Clarividencia
Antes de empezar a hablar, ya señalaba con sus deditos el final de un pasillo vacío o una habitación a oscuras. Su gesto se endurecía y con la mirada te rogaba que le prestaras atención, pero nunca había nada.
Cuando pudo verbalizarlo, creí que era un juego, un inocente juego de niños…
Tardé un poco en darme cuenta de que no era ningún entretenimiento para ella, sino un don… una maldición.
Aún recuerdo esa vez que lucía su vestido preferido, estampado con gatitos negros; debían ser las ocho de la tarde y el sol empezaba ya a descender hacia el horizonte; su luz rozaba el suelo y deslumbraba si la mirabas directamente. Salió corriendo al jardín entre sollozos. En su lucha por llamar mi atención, la coleta se le deshizo y la dotó de un aspecto de locura transitoria. Me asusté.
La seguí hasta allí, temerosa. Me paré justo a sus espaldas y observé lo que parecía una preciosa puesta de sol. Nada frente a mí me decía el porqué de su estado.
Al momento, se calmó y apaciguaron los espasmos, aunque seguía apretando sus pequeños puños. En su mano izquierda asomaba una piedra. Creí que la iba a lanzar entre sus susurros ininteligibles, pero, en vez de eso, la alzó hacia la luz y recitó unas palabras en un idioma que sonaba a extinto.
Pronto una luz oscura, que estaba confundida entre las luces y las sombras del paisaje que yo misma tenía frente a mí, se dirigió a la piedra; no era una piedra común, era un cuarzo rosa que su abuela le había regalado después de visitar la feria del condado.
La luz oscura penetró en el mineral y un destello de luz la hizo desaparecer.
Luego, el agarre de sus manitas se soltaron, dejaron de apretar sus propios dedos y sus hombros cayeron, como si un gran peso se hubiera liberado de ellos.
—Ya no hará más daño a nadie — dijo sin siquiera girarse.
Los vellos de la nuca se me erizaron. Jamás volví a dudar de sus “juegos”.
Esta es mi participación en el Desafío literario: Julio “fantascalórico” del blog de Jessica Galera Andreu.
Lídia Castro Navàs


