DI QUE NO

Me buscas y me tomas en brazos. En la mirada que me profesas veo tu deseo, implacable y desesperado. Tus labios se acercan suspirando, anhelando los mios. Recorro su tacto con mi lengua juguetona. Tan suave, tan mágico el sabor de tu boca, un dulce néctar para mis papilas gustativas.

—Sabes muy bien. No te alejes —susurras sobre mi piel ardiente. Me queman tus dedos mientras me recorres.

—Si sigues haciendo eso, no seré dueña de mis actos —replico contra tu aliento y tus ojos, fijos en mí. Sonríes pícaro. Es lo que buscas. Lo sé, lo siento.

—Aquí sobra tela, molesta a mis intenciones —declaras, con la seguridad que sabes que me gusta apreciar en tu voz—. Quítate esa camiseta…

Te apartas dos pasos, separas tus manos de mi carne que las necesita y siento dolor físico en esa separación. Uno a uno, mientras te vas desabrochando los botones de la camisa, declaras ante mí, casi suplicas. No puedo más que obeceder ante tu urgencia, que me resulta seductora y excitante.

—Dime que no.

—No te separes de mi cuerpo —recito sacándome la camiseta por la cabeza y dejándola caer al suelo.

—No lo haré —replicas, dejando caer la camisa.

—No sueltes mis labios —intento seguir con mi poema, tu excitación se acrecenta y los atrapas unos segundos entre tus dientes. Duele, y quiero más, pero los sueltas y besas de nuevo antes de dejarme proseguir.

—Sigue —me cedes su uso para permitirme continuar. Tus ojos en los mios, tus manos en los botones de mi pantalón tejano. Las mías se deleitan en tu vientre, y bajan hasta desaparecer dentro del tuyo.

—No pienses en no abrazarme —niego con la cabeza al mismo tiempo, y mi negación provoca la caricia en tu cara de mi cabello, lacio y suelto, como a ti te gusta.

Caricias dan paso a caricias, la ropa queda dispersa en el suelo, y a horcajadas sobre tu cuerpo me dejo llevar por el ritmo que me marcas. Llegamos apenas hasta la mesa y allí mismo, a la altura perfecta para encajarnos, y segundos antes que te lo permita con mis palabras, te hundes con ganas en mi interior ya preparado para recibirte.

—No tengas la osadía de dejar de amarme —finalizo, como puedo, entre jadeos de ambos—. Te has adelantado, Amor.

—No. Te amo en el momento justo, en el instante preciso. Y ahora ya no hables más y disfruta.

Me dices que calle, pero tú no lo haces. Me excita que me hables mientras me haces el amor, porque de tu boca, cuando no la usas sobre mi cuerpo, no salen más que palabras bellas. Me cuentas las cosas que ya sé y que adoro escuchar: lo mucho que me amas; lo bella que soy, por dentro y por fuera; cuánto me deseas; cuánto, en lugar de quedar saciado, crece tu necesidad de mí.

—Vivo sediento de tu aroma, no me cansaré jamás de tu sabor. —admites sobre mi cuerpo desnudo, el que te reconoce como su dueño.

Tras la culminación, rendidos y jadeantes, abrazados, mantienes recostada tu cabeza en mi pecho unos segundos, hasta que nuestras respiraciones, al compás, vuelven al ritmo habitual.

—¿Y puedo ya bajar de la mesa? —pregunto con aires de colegiala pidiendo permiso a un improvisado profesor, a lo que respondes, con una carcajada, bajándome, tú mismo, a pulso. Con ese simple gesto, vuelvo a mi posición, a la altura de tu pecho.

—Te amo, pequeña del lado norte.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on May 05, 2018 16:47
No comments have been added yet.