Cómo escribir diálogos | Writing Wednesdays


Los diálogos son una de las facetas de la escritura de las que más disfruto, quizá porque en su día me costó pillarles el tranquillo. Creo que les ocurre lo mismo a muchos escritores. Creo que, en general, resulta complicado saber discernir el tono entre lo narrado y lo hablado, especialmente cuando la que tenemos entre manos es una novela en primera persona.


En mis reseñas (especialmente en las de juvenil) siempre machaco mucho con el hecho de que los narradores deben narrar como razonablemente puedan hablar. Me explico: con esto quiero decir que no resulta realista que un adolescente de diecisiete años en 2018 se comunique con el mismo tipo de estructuras y palabras que un narrador omnisciente del siglo XIX. Las grandes palabras y las subcláusulas infinitas nunca convencen en una novela contemporánea, por mucho que el autor intente demostrarnos que sí (te estoy mirando a ti, Eleanor Oliphant). Por tanto, ¿cómo diferenciar este tono del tono de los diálogos? Es más fácil de lo que parece.


Mis dos reglas de oro son: escuchad más a personas reales hablando y dejad de fijaros en los actores de las películas (solo porque un diálogo acabe en la gran pantalla no quiere decir que sea un gran diálogo) y, en caso de duda, leed vuestros propios diálogos en voz alta porque las frases raras e incómodas se os harán dolorosamente claras.


Aparte de eso, un par de pasos rápidos para aseguraros de que vuestros diálogos son lo más naturales posible…



