26/ 10: AVA 32-33


Estoy atónito, paralizado. No sé cómo describirlo… Estupor, debe ser la palabra que busco. Alguien me dio este libro hace un tiempo y me dijo "Vos que no le hacés asco a nada, si te animás, leelo y reseñalo". Otro día hablaremos de los dudosos beneficios de tener fama de no hacerle asco a nada. Lo cierto es que, incluso con esa "recomendación" previa ("Este tiene fama de ser uno de los peores comics jamás publicados", me dijo el "amigo" que me regaló el libro), junté huevos y me interné en las páginas de Avá 32-33, la extensa novela gráfica que marca el debut (y si hay justicia en el mundo, la despedida) de Juan Pablo Gochez.
A lo largo de 170 interminables páginas, Gochez nos trata de narrar la historia de una raza alienígena con poderes místicos que durante 600 años preservó a la Tierra al margen de una especie de pandemia universal. Pero ahora las barreras entre nuestro mundo y los demás son vulneradas y la infección empieza a incubarse en algún lugar de Misiones (de donde es oriundo Gochez). Los aliens son monstruosos, casi todos con forma humanoide, y se pasan entre ellos facturas con 600 años de antigüedad, muchas veces a las trompadas. Hay una trama de ciencia-ficción, o de terror místico, pero –fruto de la impericia del autor- Avá 32-33 se lee como un comic de machaca, repleto de peleas cuerpo a cuerpo, tiros, cañonazos, gente (o algo así) a la que le arrancan extremidades… una onda bien besssstia, bien básica. Los diálogos son los más obvios y trillados que te puedas imaginar (bien salpimentados con faltas de ortografía), como para que nada, absolutamente nada te dé la ilusión, la esperanza de estar leyendo algo que en una de esas zafa del descenso directo.
Y lo peor es que, al lado del Gochez dibujante, el Gochez guionista es Alan Moore. Los dibujos de Avá 32-33 te lesionan las retinas,mal. No son dibujos, son crímenes de lesa humanidad, que no prescriben jamás. No se puede dibujar tan, tan mal. Ni en el más croto de los fanzines ves un nivel tan catastrófico. Podría ser peor: podría haberse editado a color. Por suerte, esto está publicado en blanco, negro y grises, como para ahorrarnos unos años de terapia de rehabilitación. El blanco y negro de Gochez es desgarrador. Parece trabajar sin boceto, directo con plumín, y se manda todas las cagadas habidas y por haber. No sabe dibujar fondos, ni vehículos, ni animales. Entonces, ¿qué hace? Mete fotos. Pero no retocaditas como los Juan Carlos Flicker de Marvel. Así, de una, como vienen, pasadas a grises nomás, en un contraste truculento con ese dibujo chato, torpe, mal pensado y peor ejecutado. Los efectos de photoshop, la puesta en página, todo es un compendio de errores que hace que le quieras pedir perdón a Rob Liefeld, a Masami Kurumada, a todos esos tipos que son unos muertos comparados con los grandes profesionales del medio. Comparar a Gochez con cualquier profesional del medio (hasta con los chotos) es un disparate, una falta de respeto total.
La pregunta, entonces, es: ¿Cómo se publica algo tan precario? Y, a través de la editorial mercenaria Dunken, que publica a cualquier autor que financie los costos de la edición. Eso se llama "vanity press", y está claro que a Gochez le sobran la vanidad y la plata, porque si no, no se explica. Igual, los de Dunken son unos hijos de puta. ¿Qué les cuesta perder un cliente, pero decirle la verdad? ¿O me vas a decir que nadie en esa editorial se quiso pegar un corchazo cuando vio las páginas que entregaba el autor-cliente? Cualquiera más preocupado por el prestigio (o por la salud de los lectores) que por el billete, le decía "No, pibe, no seas boludo, no te quemes publicando esta bosta que de esto no se vuelve".
En fin, esto sirve para ampliar el espectro de la historieta argentina. Hacia abajo, obviamente, hacia los abismos de la abyección más irredimible. Pero lo llamativo es eso: lo poco que se parece a todo lo demás, lo insular, lo ensimismado, lo inconexo del trabajo de este autor al que le alcanzaron 170 páginas para apoderarse de un último puesto en el ranking del cual va a costar desplazarlo. Lástima que haya que haber talado árboles para que nos enteráramos de su "existencia".
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Published on October 26, 2011 17:45
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Andrés Accorsi
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