Era un mocoso la primera vez que vi a mi padre andando sobre el agua. Fue en una acequia de riego, a las afueras del pueblo. Poca cosa, la verdad. Tenías que fijarte mucho para ver que sus pies no se hundían lo más mínimo. Con el tiempo hizo lo mismo en la alberca, en la piscina del tío Enrique e incluso en el pantano; siempre cuando nadie miraba. Excepto yo. Me guiñaba el ojo para dejar claro que era nuestro secreto. “Psch”, me decía con los ojos.
Incluso ahora, muchos años después, se empeña en seguir exhibiéndose ante mí. Cada vez le cuesta más mantenerse a flote, pero él es infatigable. Se mete en el primer charco que encuentra y me mira con orgullo, como si creyera que no puedo ver cómo se va sumergiendo.
Yo me callo y le aplaudo con desgana.
Published on November 01, 2017 23:11