Retrogaming: Encontrando un Tesoro Divino

Durante el último año, mi camino en los senderos del gaming se ha vuelto hacia el pasado. Comenzando, quizás, por juegos como Pillars of Eternity (el cual me motivó a escribir una monstruosa tesis de más de 6000 palabras), o Divinity: Original Sin, a la hora del ocio gamer, cada vez mis ojos miraban más en perspectivas isométricas, que en polígonos y anti-aliasings derretidores de placas.


Como una vieja deuda que uno bien sabe, debe pagar en algún punto de la asíntota entre los ejes tiempo/vida, teniendo la posibilidad de analizar un prematuro salto hacia las incontables generaciones por venir; decidí en cambio, enfocarme más en aquellos grandes títulos que había dejado atrás. Uno a uno, fueron cayendo como enemigos de RPG. Bioshock 1 y 2, Vampire The Masquerade: Bloodlines, The Witcher, Dark Souls, y la saga Persona en sentido anticronológico (excepto el primero). Todos unidos por una misma condición: jamás los había jugado antes.


En este mismo sitio hablé varias veces de la relación que puede tener la tecnología con las personas. Los medios, los juegos, los formatos y las memorias. Pero, ¿qué sucede cuando el dorado barniz de la nostalgia no está ahí? Cuando uno no pasea como un turista por una ciudad alguna vez visitada, sino, que se aventura como el explorador decimonónico que penetraba el África profunda, indómita y desconocida. Con emuladores en lugar de machetes, parches como rifles, guías como mapas.


¿Se sostendrían los denominados clásicos al paso del tiempo, a la ausencia de nostalgia, la crítica comparativa, o serían un viaje al Corazón de las Tinieblas de Conrad? Los invito a acompañarme para buscar la respuesta.


Menos gráficos, más emoción

Como suele suceder en su arte hermana o prima, el cine, son pocos los directores y creadores que saben encontrar el grado justo de mezcla, de blending, entre la filigrana y el decorado visual, y la buena trama, actuación o historia en general.


Platón decía, que ningún estudiante de filosofía podía no saber matemáticas. Aquel que fallase en la ciencia más exacta, ¿cómo podría lidiar con las infinitas imperfecciones del mundo material? En otras palabras, debía saberse capaz de resolver problemas, para luego aplicar soluciones. Pensar, y después recién actuar.


Con los gráficos y los videojuegos pasa algo bastante parecido. Tenemos calidades, texturas, gigas y gigas de mapeado, velocidades que se van dejando en ridículo entre sí con el correr de los años. Pero eso no siempre quiere decir, que lo que representen sea efectivamente mejor que lo ya expuesto con muchísima menos capacidad técnica.


Historias interactivas que nos mantienen pegados al filo del asiento durante horas, para luego cerrar de la forma que se pueda. Creadores que quieren actuar antes de pensar, mostrar antes de escribir. Toda una metáfora del mercado de la ansiedad en que se han ido convirtiendo las artes audiovisuales todas.


No nos engañemos: juegos, películas y series malas han existido siempre. Sin embargo, yo si veo un mérito más grande en aquellas producciones que, con una capacidad técnica mucho menor, tanto del lado del creador como del consumidor, lograron emocionar y llevar su mensaje o idea a buen puerto. Por el mismo motivo, se me hace un tanto imperdonable la estandarización forzada, la falta de ideas o de capacidad, en una industria que maneja muchos millones de dólares más que en el pasado.


Dicho en un criollo gamer: Si tuvieran que mandarme a una isla desierta, y sólo pudiese llevar uno de los dos, por favor, denme Planescape: Torment, y no el último Batman (o cualquiera luego de Arkham Asylum).


Lo que brilla puede ser oro

Habiendo comprendido ya, que algunos juegos del pasado nada tienen que envidiarle a la actual o futuras generaciones (inclusive al contrario), ante un mercado que estrena docenas de «imperdibles» al mes, ¿vale la pena el ejercicio anacrónico de buscar viejas joyas que nos pasaron de largo en su momento?


Quizás Vampire The Masquerade: Bloodlines, es una excelente respuesta a esa interrogante. Como software y juego, raya incluso lo imposible. Los fans debieron de invertir cientos de horas y muchos parches desarrollados por la comunidad para que siquiera fuese jugable. Los controles son, aún para la época, un desastre. Colmando la serie de características, salió a la venta (y comparte motor) con Half-Life 2, y fue el título que quebró a Troika Games, madrina espiritual de Obsidian.


Sin embargo, ésa madriguera de bugs que era Bloodlines, es una de las experiencias más originales, únicas e irrepetibles de todo el espectro gaming. Correctamente parchado y mejorado, el juego muestra las virtudes de una dirección, ambientación y, sobre todo, sensación, sencillamente magistrales.


