Cómics

Me considero un tipo moderno, y como tal, leo cómics. Es decir, creo que si el medio hubiera estado desarrollado a fondo en el siglo XIX, Nikola Tesla habría sido un asiduo lector de historietas. También creo que Poe hubiera escrito cómics. A lo mejor Baudelaire se habría valido del medio para desvariar como tan bellamente lo hizo. Y también me imagino al modernísimo Ichabod Crane, gafas de investigador forense a-la-finales-del-siglo-XVIII, con un volumen de Howard Chaykin bajo el brazo. Leo cómics desde que comencé a leer, a los cinco años. A los seis, mi madre me regaló un libro ilustrado de Selma Lagerlöf, El niño duende, en premio porque “lee muy bien” (sic). Aún mantengo el libraco, y cuando ocasionalmente me cruzo con él siento ese latigazo de emoción que me daba ver al niño corriendo de vuelta con sus padres, el poder del gráfico, del dibujo. Y no era propiamente un cómic, ojo. Era un cuento ilustrado. Pero desde que comencé a leer tomé las historietas de mi padre marca Rius Frius, es decir, Los Supermachos, Los Agachados, La Garrapata (cuyo eslogan era “El azote de los bueyes”) y los debrayes de Helióflores, Naranjo, AB y también Rius. Mi padre me compró, siendo yo muy pequeño, dos reediciones muy nais (en pasta dura) de dos cómics clásicos de la década de los cuarenta: El Capitán Misterio (que era la respuesta gachupina a El Fantasma) y Mandrake. Y puta, cómo me hacían volar en mi infancia esas madres, con sus escenarios exóticos y sus suavecitas madrizas rated-PG. Quizá no con una técnica muy virtuosa, pero el lenguaje del cómic se empezó a apoderar de mí, ese sutil lenguaje que consiste en poner un dibujo tras otro y acompañarlo de palabras. Pasé por Archie y La pequeña Lulú. Ricky Ricón. Los cuentos de “Disneylandia” setenteros/ochenteros en formato Colibrí, Águila y Avestruz. La familia Burrón de Gabriel Vargas. Me refiné la obra completa de Mafalda y me hice fan confeso de ese cabrón genio de Quino, a pesar de no entender la mitad de las referencias a Vietnam, los Beatles y Fidel Castro. Mi hermano llegaba a casa, durante la segunda mitad de los ochenta, retacado de cómics de Marvel y así conocí a fondo al arácnido (no es albur) por vía de Todd McFarlane y Erik Larsen. Fui presa del hype y me compré aquel volumen en el que Doomsday le ponía una putiza a Superman. Y cuando Jis y Trino hicieron historia en la tira cómica de periódico con El Santos, bueh, ahí estábamos mi hermano y yo todos los domingos, cagados de la risa con los cerotes barnizados, la Tetona Mendoza, el Cabo y el Diablo Zepeda, y rematábamos con La Jornada Semanal y la última página, dedicada a La chora interminable. Eran los noventa, y de ahí me moví a Moore, Miller y el cuasidivino Katsuhiro Otomo. Con Domu me di cuenta que el cómic sí estaba muy cabrón. Sí se trataba de “el octavo arte”, como rezaba el eslogan de aquellos libracos de Mandrake y El Capitán Misterio que compró mi padre muchos años atrás. Nunca pretendí ser un otaku ni un chico granudo de los que viven hostigando clércs de los Comic Castle. Si hoy tuviera dieciséis años seguramente leería los cómics que edita mi carnal Giobany, pero no me veo dejando 8,000 comments del tipo PINCHE YOBANIU PUTO PUBLICA AGE OF APOCALIPSSSSS. Simplemente, nunca he tenido el estómago para soportar los desplantes de a ver quién tiene el pito más grande que se dan entre los fans acérrimos del cómic de superhéroes (y sí: ese tipo de desplantes se dan también entre los gamers, los especialistas hardcore de autos y los críticos literarios de pipa y cuello de tortuga, sólo por dar algunos ejemplos). Casi desde que comencé a leer comencé a escribir. Mi primer cuento (que mi madre guarda celosamente en su casa) data de 1979, cuando tenía seis años. Y desde entonces, con una pequeña y muy reciente pausa, no he dejado de hacerlo. Sin embargo, siempre he sido un pendejo para dibujar. Mi padre era un caricaturista muy apto que llegó a publicar en periódicos, y mi hermano no lo hace nada mal. Mi sobrino también tiene el talento. Pero yo no. Lo cual, evidentemente, me encabrona y me entristece. Porque en el fondo soy un escritor que quisiera contar sus historias con dibujos. Los que me conocen saben que soy un diseñador gráfico frustrado. Y bueno, también puedo decir, muy a mi pesar, que soy un dibujante de cómics frustrado. Desde hace años quiero hacer un cómic. Tengo las historias pero dependo de alguien que las dibuje. Esa falta de autonomía me apachurra. En ciertas épocas, me deprime. Pero soy una persona moderna. Y creo que es moderno leer cómics, entender el lenguaje y descifrar, primero con las vísceras y luego con el cerebro, qué nos han querido decir Los Grandes cuando nos han dado páginas con dibujos acompañados con palabras. Si pudiera, dejaría de escribir novelas y haría sólo cómics.

Originally published at ruyxoconostle.wordpress.com on March 4, 2009.

Cómics was originally published in Ruy Xoconostle W. on Medium, where people are continuing the conversation by highlighting and responding to this story.

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Published on March 03, 2009 16:00
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