Yo, el sancochero aquel. Gazapo Borrego.
YO, EL SANCOCHERO AQUEL.
Yo estaba vendiendo billeticos de aviones
En una agencia de a tres por quilo
Me aburría como una ostra
Incluso me aburría hasta de mi vieja colección de fotos
De divas cubanas.
Y de súbito, inesperadamente,
Me cayó una diva cubanísima del cielo:
Una turandot divinísima
De esas de las que ya no se dan ni se fabrican.
Figúrense, yo estaba ahorrando para un Casio
y me cayó un Patek Philippe en la muñeca.
Turandot había viajado el mundo entero.
Como hija de vasco había vivido en España.
Y para colmo, había nacido y crecido en Cuba, con todo lo que eso significa,
Y que yo envidio como cubanitoamericanito que soy
Un cubaniamericanito arrepentido extraído a la fuerza de mi source ("fuente" según la traducción de una amiguita mía de la Alianza Francesa, otra monga estilo Turandot a la que le voy a dar la misma puñalá que le di a la primera).
Turandot había vivido en Cuba, toda su juventud
Y hasta una parte de la hambruna, esa parte jodida
Del hambre comunista, del hueco en el blúmer, de los zapatos despegados
De los zapatos manufacturados por ella misma
Y hasta se iba con su mejor amiga (¡tenía una mejor amiga, di tú!) para las playas de Guanabo
De Santa María y de Mar Azul
Y todo eso nada menos que con su mejor cúmbila, a nadar, a recholatear, y con los novios, ¡di tú!
Los sábados se apretujaban en una guagua que las conducía a echar un pie en las fiestas de Quinces o a la Tropical.
Ella era novia de un pepillo medio guaposo, y su amiga, la escritora, había engrampado a un guagüero. Ya por ahí, calculen el elemento…
Y se ripiaban en las colas de la librería Pedagógica de Neptuno
Por los seis tomos de Prú (aquí me corrige una de mis seguidoras pietusas, digo poetisas) mejor dicho Proust, Marcel, ese que todavía no he leído, como tampoco he leído a Juana Borrego, digo Borrero. Eran siete tomos, pero el de Sodoma y Gomorra lo decomisaron en el aeropuerto.
Y eso que dice mi socita Marielita que ni hubo persecución homosexual en la Cuba castrista. Y que si la hubo fue un detallito de nada.
Y entonces Turandot y su amiga se iban al Malecón en bicicleta
con Juana Bacallao, y después cogían la 58 hasta Cojímar,
con el hermano pintor,
y en el Golfito leían como unas descosías a todos los poetas,
a todos los escritores, todo lo que les caía en las manos y lo que ellas forrajeaban en las librerías de viejos,
y Turandot y la escritora leían como unas arrebatás, y estudiaban juntas; escribían… sus diarios, día a día, donde todo está contado…
Y esa Turandot me cayó del cielo, mansita, mansita, aquí, en el Balneario de los Desmoñingados, cuando más yo me moría de abulia, y de envidia.
Desde el primer día en que la vi la envidié.
Primero: Era una mujer
Segundo: Era una mujer bella
Tercero: Tenía un hermano pintor y amigas de todos los colores
Y amigos de todos los colores
Está casada con un macho de verdad
Pero separados con buenas intenciones.
Turandot tiene amantes. Pero de eso hablaremos más tarde.
O sea, todo a lo que un mariquita del montón, sancochero como yo le hacía falta y envidiaba, desde que nací, ya ni sé dónde, ese es mi problema, que no sé si nací en El Sancocho desconocido, o el Salcocho predestinado.
Entonces urdí mi plan.
Entré en la galería de Turandot que ella como buena metepecho que es había abierto fundando girasoles (cuando aquello yo no sabía que Van Gogh los había pintado, ella me lo enseñó)
y traté de convertírmele en imprescindible,
ella aceptó mi ayuda,
debo ser justo y admitir que fue dadivosa,
porque que una mujer tan trabajadora como ella y tan luchadora, aceptara el muermo inútil e ignorante que yo era ya es un punto a su favor,
eso habla mucho de su generosidad.
Puesto que yo, el sancochero aquel, no sabía, no ya lo que era un cuadro, tampoco lo que era una obra de arte, ni siquiera lo que era un marco.
Con ella aprendí de todo,
y ella se empeñaba en darme lecturas,
en mostrarme a los maestros de las grandes artes, etc…
Y yo, furtivo, puesto p'a la maldá y p'al daño (también aprendí a hablar así con ella, porque ya me dirán cómo traduzco yo eso al inglés), detrás de su agenda de clientes, de cogerle y copiarle hasta el más mínimo detalle, el vestidido de la Diana de Furstenberg, la carterita tal o mascual….