¿Harley Quinn de Batman? No, Jeanette de Bloodlines.

Como muchos de los juegos que nombraré, aún se pueden encontrar en foros o páginas especializadas, preguntas como «¿hay algo similar a Bloodlines?» Permítanme el spoiler: No. No hay, puede pasar mucho tiempo para que haya, pero a día de hoy, no. Nadie supo adaptar tan bien el juego de rol (de mesa) Vampiro La Mascarada, su mundo, sus reglas, y convencerte, por unas horas, de que eras un vampiro decidiendo el curso de la humanidad.


Algo similar ocurre con otros clásicos olvidados, accidentados o desconocidos como la serie Persona, que carga la condena de nunca haber sido traducida al español, o la dificultad y reinvención desenfadada de Dark Souls, sucesor del más antiguo Demon’s Souls.


Retroceder para avanzar

En un mundo repleto de cambios y mejoras constantes, creo que vale la pena detenerse un momento, y ver si la dirección es la correcta, si en verdad se avanza o simplemente se renueva el público, o, quizás lo más importante, si estamos disfrutando del viaje.


A pesar de lo escrito, no me desagradan los juegos modernos. De hecho, me tendrían pensando un buen rato para que les nombre un juego que realmente no me guste. Que no haya disfrutado. Juego desde que tengo uso de razón, y aún así me resisto a caer en la crítica comparativa destructiva. Sin embargo, claro que tengo mis favoritos, aquellos a los que considero obras maestras, y los que no salen del mero entretenimiento lúdico.


Luego de tantos años, la idea del constante movimiento hacia el futuro, ése que parece no esperar a nadie, merece ser tomada como una circunstancia. Una variable que no debería condicionar nuestros gustos y elecciones. También hay cosas buenas, muy buenas y sin par, en el pasado. Y no necesariamente debemos haberlas probado para reconocerlo.


¿Cómo podría definir, si no es con «irrepetibles», las historias contadas en cualquier entrega de Persona? El cariño puesto en cada personaje secundario, en aquel simulador social mezclado con JRPG puro y duro que, simplemente, no existe fuera de la saga. Su magnífico arco argumental, en simbiosis con la temática elegida para cada episodio.


Lo mejor de todo, es que no se trata de pasado contra presente, sino todo lo contrario. Una máquina o consola preparada inclusive hace años (como la mía), no debería tener ningún problema en ejecutar y correr ambos mundos, el de los emuladores, adaptaciones y parches del ayer, y los instaladores gigantescos del hoy. Aliviando, de paso, la ansiedad brutal con la que nos quieren vender cosas, de la mano de excelentes títulos que son tan, tan buenos, que no requieren en absoluto de la nostalgia o los recuerdos para valerse por si mismos.


Como muchos otros, quizás ahora estés preocupado por la vida útil de tu placa de video, o al menos te preguntes cuando podrás cambiarla para correr ése esperado AAA con gráficos Ultra High. Incluso puede que sientas que no vas a poder disfrutar del todo hasta tener mejor equipamiento, o la consola más nueva. Pero… ¿acaso jugaste al primer Bioshock? Si, ése viejito pero excelente FPS que mezcla La Rebelión de Atlas con 1984, mientras andás a los tiros. Y la gran pregunta sería, ¿disfrutarás acaso ése AAA que tenés en mente, más que cualquiera de los juegos que te vengo recomendando y no jugaste? El futuro, ésa eterna promesa… que no siempre se cumple.


Steampunk. Horror. FPS. Bioshock es una obra maestra.Steampunk. Horror. FPS. Bioshock es una obra maestra.

Quizás, mi querido lector y explorador, en lugar de angustiarte por el hardware (y su precio), podría ser el momento justo de que navegues por tu propio río Congo, en busca de tesoros que hayan quedado sin desenterrar. Los hay, y todos los tenemos, eso te lo puedo asegurar. Aprender a retroceder para ganar en experiencias y gustos, y de paso, darle su justo reconocimiento a los verdaderos artistas, aquellos que cambian el mundo.


Les aseguro que encontrar ése divino tesoro del retrogaming, el que te esperó hasta el día que lo hallaste, vale tanto, o más, que pasearse por el bleeding edge, la vanguardia tecnológica. Y que mejor aún, que disfrutar de ambos, cada uno a su debido tiempo, sin ansiedades. Divirtiéndote… como si estuvieras jugando, ¿no?


El artículo Retrogaming: Encontrando un Tesoro Divino apareció primero en Tecnovortex.

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Published on December 05, 2018 06:00
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