Cita a ciegas
A finales de 2015 comencé a darle vueltas a una idea que más adelante se convertiría en el leiv motiv de Arañas de Marte: la realidad, su percepción y nuestra posición y postura en y ante ella. Me fascina la forma en que nos dedicamos a construir realidades para enmascarar la incapacidad de aceptar que nada de aquello que damos por seguro en nuestra vida existe realmente ni es como pensamos. Como en las películas y en los programas de televisión, somos espectadores de un baile de máscaras, la representación visual de dos mil años de prejuicios y arquetipos. Consumimos ficciones que son reflejos de aquello que debería ser, espejismos de nosotros mismos, para calmar el desasosiego ante la realidad del mundo que hemos construido y la culpa derivada de nuestro fracaso. La sociedad contemporánea vive para reconciliarse consigo misma y lo hace mediante la mentira. Somos una democracia, somos iguales ante la ley, somos pacíficos y respetuosos, somos responsables de nuestros actos, somos el progreso y esta es nuestra verdad. Básicamente queremos aliviar la carga que supone haber asesinado, colonizado, aplastado y vejado a todo lo que se ha movido y todavía se mueve en este planeta. En ese contexto nació el relato Cita a ciegas. De alguna forma, para demostrar que nos negamos a nosotros mismos en una interpretación magistral, como en una de esas obras de sombras chinescas en que nada es realmente lo que parece y al final acaba sin pena ni gloria y ya está. Más o menos es lo que le ocurre a la protagonista del relato. Intenta mantener el control de su charada, aliviar la culpa a través de la felicidad ajena, lo que ella piensa que es la felicidad, hasta que la realidad aparece con todas las consecuencias y la arrolla. ¿Y qué hay en la realidad? Justo ahí, al otro lado. El horror.
CITA A CIEGAS
—Está bien que te preocupes por el bienestar de tu amiga, pero hay que darle un tiempo para que gane confianza. ¿Lo entiendes, Mati?Ella asintió, con el bolso sobre el regazo.—Cada persona tiene su proceso, ¿lo entiendes?—Sí, sí, claro.—No se puede tener todo bajo control, Mati.—Por supuesto. Claro. Sí, sí.
Por el momento, la cita es todo un éxito. Eva y Luís hacen buena pareja. Ella es alta y morena; él es alto y moreno. Ambos están más cerca de los cincuenta que de los veinte. Ella viste falda estampada y chaqueta de lana; él vaqueros y camisa a cuadros. Se ríen los chistes. Han mostrado interés por la situación laboral del otro, un aspecto básico del ritual de apareamiento moderno. Mati no les quita ojo de encima y, cuando los ve sonreír o charlar durante más de un minuto, pellizca el brazo a Pere, su respectiva y paciente pareja. Todo marcha a la perfección.Han salido a cenar. Mati había reservado mesa en un restaurante italiano. A todo el mundo le gusta la comida italiana. El único inconveniente de la velada ha aparecido al pedir la cena: Eva es de cerveza, Luís de vino. Al final han tomado cerveza y vino. La democracia siempre triunfa. Tras la cena han caminado por el paseo marítimo y Mati ha tenido la idea de dar un paseo hasta el parque de atracciones. En realidad, finge con perfecta interpretación y juvenil acento: ¡Ey! ¿Por qué no vamos hasta la feria y montamos a alguna atracción? ¡Yo quiero un algodón de azúcar! La verdad es que sabía exactamente lo que harían al salir del restaurante, incluso había ensayado su frase frente al espejo del baño. Todo sigue el guión que ha escrito en su cabeza.
Al caer la noche, cientos de personas arrastran los pies entre las atracciones y casetas de rifas, tiro al blanco, pesca al pato, el barco pirata y la rana loca… El rumor de la multitud bucea la amalgama de música y sonidos estridentes, bocinas y campanas. Destellos repentinos y mil bombillas de colores iluminan todo y nada; las sombras dan tijeretazos por todas partes. Es una maldita locura. Mati comienza a pensar que quizá no ha sido tan buena idea. Sin embargo, en el guión que el apuntador de su cabeza lee, su siguiente frase es: ¿Quién se atreve a montar en El Castillo del Terror?En sus planes todo conduce a aquel momento. Las vagonetas para dos viajeros. Eva asustada. Luís que cruza el brazo sobre sus hombros. Un grito repentino. Un beso en la oscuridad. Voila! L’amour! Así que lo propone. ¿Quién se atreve a montar en El Castillo del Terror? La idea no funciona exactamente como había imaginado. No hay respuesta jovial, ni corren cogidos de la mano a sacar los billetes. Tan solo un silencio evasivo y demasiado largo. Pere resopla, agobiado por la multitud que marcha alrededor. Luís tuerce la boca y mira al suelo. Y Eva, como si cambiase de tema, confiesa un sueño recurrente con el Castillo del Terror que la persigue desde niña. Mati se queda perpleja. ¿Por qué no sabía nada de ese sueño? ¿Se lo ha ocultado durante todos aquellos años o es que acaba de inventarlo? Mati sonríe y disimula lo mejor que puede.
Guillem López. 2015

Published on March 24, 2020 01:20
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