Exclusión: nada peor que no querer ver
Llama poderosamente la atención la sorpresa que causa en algunos círculos la revelación de los nexos entre narcotráfico y política. Como si por estar al otro lado de la cordillera ésta actuara como una barrera infranqueable, apenas traspasada por recientes casos de cohecho que aún siguen impactando.
Es curioso, porque en el ejercicio fácil de querer filtrar realidades suele estigmatizarse a uno u otro barrio, a una u otra población, a una u otra comuna o sector de la región. Nos olvidamos de que la droga entra donde hay mercado, es cierto, también se distribuye y envenena a nuestros niños en esos sectores, pero el “Grupo Objetivo” está más allá de los entornos en que se produce, se guarda, se esconde.
Como sociedad empezamos a mirar al lado mandando a la periferia lo que no nos gusta, procuramos no ver a los adultos mayores en la miseria, ni a los niños explotados sexualmente en las calles. Nos imaginamos que la pobreza es el resultado de la “falta de esfuerzo” y cada cierto tiempo purgamos a un grupo de adolescentes por parecer sospechosos recorriendo las calles de barrios acomodados.
Cada cierto tiempo, algún indicador nos parece mostrar la cara que conocemos, la familiar, la que nos habla del éxito en la región, aquélla que se construye en base a promedios y no varianzas, la que resta en su estadística a los que no “Contribuyen” al producto interno bruto. Este ejercicio de negación periódica parece transar en estabilidad con el escenario político, van de la mano, se sumergen en el mismo cuadro de convicciones para situarse en un mundo paralelo donde la causa de los problemas sociales está radicada en todo aquello que nos es ajeno, en el migrante, en el drogadicto, en el joven delincuente, en el barrio X en el Colegio Z. Pero acá es dónde luego de haber aplicado con astucia legislativa las mejores formas de control, o luego de haber endurecido penas o invertido en seguridad como nunca antes, los índices no cambian sino marginalmente, en el mejor caso.
Entonces empezamos a preguntarnos si realmente estamos abordando las causas y no tan sólo efectos que redundan en un sinfín iterando sobre creencias que no se sustentan en la evidencia, sino en prejuicios abrazados con decisión colectiva.
Hace unos días, junto a Paz Ciudadana, la Fundación San Carlos de Maipo presentó un estudio que aborda la realidad de los niños que por su edad son considerados Inimputables pese a iniciar tempranamente trayectorias delictivas. En dicho estudio se verifica la invisibilidad de estos niños en el sistema y la falta de apoyo especializado para detener dichas trayectorias.
Ya hace un par de años la alianza entre ambas fundaciones permitió conocer el primer estudio de Exclusión Social de las personas privadas de Libertad, que dio cuenta de los altos niveles de privación de dichas personas a bienes y servicios básicos, como el acceso a la salud o la educación. En la misma línea, hace pocos días la PUC y Fundación San Carlos de Maipo presentaron conclusiones de un estudio del proceso de reinserción de mujeres. La realidad se repite una y otra vez: hombres, mujeres, sus hijos.
La exclusión social golpea sin pausa ¿La cárcel?, una más de muchas formas de exclusión. Entonces es fácil olvidar a quién ha sido segregado. Hemos desarrollado una esquizofrenia social capaz de seguir negando y mientras no rompamos este circuito vamos a sorprendernos cada cierto tiempo para ejercitar nuestra capacidad de negación, hasta que finalmente no nos demos cuenta y estemos tras la misma barrera de exclusión que jamás fuimos capaces de enfrentar. Ahora es el momento de ir al encuentro de quienes en los márgenes de nuestra sociedad necesitan ser vistos y acogidos.
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