Menos es más. Este consejo puede aplicarse a muchos elementos de la escritura, pero especialmente en el caso de los diálogos. En parte porque necesitamos respirar de vez en cuando y en parte porque no somos particularmente elocuentes, las personas no solemos soltar monólogos cuando hablamos. De hecho, la mayoría de nuestras instancias se componen de una o dos frases. Mi regla cuando escribo es limitarme a esas dos frases por personaje y, en casos muy contados, permitirme tres frases. Comprendo que a veces un personaje tenga que comunicar bastante información, pero es mucho más realista que su interlocutor lo interrumpa o le haga preguntas que simplemente escribir un párrafo de texto que confundirá al lector y lo sacará de la novela.
Los diálogos nunca deben estar carentes de acciones. Las personas no hablamos, simplemente. Cuando tenemos una conversación también hacemos otras cosas, ya sea continuar con la tarea que teníamos entre manos o caer en algún tic nervioso como tocarnos los botones o separarnos el pelo (de hecho, iría más lejos y os recomendaría que asociaseis algunos tics nerviosos a personajes específicos). Lo ideal es que cuando un personaje diga más de una frase a la vez intercaléis una acción por el medio. Esto os obligará a mantener los diálogos lo más cortos posibles. Pero tampoco metáis acciones constantemente para separar lo que dice un personaje de otro; aprended cuándo fluye el texto y cuándo es preciso añadir una acción para situar al lector en escena. Aquí lo de leer los diálogos en voz alta os ayudará mucho.
No metáis un verbo cuando no es necesario. En otras palabras, si solo hay dos personajes hablando no es necesario repetir “dijo” cada vez que uno abra la boca. Sencillamente pasad de un diálogo a otro y solo añadid el “dijo [inserte nombre del personaje]” esporádicamente para que el lector no se pierda y tenga que ir atrás a comprobar de quién era el turno. Si unís esto al consejo de las acciones acabaréis con unos diálogos mucho más fluidos.
“Dijo” no está muerto. Sé que lo repito a menudo, pero de verdad que no es necesario sacar el diccionario y buscar cada sinónimo de “dijo” posible. “Preguntó” y “exclamó” sobran cuando ya hay símbolos ortográficos que los señalan. “Gritó”, “gruñó”, “ironizó”, “mintió” y muchos otros deberían resultar obvios en el diálogo y en el contexto. Lo ideal en la literatura es que el lector no se dé cuenta de lo bien escrita que está la obra.
Distintas voces para distintos personajes. Esto es crucial. No podéis tener a una adolescente de dieciséis años hablando como un ejecutivo de sesenta. Echad un vistazo a vuestro alrededor y notad la diferencia en la formalidad, el argot y la actitud de distintos grupos de edad. De hecho, no tengáis en cuenta solo la edad: el lugar de procedencia, la clase social, las culturas suburbanas, el género, la backstory… todo influye en cómo se expresará vuestro personaje.
Pero no imitéis acentos, por favor. Podéis decir que vuestro personaje tiene un acento específico en lugar de intentar imitarlo gráficamente (¿Rgecorgdais a Flreugr Delacougr? Pues que vuestros personajes franceses no suenen como ella). ¿Por qué? En primer lugar, porque es bastante decente eso de dignarse a no hacer burla de la manera en la que una persona habla su segundo idioma. En segundo lugar, porque es cansino y aparta al lector de la novela.
Sed sensatos. Pensad razonablemente. Nadie confiesa sus secretos más personales a la ligera, a veces ni siquiera a sus mejores amigos. Entiendo que queréis avanzar la trama, pero que vuestros personajes, que hará como mucho una semana que se conocen y hasta ahora se habrán dicho ocho frases, se confiesen todos sus secretos enseguida es forzado, un cliché y bastante irritante. Os estáis cargando un montón de conflictos posibles solo porque es más fácil que el personaje A sepa todas las vulnerabilidades del personaje B enseguida.
Lo que no dicen los personajes es mucho más importante de lo que dicen. Jugad con el contexto y la descripción para escribir silencios y dejar que el lector intuya en vez de dárselo todo masticado. Podéis leer más al respecto en esta entrada.
Añadid tics verbales. De la misma manera que asociar ciertos tics nerviosos con ciertos personajes va a ayudaros mucho (el lector sabrá de quién habláis antes de que digáis su nombre, por ejemplo), asociar ciertos tics verbales a ciertos personajes hará que vuestros diálogos suenen mucho más creíbles. A fin de cuentas, todos conocemos a ese amigo que no deja de repetir “en plan” cada dos palabras (o sea, yo) o a ese otro que sabe soltar tacos maravillosamente. Dejad que el carácter de vuestros personajes brille en sus diálogos.
Añadid conflicto. Esta es la razón de ser de los diálogos. Debéis aprender a llevar la tensión, y muchas veces la tensión reside en la impotencia (un personaje quiere algo y su interlocutor no se lo da, la persona que habla tiene poder sobre nuestro protagonista…). Un ejemplo magnífico es la escena inicial de Malditos bastardos.
No reveléis demasiado en los diálogos. La finalidad de los diálogos no es avanzar la trama en el sentido estricto. No hagáis que un personaje diga cosas del estilo de “como ya sabes…” solo para informar al lector. “Como ya sabes” molesta porque, bueno, la persona a la que se lo están diciendo lo sabe. Es doblemente irritante cuando esa cosa que ya se sabe es un secreto. Triplemente si están hablando espías, miembros de la Resistencia u otras personas caracterizadas por saber guardar las apariencias. Tampoco hagáis que vuestros personajes se expliquen hasta la exasperación, como hacen los malos de muchas pelis antes de (intentar) cargarse al bueno.
Jugad con la tipografía. Las cursivas os ayudan a marcar el tono, y una negrita usada muy bien (yo diría reservarla a un solo uso por novela) puede añadir mucho poder a una frase que de otro modo habría resultado más insulsa.
Interrupciones. Que los personajes se interrumpan los unos a los otros, que balbuceen, que se equivoquen al hablar, que suelten tacos, que tengan problemas al encontrar una palabra si son bilingües, que utilicen palabras incorrectamente… todo esto, en su justa medida (abusar de estos recursos resultará cansino), hará que vuestros diálogos suenen mucho más realistas y naturales.
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Published on July 18, 2018 11:00
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