Progreso

Es  complicado escribir un comentario sobre la selección chilena sin contaminarse por lo emotivo. Poner lo ocurrido en la cancha a lo largo de estas dos semanas y analizarlo con calma, sin ceder al elogio fácil del tablón, el que exige aliento y consignas por sobre ideas y argumentos. Aquí es necesario desglosar unas cuantas cosas. La primera es sacarnos de una vez, casi como un mantra, el eterno reclamo por los arbitrajes. No nos gusta el serbio, el iraní no da confianza, el argentino nos odia, el brasileño nos envidia… basta. Esta Selección ya tiene la estatura suficiente para ver en el árbitro algo accesorio, relevante, pero no decisivo.


Otrosí, hay que terminar con el facilismo. La Copa Confederaciones no es el segundo torneo más importante después del Mundial como se publicó majaderamente. Lo superan la Eurocopa y la misma Copa América. Incluso corre el serio riesgo de no hacerse más. Por esa misma razón, y aquí va la tercera aclaración, Alemania vino con un equipo alternativo, al que le faltaban cinco titulares. Tal como lo dijo antes, durante y después el propio entrenador alemán Joachin Löw.


En cuanto al rendimiento de Chile, no cabe duda de que dejó una gran impresión. Que, además, Pizzi logró una pequeña evolución a partir de un plantel que se hace cada vez más corto. Poner a Hernández en la posición de Vidal y mandar a Vidal más arriba para que juegue suelto, ordenó la zona de volantes, que tendía a perder su línea cuando el jugador del Bayern se mandaba en ataque. Chile fue un equipo de una intensidad que incluso fue capaz de llevarse por delante a una joven y físicamente impecable Alemania o tuvo a pelotazos a Portugal luego de 120 minutos de juego. Meter a los alemanes en su arco con Sagal, Valencia y Puch es un gran mérito.


Pero no podemos quedarnos plácidamente en el elogio. Porque este equipo también mostró aspectos preocupantes. El primero y más evidente es la falta de gol. Chile genera muchas ocasiones, pero concreta muy poco. Alexis llegó fusilado a este torneo y se le vio sin chispa y poco contundente. Si a eso le sumamos que Vargas no anduvo bien y las lesiones de Mora y Castillo, es un hecho que a la Selección le está costando anotar. Y fue por eso que de cuatro partidos ganó uno. También es llamativo que un equipo rudo, experimentado, pero muy precario como el australiano fue capaz de complicarla. Si a la Selección le plantean un partido de roce, le cuesta resolverlo.


Sobre los goles que le convirtieron a Chile valen un par de apuntes. Dos de ellos, el de Australia y el de la final, salieron por el dogmatismo de querer salir jugando siempre a ras de piso. Marcelo Díaz la pierde porque sigue la mecánica del equipo a rajatabla, pero a veces hay que ser más instintivo, más espontáneo. Algo que los brasileños aprendieron hace muchos años. Los reyes del jogo bonito son los reyes de mandarla a la tribuna.


En definitiva, el balance es bueno, pero hay que seguir trabajando. La imagen final, de Alemania metida en su área pidiendo la hora, es ilustrativa. Al equipo le sobra fervor y garra. Chile pasó de ser comparsa a simpático, de simpático a reconocido, de reconocido a respetado, y de respetado a temido. Todo en diez años. La tarea inmediata es clasificar al Mundial, y luego hacer un gran papel en Rusia 2018. A trabajar y no perder el foco. La Copa Confederaciones ya fue.


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Published on July 04, 2017 05:20
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Óscar Contardo
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