Cuento: Dos estampillas

Recuerdo perfectamente la primera carta que escribí. Tomé una hoja en blanco y redacté unos renglones chuecos con un lápiz. Mi padre me asesoró al doblar la hoja para introducirla en un sobre de correo aéreo. Sobre él escribí el destinatario y su dirección: "Santa Claus, Polo Norte". Me sentí tremendamente adulto al hacerlo, como si hubiera dado un paso más hacia mi completa independencia.


Me llevó hasta el correo más cercano para echar la carta en el buzón. Estacionó el automóvil afuera de la oficina, y me dejó entrar solo. Me acerqué al mostrador (que estaba más alto que yo) y le extendí la carta al señor que atendía. Tuvo que dejar de leer el periódico para atenderme. Seguramente aguantó la risa cuando leyó el destinatario, pero aún así me vendió dos estampillas.


Al humedecerlas, algo hice mal y no pegaban bien en el sobre. Seguramente fue por falta de experiencia en estos asuntos tan adultos. Lo intenté de nuevo, pero seguían sin quedarse fijas. Comuniqué mi preocupación al encargado del correo, quien resolvió el problema con un puñetazo sobre las estampillas, pero noté que aún no quedaron bien. Le dije: “No pegaron, se van a caer”, a lo que respondió: “No te preocupes, no se despegan”, y me ofreció una sonrisa forzada, casi para correrme. Se escondió inmediatamente detrás de su periódico.


Salí de la oficina con ese pendiente, segurísimo de que la carta nunca llegaría porque las estampillas se quedaron rodando sueltas hasta el fondo de la bolsa del correo. La angustia me hizo dar media vuelta para entrar de nuevo en la oficina. Me acerqué al mostrador y le dije al señor: “Creo que no pegaron las estampillas”. Soltó una carcajada que aún hoy me da coraje. ¿Qué no confía en mi juicio? ¡Yo mismo miré que estaban despegadas! Me dio otra de esas sonrisas tipo no-te-preocupes-por-niñerías, y dijo: “Si pegaron”. Ante esta aplastante lógica tuve que retirarme cabizbajo, seguro de que la carta nunca llegaría. Se lo comenté a mi padre, pero tampoco se preocupó demasiado.


Durante todas las noches de la siguiente semana, torturaba mi mente con el destino que tendrían mis peticiones hacia Santa. Pensé que en cuanto el cartero viera el sobre sin estampillas lo tiraría a la basura inmediatamente, sin el menor reparo o remordimiento.


Pero en el arbolito aparecieron regalos en navidad. Al rasgar las envolturas, comprobé que eran los juguetes que pedí. Las dudas se agolparon en mi mente: ¿Pegaron bien las estampillas? ¿El cartero se apiadó de la carta de un niño a Santa Claus? ¿Las cartas al Polo Norte llegan gratis? Pero cinco segundos después las olvidé para dar paso a la satisfacción de tener juguetes nuevos, mientras mi padre me observaba complacido.


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Published on December 24, 2019 16:12
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Miguel Lozano
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