Autogolazo
No me refiero al de Arturo Vidal en el partido contra Paraguay -que probablemente nos dolió a todos, sin distinción- sino al que se propinó el gobierno, de manera inexplicable, y que echó por tierra el mejor tranco que el ejecutivo exhibía este último mes. Sin ir más lejos, mi columna del domingo pasado, “Tres pases seguidos”, destacaba cómo el oficialismo comenzaba a recuperar el control de la agenda pública, la que mediante la aprobación de diversas iniciativas de ley, terminaba por dibujar el sentido más profundo del ideario que impulsó Michelle Bachelet. En perspectiva, esos logros también paliaban los sinsabores políticos y personales que la Presidenta debió experimentar en su segundo mandato. Pero tal como ella alguna vez declaró, cada día puede ser peor.
Creer que lo ocurrido tuvo solo que ver con la decisión de un Consejo de Ministros, es tan iluso como erróneo. Dominga es un síntoma de algo más profundo, que excede con mucho las diferencias entre dos ministros, donde nada tuvo que ver la protección del medio ambiente. Lo que aquí se produjo fue una acumulación de desencuentros entre el equipo económico y político del gobierno, cuyos episodios públicos y privados se multiplicaron a un punto tal en los últimos meses, que hicieron insostenible la leal convivencia en el marco de propósitos comunes.
Fue además un conflicto pésimamente mal administrado, cuya solución pudo haberse provisto a tiempo y sin las consecuencias que hoy observamos. Pero las indefiniciones y silencios, en el contexto de un evidente vacío de poder y ausencia de mando en el Palacio de la Moneda, no solo facilitaron que la trifulca se profundizara y prolongara, sino también escenificaron el quiebre definitivo entre estas dos almas de la coalición de centroizquierda. Pese al esfuerzo en la elección de los reemplazantes, los que se fueron representaban el último bastión de resistencia a una mirada de las políticas públicas, tanto en la forma como en el fondo, que se reafirma a pocos meses de terminar este gobierno. En los hechos, la Moneda le quitó los patines al equipo económico.
Y así como los dolorosos casos de corrupción que afectaron a sus gobiernos, dilapidaron ese activo de superioridad moral que la antigua Concertación ostentaba sobre la derecha; hoy la Nueva Mayoría echa por tierra esa ventaja que en los últimos años pretendió exhibir frente a la oposición: me refiero a ser la única fuerza política que garantizaba gobernabilidad. No cuestiono la decisión de la Presidenta. Creo que fue consistente y coherente con lo que genuinamente ella aspira a que sea su legado. Pero sí reprocho la desidia y la torpeza para afrontar y resolver este conflicto, pues hace todavía más cercana y nítida esa imagen de Bachelet entregándole por segunda vez la banda presidencial a Piñera.
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