Así me hice su súbdito, ella era la Reina, ella era Turandot,
Y yo, cabizbajo, fingí que era el criado, el esclavo.
Aunque, todo sea dicho, ella me trataba como a un rey, me obsequiaba con buenos regalos, me invitaba a viajes al extranjero, me mimaba con esto y con lo otro, todo comprado allí mismo donde ella se compra los zapatos, los Manolos, los Prada, y demás, y tenía el detalle de regalarme obra del hermano pintor,
Que eso sí que ella no se lo hace a nadie, A NADIE.
Salvo a la escritora.
Y yo aceptaba, aquiescente, obediente.
Pero todo era un engaño, todo era para darle la puñalada, como hacen las parguitas del montón, que es lo que soy yo.
Así, por fin conocí al hermano, y me hice su fan número uno, coleccionaba su pintura, aunque a escondidas yo las vendía por Ebay.
También conocí a sus amigas, y me di cuenta que la más frágil, aquella con manía de grandeza, la que avivaba la llama de la esperanza de casarse con un gringo de pure source, con traje de novia blanco y velo, era la que más posibilidades tenía de traicionarla. Todo ese sueño del casamiento rayando ya los cincuenta. Ella la traicionaría, por supuesto, yo la induciría.
Y así fue.
Conocí por fin y por demás a su otra mejor amiga, la escritora.
Pero la escritora desde que me vio me enfiló los cañones,
y aunque yo fui a una de sus lecturas acompañada del hermano pintor,
ella sarcásticamente me lanzó en mi propia jeta:
"¿Y desde cuándo yo necesito emisarios para hablar con mi mejor amiga?"
Pero más tarde literalmente me arrodillé al final del salón,
en otra lectura, en Books and Books,
y mientras una periodista del periódico local hacía preguntas a la escritora,
yo le clavaba los ojos, desde allí detrás, agazapado en mi deseo de ocupar su puesto en un futuro,
con esos ojos que yo pongo tipo la Piggy, así retorcidos hacia abajo,
o de carnero degollado, con la cabeza de medio lado…
Ese día yo iba acompañando a Turandot, y cuando terminó todo aquel acto literario del que me aburría haciéndome el que no,
ella se dirigió hasta su amiga,
y me volvió a presentar de las mejores maneras posibles:
"Este muchacho ha leído casi todo lo tuyo (era mentira, pero a Turandot le gustaban las mentiras piadosas con tal que de que yo fuera aceptado en su círculo) y te admira, y es mi mejor amigo aquí".
Fíjense que no dijo que yo era su criado, ni su súbdito, no, dijo que yo era su mejor amigo.
Y entonces, la escritora, que tiene de chino, olfateó el aire, y aunque la peste a cochiquero que yo emanaba doblaba la manzana y le daba la vuelta tres veces, ella me aceptó, porque como su mejor amiga, Turandot, decía que yo era la joyita de la corona del Balneario de los Desmoñingados, ahí ella se abrió de patas conmigo, aunque todavía algo desconfiada.
Entonces le pedí el teléfono, me lo dio.
A partir de ahí me dediqué a llamar a la mejor amiga de Turandot a París,
y al hermano a España,
para meterles todos los chismes en contra de Turandot;
pero yo pedía discreción, por favor, por favor,
todo lo hacía, les decía, por lo mejor para ella,
porque yo quiero lo mejor para ella, mentía,
y les contaba del desamparado, que yo consideraba un mendigo,
y del que me burlaba, hasta más no poder por no ser nadie,
y no podía entender cómo esa mujer, con todo en la mano para ser una reina,
se enamoraba perdidamente de un homeless,
y así fui tirando mi veneno, mi sudor agrio, mi grasa podrida, mi corazón bilioso, encima de sus amigas y de su hermano.
La primera que cayó en mis redes fue la que yo suponía: La aspirante a gringa de pedigrí comprobado.
Con los demás no tuve ningún éxito.
Entonces su mejor amiga, la escritora, viajó a Miami.
Turandot se encontraba en España.
Esta es la mía, me dije, y me propuse de chofer.
Y así fue. Así conseguí que me regalara, dedicada,
La foto que le hizo uno de los mejores fotógrafos de por acá.
Y así fue como me colé en los emailes de Turandot.
Yo tenía la contraseña de todo lo de ella, tanta era la confianza que ella ponía en mí.
Y traté de armar un chanchullo entre el mulato homeless
Y la escritora, y casi lo consigo, si no fuera porque ella es tan china y tan irlandesa…
La escritora me invitó a todo, así fue cómo le robé la lista de periodistas que la entrevistaban.
Así yo tenía la agenda de Turandot y la de la célebre novelista.
Entonces fue cuando empezó a darme por ser escritor y hasta poeta, o poeta y hasta escritor, no sé qué iría primero.
