Había grandes lagunas de semanas y semanas
en la crónica de mi propio existir; temporadas que no me dejaban un recuerdo
válido, la huella de una sensación excepcional, una emoción duradera; días en
que todo gesto me producía la obsesionante impresión de haberlo hecho antes en
circunstancias idénticas---de haberme sentado en el mismo rincón, de haber contado la misma historia, mirando
al velero preso en el cristal de un pisa papel. Cuando se festejaba mi
cumpleaños en medio de las mismas caras, en los mismos lugares, con la misma
canción repetida en coro, me asaltaba invariablemente la idea de que esto sólo
difería del cumpleaños anterior en la aparición de una vela más sobre un pastel
cuyo sabor era idéntico al de la vez pasada. Subiendo y bajando la cuesta de
los días, con la misma piedra en el hombro, me sostenía por obra de un impulso
adquirido a fuerza de paroxismos—impulso que cedería tarde o temprano, en una
fecha que acaso figuraba en el calendario del año en curso. Pero evadirse de
esto, en el mundo que me hubiera tocado en suerte era tan imposible como tratar
de revivir, en estos tiempos, ciertas gestas de heroísmo y santidad.
Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier
Published on October 03, 2011 09:16