importan las especificaciones, sino el mensaje social que se envía el resto al portar un teléfono de alta gama y alto precio, y para el que busca exactamente eso, la función ya está cumplida desde antes de sacarlo de su caja.


El smartphone hace tiempo que se convirtió en eso: una herramienta que a la vez es un símbolo. Un objeto de deseo propio de nuestra era.


El artículo El Smartphone como objeto de deseo apareció primero en Tecnovortex.

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Published on July 16, 2018 14:00
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