Turandot había conseguido un espacio, un atelier, para el homeless, para que vendiera algo, y pudiera empezar a hacer su dinerito…
Pero el tiquimiqui de la envidia me pudo mucho.
Y ahí mismo les di la puñalá, a ella y al homeless…
Me apresuré y llegué antes que ella y le hablé a la propietaria, me les adelanté con el local, alquilé y abrí, saben qué, una galería…
Sin decirle nada a nadie, mucho menos a la Turandot,
que se habrá caído de boca cuando se enteró…
Quise ponerle a la galería el nombre de la escritora, que empieza con Z, y me habían dicho que todo lo que empieza con Z en el fenchui da suerte, pero la escritora me cortó rápidamente el agua y la luz, y no me lo permitió…
Tuve que inventar una cosa ahí medio japonesa para atraer a los poetas del Balneario, que ya saben ustedes, lo mismo se marean con el fenchui que con una croquetica del Versalles…
Tuve un cierto éxito, no todo el que yo me merezco, y como nada es gratis, me encontré a mi hombre mamando otra tranca que no era la mía, y ahí mismo Ollá me hizo un nudo desde la ingle hacia le cuello.
Yo no había tenía la oportunidad de tener lo que tuvo la Turandot,
jamás podría ser ella, jamás tendría sus piernas,
ni su fondillo de pacá y pallá,
ni sus zapatos manufacturados,
ni podría ponerme las puyas Manolo Blahnik,
ni siquiera podría calzar un cacho de madera sueco mannifacturado…
Pero sin embargo ya había conseguido ser galerista,
y en poco tiempo me convertiría en poeta.
Sólo tendría que llegar al periódico local
y empezar a lanzar paletadas de caca en contra de Turandot
y de la escritora.
Envenenaría a sus clientes.
Llegaría a los enemigos de ambas y los seduciría.
Me haría de una lista de poetas que añoraran el patio de la UNEAC.
Leería dos o tres libros, Juan Salvador Gaviota, of course,
abriría un blog en Skyrock donde mismo lo tenía antes la escritora.
Me vendería y hasta me subastaría (cuando alcanzara mi verdadero valor) como promotor cultural.
Entraría en la Alianza Francesa para refinarme un poco e
invitaría a artistas y poetas castristas que alimenten la añoranza de los poetas resecos de aquí,
los que solo reverdecen cuando Regla María los riega con su pis enrojecido, tipo Martirio en aquella peliculita de Almodóvar.
Así que me hice poeta, que es como hacerme creador.
Y aquí estoy, escribiendo en contra de Turandot y de la escritora.
Amenazando con tribunales y estrategias guerreristas de poca monta.
Siempre soy el primero que escribe,
el primero que raja,
el primero que lanza la flecha para matar al último venado (este verso se lo copié ¿a quién? Alguien me dijo el nombre del poeta, creo que vive en México…)
Y después, cuando me responden, de manera directa, amenazo nuevamente con procesos y mando al gacetillero cagalitroso retirado de un periódico procastrista de Nueva York a aterrorizar a la gente….
Ahora mismo, por ejemplo, acabo de publicar un poema en contra de Turandot
En el blog de este poeta que fue preso político medio bizco él
Sí, ese mismo al que la escritora le regaló una laptop cuando llegó a Miami,
al que le dedicó poemas, por el que pedía su libertad en cada tribuna, en cada foro,
y ese mismo al que Turandot fue a ver en varias ocasiones a la oficina de una agencia de prensa, por solidaridad, porque le cayó bien, por todas esas buenas cosas que se le ocurren a ella…
Porque saben qué es lo más me recontrajode, que Turandot en el fondo es buena, y yo jamás podré serlo, porque tengo este pequeñito hándicap:
Todo lo que soy se lo debo a ella, ya que siempre he querido ser como ella, y never nunca, llegaré a su altura, ni siquiera a una media tirita de la metededo Chanel.
Y ahora me voy a hervir un té, que es lo que toman los poetas, y a morder una gaceñiga (a falta de la madeleine proustiana que me enseñó la escritora), y a soñar con que me levanto la cabellera imaginaria (a lo Turandot) y me hago un moño bien alto agarrado con un ganchito a la única neurona que la envidia no ha sulfatado.
Autor: Gazapo Borrego, El Sancochero Aquel.
El Sancochero Aquel es un título inspirado del libro El niño aquel, del autor Senel Paz, cualquier parecido es pura coincidencia.
Nota mía: (Este poema me ha llegado por email, y tal como lo recibo lo publico, a la demanda de su autor, Gazapo Borrego, a quien agradezco.)
Filed under: Humor, Literatura

Zoé Valdés's Blog
- Zoé Valdés's profile
- 103 followers
