Por qué comienzo a envidiar y temer a un belga que está muerto.

Un desconocido llega a un pueblo del Midwest y se toma un trago; el dueño de un restaurante parisino muere de un infarto. Cosas de todos los días, escogidas al azar. Alguna vez Georges Simenon, hablando de sus romans durs, dijo que le interesaba ese momento en que una persona cualquiera se ve de cara al destino. Esa palabra, 'destino', puede sonar ingenua, y lo sería si no fuera porque el belga se refiere exactamente a eso que arrastró a Hamlet o a Emma Bovary, es decir, a una suma de circunstancias fortuitas vistas a través del lente a la vez egocéntrico y aterrado de un tipo o una mujer como usted o como yo.


Los romans durs son (cifra alucinante) más de ciento diez. He leído tres. Dos de ellos los cogí este verano, para mejorar mi francés de la única manera que en verdad puedo hacerlo, es decir, a trompicones: Un nouveau dans la ville y La mort d'Auguste. El otro que había leído es L'homme qui regardait passer les trains, y cuando lo terminé pensé que por pura casualidad había dado con uno de los mejores. Después de terminar estos otros dos comienzo a temer que Simenon se agregará rápidamente a la lista de mis ídolos, que, dado que soy como sus personajes, coincide casi por entero con la de mis envidias mortales.


Me gusta el lenguaje narrativo seco, sin excesos, en parte porque he aprendido que no hay otra manera de ser honesto, en parte porque he descubierto que es el más difícil para mí. En el mundo angloparlante hay un gran culto de la sequedad declarativa de Hemingway; yo, a riesgo de que me retiren la palabra un par de amigos gringos, confieso que me parecen mejores modelos de ese estilo otros dos, ambos franceses: Camus y Simenon. Se diferencian porque al primero se le nota que es un ejercicio, un producto de una gran disciplina, mientras que al segundo le resulta natural; no hay nada forzado en la practicidad radical de sus frases. Y eso no significa que de vez en cuando, muy de vez en cuando, no arriesgue una floritura; pero infaltablemente es de una tal exactitud que termina pareciendo tan imprescindible como las descripciones o los diálogos.


Últimamente me da miedo una quimera. Pienso que, en una de las tantas calles de mi vida, es posible que alguien me haya visto con los ojos de Simenon; que alguien lo haya sabido todo de mí por un gesto o una palabra oída al azar; que yo también sea, sin saberlo, un personaje de un roman dur; que alguien ya haya descifrado, porque es evidente, el destino que no existe y a pesar de eso me espera desde siempre.

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Published on August 16, 2011 17:07
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