OTRA PREVIA DE OTRO EVENTO

Otro día con un clima espantoso y otra noche de viernes en la que no puedo salir de joda porque a las 7:30 tengo que estar listo para viajar a Villa Constitución, a la nueva edición de Villa Viñetas.
En materia de lecturas, me clavé el tercer y último recopilatorio de la etapa de Grant Morrison en Animal Man. Un cierre rarísimo, anticlimático, con momentos en los que decís “pará, ¿acá no se venía una mega-crisis cósmica, con caos de continuidad, choque entre distintos niveles de realidad y toda la fanfarria?”. Sí, pero los aliens amarillos (que vendrían a ser algo así como guardianes del meta-relato) desactivan todo de cuajo, gracias a que Buddy Baker aprende a manejar a su favor el hecho de que sabe que es un personaje de comics.
Básicamente, lo que pasa al final es que Morrison blanquea que le chupa un huevo la aventura. El escocés nos contó estas historias de Animal Man para bajar línea, para reflexionar en voz alta acerca de cómo cambiaron los superhéroes desde su infancia hasta 1990, para exorcizar algún mambo suyo, por qué no. Y la forma que elige para explicarle esto a los lectores no puede ser más rupturista. Si alguien hace eso en una película, por ejemplo, la gente le prende fuego a los cines. Y si bien el impacto es fuerte, y si bien uno le cree a Morrison cuando declama su amor por los superhéroes, no se puede soslayar el mensaje que transmite este cierre de Animal Man: Los comics de superhéroes son, en esencia, papelitos de colores. Una acumulación de caprichos de los guionistas, volantazos de los editores, olvidos injustos, contradicciones involuntarias, accidentes –en una palabra- producto de la vorágine de llenar chotocientas páginas por mes para tener siempre alimentado al fanático. Más o menos lo mismo que (en esa misma época) proponía John Byrne en las páginas de She-Hulk, pero con la diferencia (vos sabrás si a favor o en contra) de que Morrison lo aborda desde un costado dramático y Byrne desde la joda.
Lamentablemente, en este tomo no tenemos a Tom Grummett para darnos un respiro entre tantas páginas del errático Chas Truog. El único episodio que no dibuja Truog (a quien en este tramo final se le notan más las pifias) le toca a Paris Cullins, lejos de su mejor nivel. Lo único que tengo para decir a favor de ambos es que les tocaron guiones muy difíciles de dibujar. Y hasta acá llegamos con esta serie. Tengo más material de Morrison en la pila de los pendientes, así que volveremos pronto a visitarlo.
Me vengo a Argentina, a 2015, cuando se edita el Vol.6 de Antología de Héroes Argentinos, un tomo compuesto de varias historias cortas a cargo de distintos autores. Con 15 páginas, la primera historia es la más extensa. Es parte de la ambiciosa saga de Cámulus, escrita por Pablete García y dibujada por Jorge Blanco, y da la sensación de ser un capítulo “del medio”, donde los conflictos ya fueron presentados y falta bastante para que se resuelvan. No entendí mucho, pareciera escrita para eruditos, para lectores muy empapados en la historia del personaje. Sebastián Rizzo y Pablo Canadé narran una breve historia de Carlitos en la que interviene también Animal Urbano. Nada, muy cortita, no hay espacio para desarrollar la situación, ni sus causas, ni sus consecuencias.
Una heroína a la que me parece haber visto en otros tomos de Carlitos, o de esta antología, forma equipo con Anita, la hija del verdugo, para una historia vibrante y violenta, a cargo de Gabriel Bobillo. Probablemente sea la mejor escrita del tomo. El dibujo nos muestra al notable Mariano Navarro muy compenetrado con la acción y con la figura humana, pero con algunas dudas en el armado de las secuencias, algo raro en él. La historia de Carlitos continúa en otra historia corta escrita por Bobillo, junto a Ignacio Segesso. Acá tampoco se llega a establecer claramente un conflicto, ni mucho menos a resolverlo.
Después tenemos 14 páginas del mítico Crazy Jack, a cargo de Gustavo Amézaga y Rubén Meriggi. Esto continúa directamente del tomito de Crazy que vimos el 04/01/18 y agradezco haberlo tenido más o menos fresco, porque acá no hay ningún tipo de flashbacks que ayude a poner en situación al que no venía siguiendo al personaje. La historieta es básica, a pura acción, pensada para el lucimiento de un Meriggi que deja el alma en cada viñeta. En la siguiente historia vuelve Carlitos, de la mano de David Rodríguez y un precario Nicolás Armano. Me gustó tan poco el dibujo, que no me pude enganchar con la trama. Toni Torres y Lito Fernández retoman al Caballero Rojo de los años ´40 y ´50 para una historia interesante, que me hizo acordar mucho a una de Jupiter´s Circle. El dibujo es muy raro, la cantidad de cuadros le resta lucimiento al trabajo de Lito, y por momentos pareciera que el maestro está apenas entintando a otro dibujante, de trazo menos fluído, menos diestro en la composición de las viñetas.
Y para el final, otro personaje al que ya visitamos en este blog: El Chispa, de Gustavo Lucero. Son apenas seis páginas, una anécdota menor, que le sirve a Lucero simplemente para desplegar su manejo impactante del claroscuro y su talento para el diseño de personajes. Una vez más, la narrativa se resiente un poco por la sobrecarga de elementos gráficos y por algunos tropiezos en la planificación de las secuencias. Tengo un tomo más de esta antología sin leer. Prometo entrarle pronto.
Y ya está, me voy a dormir un rato, así llego bien a tomar el micro a Villa Constitución. Gracias y hasta la semana que viene.
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Published on July 20, 2018 21:37
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Andrés Accorsi
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