Otro
— ¿Conocía al sujeto?
— Algo así. No puedo decir que lo conociera-conociera, pero me habló hace dos días. Yo vendo sandwishes a la salida del metro, de pollo-pimentón, palta-queso, pollo-mayo y queso-jamón, pan de molde normal e integral. Los vendo todos. Él vino antes de ayer y me preguntó si estaba contento con mi vida. Lo miré con cara de “qué se cree este gil”, y parece que entendió el mensaje. En realidad, a simple vista era un oficinista normal, onda, joven, camisa blanca, sin corbata, pantalones beige, pelo corto, no sé, nada del otro mundo.
Como lo miré feo, trató por segunda vez. Me dijo que a él tampoco le gustaba su vida. Que me entendía, y por eso me quería ayudar. Le dije que si no quería comprar sándwiches que mejor se fuera, porque me estaba haciendo perder tiempo. Me contestó: “tranquilo, si no te molestaré mucho rato”. Me preguntó si había estudiado algo, le dije que estudié cocina, pero que no había pega así que “aquí estoy, vendiendo panes”. Empezó contándome que él sabía lo que se sentía estudiar algo y no rendir, que él se había metido a una carrera de las ciencias sociales, aunque hubiese poco campo, había pega, o eso le habían chamullado. Él nunca había servido para nada más que para leer y hablar tonteras, entonces tal vez, por ese lado, podría tratar de surgir, aunque fuese un poco. Dijo que no buscaba hacerse millonario, pero al menos no quería ser una decepción para sus padres. Igual terminó siéndolo. Al salir de la U no encontró pega, buscó y buscó, y terminó haciendo delivery por varios años, hasta que encontró una pega chica en atención a público, donde le pagaban como el hoyo. Cuando me lo dijo, se le pusieron los ojos llorosos, y se me quitaron las ganas de echarlo de ahí.
Me contó que no sólo le pagaban mal, sino que además el ambiente de trabajo era pésimo. Los jefes eran cuicos que no le habían ganado a nadie, pero ahí estaban, dando órdenes como si supieran algo de las realidades sociales a las cuales tenían que atender. Dijo que miraba las redes sociales en sus descansos, y veía a sus compañeros top dando conferencias, yendo al extranjero, haciendo cosas pulentas, pero él estaba ahí, relegado a un puesto mediocre, para siempre. Se preguntó: ¿cómo este tipo puede tener un magister antes de los 30? Y se acordó que era cuico. Lo más probable es que sus papitos le pagaron el siguiente grado, igual como le habían pagado el que “fuera a encontrarse a Alemania” un verano. Suspiró y dijo: “la verdad, no quiero ser resentido, pero parece que no queda de otra, ¿verdad?”.
Se quedó unos segundos en silencio, respiró profundo y continuó. Me contó que hace dos años se puso a jugar un juego que se llama Agar.io, ¿lo conoce?
— No, no lo cacho.
— Bueno, es un juego donde uno maneja una especie de célula que come unas pelotitas de colores para ir creciendo. En el juego hay más células como tú, manejadas por otras personas, y te pueden comer, o tú puedes comerlas a ellas. El más grande se come al más chico. En el juego no hay final, sólo existe una lista con los jugadores más grandes, que va cambiando a medida que son comidos o se van del juego.
— ¿Qué tiene que ver?
— Bueno, su idea vino de meterse en ese juego. Dijo que era pésimo, que siempre le ganaban, que su mejor lugar fue como 24 alguna vez, pero nada más. Entonces un día tuvo una revelación. Empezó a jugar para hacer crecer a otros. Comía unas cuantas pelotas, e inmediatamente buscaba a otro jugador que estuviera empezando, y rápido se lanzaba para ser comido. Podía estar horas haciendo eso. Total, no tenía ninguna otra esperanza en la vida. En un momento, después del suicidio número mil, llegó a otra conclusión: “¿y si hago lo mismo en la vida real? Total, nunca voy a ser exitoso. Mi vida será para siempre miserable. Por eso junté esto para ti”. Entonces me pasó un maletín. Lo abrí, y estaba lleno de plata. Me contó que la juntó por dos años, que además pidió un préstamo, y que hizo que lo echaran para cobrar el seguro de cesantía (una miseria, pero igual). Había dejado de tomar, dejó de ir a cumpleaños y fiestas, no compraba ni pizza, ni chicle, ni ropa nueva. Un ahorro de monje. Incluso se había desafiliado de FONASA, para no tener que pagar. Era un indigente trabajando. Estaba todo en el maletín, todo lo que había podido juntar. Me dijo “no es mucho, pero lo puedes invertir en un carrito o algo similar, tal vez así puedes juntar un poco de plata para algo mejor”.
Yo me quedé paralizado, no podía decirle nada. Él se aprovechó de eso, me sonrió, dijo, “¡suerte!” y se fue. Eso es todo lo que conocí del tipo. ¿Qué pasó con él?
— Se mató hace dos días. Se tiró desde un décimo piso.
(Silencio)
— ¿Cómo puedo verificar lo que me cuentas? Suena bastante conveniente.
— Cuento cómo lo recuerdo no más, detective. Tal vez uno le agrega y le pone cosas, pero no busco nada más.
— ¿Seguro? ¿Qué pasó con la plata?
— La guardé. Tuve que abrir una nueva cuenta vista en un banco del retail, porque la cuenta rut no aceptaba tanta plata, aunque no es que fuera mucha.
— Si te pasó ese dinero en un maletín, no lo podemos rastrear. No podemos decir que es un robo tampoco. Está fuera de nuestros libros. Así que por mientras, ¿felicidades, supongo? ¿En qué lo vas a invertir?
— Lo que él me dijo. Comprar un carrito y juntar más.
— ¿Más para qué?
— Para otro, detective. Para otro.
Agar.io ->


